Tú, mi destrucción ©

Capítulo 13

No procesaba del todo lo que acababa de decir. Para ese momento me hallaba de pie, aturdido, confundido y verdaderamente molesto. Ella me había mentido, planeó todo para acercarse a mí, lo cuál podría comprender. Sin embargo, me mintió. Y pese a ser un desgraciado nunca se me tildó de mentiroso, jamás. Siempre he hablado con la verdad así ésta fuera dolorosa, ahí radicaba la confianza y Alaina acababa de tirar mi confianza a la basura.
Y lo peor de todo es que no sólo me molestaban sus mentiras. Sino sus últimas palabras. Me… dolía que estuviese arrepentida de todo lo que hizo, que ahora yo le repudiara como le repudiaba a la mayoría de mi familia. Si bien, me había ganado a pulso que fuese así, pero no lo aceptaba, no de ella. Porque incluso ante mi forma de ser no la lastimé, no la traté mal, fue la única que pudo tener algo de intimidad conmigo, a quien dejé ir más allá de lo que los demás conocían y el se conocedor de esto nubló mis sentidos, no sabía en qué posición me dejaba, mucho menos sabía cómo sentirme al respecto.
Y entretanto, la veía frente a mí, sollozaba en silencio, sin hacer un drama, simplemente liberaba sin restricciones las lágrimas, que si ellas no estuviesen humedeciendo sus mejillas, probablemente dudaría de que estuviese demostrando algo.

¿Qué podía hacer?

Cerré las manos con fuerza, deseaba asesinarla, hacerlo justo en este momento a causa de su osadía, por repudiarme cuando sólo a ella además de mi madre le permití verme, sentirme, saber de mis sentimientos. No fui del todo un maldito, pero sin duda, le demostraría que tan desgraciado podría ser, pagaría un precio muy alto el haberse acercado a mí de tal manera.

—¿En qué más me has mentido? —Hablé al fin. Ella negó con la cabeza.

—En nada. —Espetó.

Me precipité a ella, mis dedos se cerraron contra su cuero cabelludo y tiré de él hacia atrás. Alaina en respuesta forcejeó conmigo totalmente en vano. Sus ojos que seguían acuosos, centellearon de rabia. La apreté contra mí echando su cabeza hacia atrás con suma rudeza.

—Y tienes razón, ¿sabes?, el único interés que tengo y tendré por ti es tu cuerpo —la miré de arriba abajo—. Pero no te confíes tanto, que mejores que tú las hay.

Mis palabras le dolieron, más rápidamente se recompuso. En un rápido movimiento me apartó, dándome un golpe en el antebrazo que ni siquiera me hizo cosquillas.

—¡Pues adelante! Puedes tener a quien quieras a tus pies. Sólo déjame en paz de una buena vez. Por lo que a mí concierne esto se acabó —exclamó iracunda.

Me dio la espalda y corrió hacia al bosque, como si al correr existiera una mínima probabilidad de que pudiese escapar de mis garras. Apreté la mandíbula, mis huesos hicieron un ruido cuando mis manos se cerraron en puño. Le di ventaja, un poco de ventaja. Entonces corrí detrás de ella.

¿Quién demonios se creía?

Me percaté de que no se transformó, oía sus pasos apresurados, pero no era tan veloz como yo, así que en menos de un minuto la encontré.
Sin importarme nada empujé su delgado cuerpo contra un árbol, éste se movió bruscamente mientras que Alaina se quejaba por el dolor que debió recorrerla entera, no obstante, aquello no era nada, podría soportar aún más y ciertamente me encargaría de encontrar el punto más alto de su resistencia al dolor.
Ella me miró desde el suelo, su ropa quedó arruinada, rota por la corteza del árbol y cubierta de la tierra húmeda en la que se hallaba metida. El cabello le cubrió el rostro, la suciedad era parte de ella.

—¿Quién te crees? ¿Acaso piensas que puedes huir de mí, así sin más, y que yo lo permitiré? —escupi furioso.

—¡Sólo déjame seguir en paz! —Gritó sin incorporarse.

En un rápido movimiento la cogí del cuello y la obligué a levantarse, elevando su cuerpo por unos centímetros del suelo. Corté su respiración, ella no peleaba, sabía que de nada le servía hacerlo cuando su adversario le llevaba mucha ventaja en fuerza.

—¿Quieres morir? —Inquirí— Porque ésa es la única manera en que escaparás de mí: Muerta.

Tembló ligeramente. Me tomó del brazo, ejerció presión y suavicé mi agarre, la solté displicente. Cayó de rodillas frente a mí de nuevo.

—Entonces, ¿qué vas a hacer conmigo, Lane? —Preguntó en un susurro—. ¿Qué quieres de mí?

—Destruirte. —Contesté sin titubear, pero con una sensación extraña abrazándome desde adentro.


—Tú, mi destrucción —dijo apenas en un susurro—. Tú serás mi destrucción. 


Y tú la mía.

[…]

 




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