Tú, mi destrucción ©

Capítulo 10

Aún sentía el sabor del chocolate en mi boca y lo ácido del vino, rara combinación que extrañamente obtenía un resultado agradable. Los sublimes sabores me resultaron embriagadores, aunque no del mismo modo que la sangre y la carne humana. Quizá era por el modo por cómo obtenía esto último lo que lo hacía más satisfactorio. 
Acomodé la chaqueta sobre mis hombros. A mi lado, Amber caminaba despacio, su cuerpo tembló casi de manera imperceptible cuando la brisa le rozó la piel que las prendas dejaban expuesta, movía también sus bucles rubios que ahora eran sostenidos por un moño alto que dejaba su blanquecino cuello al descubierto. 
De su boca no salía palabra alguna, como sucedió en la cena que mantuvimos hace unos momentos. Su semblante era preocupado, se hallaba absorta en sus pensamientos, lo que me molestó. Ciertamente me desagradaba no ser el centro de atención para la persona con la que salía. Sin contar con que me encontraba irritado, y cómo no estarlo cuando al ver a Amber esta noche lo que al conocerla no se presentó, no hubo nada interesante en ella. Me atrajo, sí, como lo haría cualquier chica guapa que me encontrase en la calle. Más no encontré nada mágico en ella, es como si fuese una maldición lo que caía sobre mí, jugaba conmigo, me hacía creer que la había encontrado, que había algo especial y me hacía experimentarlo para después arrebatarme todo. Se burlaba de mí y la desgracia que llevaba conmigo; como consecuencia, mi furia aumentaba, el deseo de matar emergía súbitamente. Me descontrolaba, era arrastrado al borde del caos, de la locura por no encontrar a quien tenía el poder de calmarme. Y es que me complementaba, la necesitaba para ser más fuerte, para tener un balance, todo lobo requería de su mujer y yo no podía encontrar a la mía. 

—Con anterioridad este sitio se hallaba repleto de jóvenes —habló por primera vez desde que salimos del restaurante. Metió las manos en los bolsillos de su abrigo, fijó la vista en el bosque que nos rodeaba de lado y lado—, pero con lo sucedido, ha quedado desierto. 

Eché un vistazo rápido, me percaté de que tenía razón. El sendero por donde caminábamos estaba desolado. Sólo nos acompañaba el murmullo del viento y la luz mortecina de la luna. No oía a nadie cerca, lamentable para Amber, nadie escucharía sus gritos de auxilio. 

—Es lógico. Temen, sólo el asesino podría caminar por este lugar con tranquilidad, ¿no crees? Después de todo es de él de quien deben cuidarse. —Inquirí. Enseguida las palpitaciones de su corazón fueron en aumento gradualmente. 

—Sí, supongo —respondió con voz trémula—, aunque también podrían hacerlo dos jóvenes que no temen encontrarse con él —solté una risa suave.  

—¿Acaso no le temes? —Apremié. La observé por la comisura de mis ojos. Palideció, sus pasos iban más apresurados. 

—No —contestó segura. 

—Mientes —repuse. Detuve mis pasos. Ella también lo hizo; interpuso una distancia entre nosotros, una que podía eliminar en segundos—. Tus ojos desprenden miedo, me pregunto por qué lo sientes, ¿acaso crees que yo soy el asesino? 

Di un paso al frente. Ella retrocedió dos. Enarqué una ceja y sonreí de lado mientras su miedo se hacía denso, podía olerlo, apreciar cada fibra de él, como era desprendido por cada uno de los poros de su piel. Esplendido y sublime tanto como tentador. 

—¿Debería pensarlo, debería temerte? —Increpó. Cogió su bolso, lo colocó contra su cuerpo como si aquel trozo de piel pudiese ayudarla en lo más mínimo. 

La presioné, alargué un poco más nuestro juego simplemente porque quería saber qué sucedería a continuación, si ella correría despavorida o me enfrentaría y lucharía hasta perder la vida. Mi mente era una mesa de apuestas, mi subconsciente sonreía frotándose las manos como si lo que estuviese en juego fuera dinero y no la vida de una humana. 

—Ya lo haces, ¿no? —Proseguí. Avancé de nuevo, volvió a retroceder. 

—Basta, —intentó detenerme— quiero irme a casa —agregó suplicante, más no me lo decía a mí, se lo decía a ella misma. 

—Nunca volverás a casa, Amber —sentencié.  

Soltó un jadeo, apretó el bolso con más ímpetu, su cuerpo se sacudió con violencia antes de que sus piernas comenzaran a correr en el sentido equivocado. 
Le di tiempo mientras la veía adentrarse a lo denso del bosque, creía tal vez que al ser engullida por la oscuridad podría estar protegida, y lo habría estado si su atacante fuese humano. 
Me desprendí de la chaqueta, la arrojé al suelo, luego comencé a correr detrás de Amber; sus sollozos eran nítidos para mi oído infalible, así como las ramas que cedían bajo su peso, el latir errático de su corazón, el jadeo que producía su garganta al entreabrir sus labios buscando llevar oxígeno a sus pulmones. Todos aquellos sonidos eran como una melodía siniestra, la melodía de mi vida. 




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