Percibía el roce frío de la brisa en mi cara, el olor a bosque prevalecía por encima de los olores que la ciudad creaba, fui consciente de que aún no me hallaba en casa, también de la presencia de una persona en la habitación.
Mis párpados se abrieron lentamente, recuerdos borrosos en el bosque arribaron a mi mente, mas no eran coherentes y no logré entender lo que sucedió antes de estar en este lugar; era una habitación amplia, seguramente de algún hotel. Todo estaba oscuro, pero una luz mortecina natural provenía de algún lugar.
Me incorporé, mis músculos se contrajeron y protestaron. Debía de llevar tiempo recostado; no llevaba ropa encima, sólo un bóxer. Me toqué el abdomen, me dolía como si me hubiesen golpeado muy fuerte, pero no tenía ningún hematoma, el dolor era interior y me molestaba para respirar. Nunca me sentí de aquel modo, la debilidad era parte de mí, el cambio era notorio y doloroso e ignoraba si llegaría a acostumbrarme a esta debilidad, a no ser lo que fui.
Avancé con calma hasta el lugar donde la luz provenía; de primer instante vi la cortina moviéndose por la brisa que se filtraba por el balcón abierto, más allá vislumbré la silueta de Alaina Jade. Admito que pese a la mierda que estaba viviendo, el verla me hizo feliz, mi corazón que se hallaba acelerado, se calmó y latió pausadamente. Toda la preocupación que sentí antes se dispersó al saberla a ella conmigo.
Alaina estaba a salvo. Y eso era lo único que importaba.
Cauto y sigiloso me precipité a donde ella; usaba un camisón blanco, corto y escotado. Sus dedos se asían al borde del barandal y su cuerpo tenía una leve inclinación hacia al frente mientras su cabello se movía de un lado a otro.
Verla me pareció irreal, como si fuese un fantasma, o mas bien fascinante y encantadora como la misma luna, desprendía luz, brillaba dentro de la oscuridad, totalmente inalcanzable para cualquiera, para mí.
Era hermosa. Única. Mía.
Me posicioné a su lado, la miré, ella mantenía sus ojos cerrados, disfrutaba del frío de la noche; a nuestro alrededor no había nada mas que bosque, a lo lejos se apreciaba la majestuosidad de las montañas, y un poco más cerca las luces parpadeantes de la ciudad. Seguía en Bucarest y lo único que deseé fue volver a casa con Alaina.
—¿Cómo te sientes? —Preguntó en un bajo susurro.
—He tenido mejores días —respondí. Asomó una sonrisa y al fin abrió los ojos. Me miró—. ¿Y tú? Bueno… ¿ustedes? ¿Cómo están?
—Estamos bien, el dolor sigue por ahí, pero es soportable, en otras circunstancias pude haberle agradecido a Gregor por hacer que disminuyera, pero fue él quien lo puso ahí.
Su voz desprendía cierta tristeza y melancolía. No entendía mucho sobre las almas gemelas de los lobos y lo que sucedía cuando una de ellas moría, pero sin duda el dolor debía de ser insoportable. Al menos Gregor no la dejó vivir esa agonía aunque como ella mencionó, parte del dolor seguiría ahí.
—Lamento lo de tu… tu lobo —me costó trabajo decirlo en voz alta, porque no quería ni podía pensar en que ella fuera de alguien más.
—¿De verdad lo haces, Lane? —Inquirió. Suspiré apenado.
—No. No lo hago. Sólo lo siento por ti, por ese dolor que llevarás toda la vida. —Me sinceré. Ella negó y apartó de nuevo la mirada hacia la penumbra que nos abrazaba.
—¿Sabes? Cualquiera diría que no debería estar contigo después de como te comportaste, después de todo lo que hiciste y como me sacaste de tu vida... como si no fuese nada —musitó.
—Créeme que soy de los que piensan de ese modo —susurré.
—Yo también lo hice, me juré no volver contigo, no me merecías ni yo a ti. Nuestra relación fue tóxica, te mentí, me usaste, te usé. Sin embargo, todo lo malo quedó olvidado cuando te sacrificaste por mí —declaró en voz baja—. Aunque pienso que lo hiciste por nuestro bebé.
—El bebé no cambia nada, Alaina. Si no hubiese existido, de igual forma habría ido por ti, habría dado todo de mí por ti, por saberte a salvo. —Manifesté seguro— Cometí miles de errores, ahora lo veo con claridad, pero el peor de todos fue dejarte ir, me negué a ver que eras tú todo lo que necesitaba para ser feliz.
Extendí el brazo y toqué su mejilla, ella cubrió mi mano con la suya y cerró momentáneamente los ojos mientras movía su cabeza en busca de mi caricia; empujé la distancia que nos separaba y me apreté contra ella, respiré su aroma y disfruté de su calidez.
—Te amo, Alaina Jade —dije sincero. Me miró con el mismo amor que resplandecía en mi mirada.
—Te amo, Lane —dijo de vuelta.
Sonreí y amé como nunca la sensación que me embargó. No creí que el amor pudiese sentirse así, que incluso cuando puede llegar a destruirte, también puede salvarte.