Tú, mi destrucción ©

Capítulo 11

No había hecho nada más que no fuese permanecer dentro de la habitación como un crío al que su madre castigó. No salí de ella desde ayer, hoy otra noche más cayó sobre nosotros. Era viernes, ignoraba qué podían hacer los chicos al llegar el fin de semana. Mis ánimos de salir a cazar o recorrer el bosque era nulos, las palabras de Alaina se volvieron una resonancia en mi cabeza que no me abandonaba; quizá era la causa de mi falta de ánimo, además que ella se encontraba molesta conmigo, y no debía importarme, nunca me importaba en realidad pero con ella todo era distinto y monótono a la vez. 
Di una vuelta sobre la cama, apreté la almohada contra mi cara. El perfume fragante de Alaina se mantenía de manera levísima, lo percibía gracias a mi olfato infalible. Respiré profundamente, gruñi y arrojé la almohada contra el suelo. Era patético.

Me incorporé cuando oí ruido. Sus pasos resonaban fuertes, usaba tacos, eso era seguro, la pregunta era: ¿Por qué?. Dudaba que los usara sólo para andar en casa.

Curioso abrí la puerta. Su perfume dio de lleno contra mi nariz, un sublime olor que me envolvió los sentidos, me sedujo brevemente, me hizo suspirar como un adolescente.
Me aproximé a donde ella. La encontré en la sala, su cabeza hacia un lado mientras se colocaba un arete en su oreja derecha. Llevaba el cabello recogido, vestía con una blusa blanca lisa fajada por aquel diminuto short que no cubría absolutamente nada de sus largas y esbeltas piernas, lucían más gracias a los tacos altos que calzaba. Era perfecta.

El deseo en mí estalló impetuoso.

El percatarse de mi presencia no provocó nada en ella. Su semblante se mantuvo exánime, sus ojos serenos e inalterados. No hubo sonido alguno entre nosotros que no fuera el sordo palpito de nuestros corazones.

—¿Vas a quedarte toda la noche observándome o vas a decir algo? —Habló brusca, fruncí las cejas, permanecí vahído unos instantes mientras mi lengua se conectaba con mi cerebro.

No entendía qué ocurría conmigo. Me sentía débil mentalmente, como si fuese incapaz de luchar contra ella en forma verbal. 

—¿Adónde se supone que vas? —Cuestioné. Di un paso al frente, ella no se movió de su lugar. Colocó los brazos debajo de sus pechos, enarcó una ceja.

—A trabajar, ¿de dónde crees que saco el dinero para pagar mi departamento? —Inquirió como si fuese lo más obvio.

—Ah cierto, el Bar, ¿no? —Comenté con fingido desinterés. Achicó los ojos, un atisbo de sonrisa apareció en sus labios.

—Amber —murmuró—, supongo que no pudo evitar hablar sobre mí.

—¿Y por qué vistes así? ¿Acaso tu trabajo implica algo más que servir bebidas? —Repuse, ignoré su comentario, mantenía la calma, pero ciertamente me irritaba el hecho de saber que más de un hombre con suficiente alcohol en su sistema, la miraba.

—Y si así fuera, ¿qué? —Replicó mordaz. Su carácter relucía ahora más que nunca. Me resultó divertido. Una chica sumisa no me atraería, volvería todo muy aburrido.

—Ten cuidado, Alaina —le aconsejé. No me percaté del momento en que la distancia quedó eliminada entre nosotros—, tienes un dueño, que no se te olvide. —Puso los ojos en blanco, cogió su bolso, luego suspiró profundamente.

—No quiero pelear.  Me debilita mentalmente. Iré a trabajar, volveré en la mañana —Dijo con gesto cansado. Al parecer no era el único que se sentía así.

Ella se dirigió a la puerta, no dije nada. No obstante, antes de salir se detuvo, permaneció unos segundos callada con la mano alrededor del pomo de la puerta. Luego se volvió a mirarme.

—¿No tienes planes que vayan más allá de asesinar? No lo sé, estudiar, tener una carrera, encontrar un… trabajo —añadió esto último en voz baja. Ladee la cabeza hacia un lado, la oía atento.

—Un lobo fingiendo ser humano, ¿por qué querría hacer algo así? —Inquirí. Movió la cabeza en gesto negativo.

—No puedes fingir lo que ya eres, aún hay algo de humanidad en nosotros. Créeme, Lane, a veces la inmortalidad puede ser cansina —musitó. Abrió la puerta—, más cuando se está solo.

[...]

 

La curiosidad pudo más conmigo, además que no tenía nada más emocionante que hacer, sin contar con que se presentaba en mí la incesante necesidad de querer observarla. 
Minutos después de la media noche entré al Bar de nombre Éxtasis. Las letras relucían por encima de la fachada en un fosforescente color verde. En la puerta un letrero decía abierto con el horario de apertura y cierre.

 

La empujé, el sonido de la campanilla no fue más fuerte que el de la música que reverberó en mis oídos. 
De primer momento aprecié el olor nauseabundo del humo del cigarrillo, seguido por el sudor que desprendían los ebrios dentro de aquel amplio sitio pero que al estar repleto de personas parecía muy pequeño. Sus voces, sus risas, la música, todo me molestó. Entendí el porqué de mi agrado por la soledad y la paz que proporcionaba la densidad del bosque.




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