Tú, mi salvación

Capítulo 04

La mañana pasa demasiado lenta para mi gusto. Lo primero que he hecho fue poner en práctica el razonable consejo de Bryan: tuve la oportunidad de sentarme a hablar con mi papá. Reconozco que ha sido la conversación más extraña que hemos tenido. Debo mencionar que no somos el ejemplo perfecto de padre e hija, pero siempre logramos mantener una buena relación. Hemos permanecido siempre juntos y yo he tratado de seguir sus consejos y sugerencias todo tiempo, a excepción con el tema de Alex, claro. En los casi seis meses que llevo saliendo con él, ha sido el tema de discordia habitual. Ni siquiera en nuestra actual situación deja de salir a colación.

Es difícil de creer que de la nada mi padre ha perdido todo nuestro medio de vida, pero tal como lo ha explicado y he entendido, negoció para intentar recuperar lo que le pertenecía. Es difícil ganar cuando la lucha es en contra del Estado. Sin darse cuenta, un empleado que llevaba años con él, y en quien había depositado toda su confianza, no pagaba los impuestos de la empresa y mi papá nunca se fijó, ni siquiera sospechó. Fueron muchos años de deudas que resultaron en el embargo de la hacienda de más de mil hectáreas de dónde provenía toda la plantación de banano. Con los contactos que poseía este hombre en el gobierno y la sublevación de todos los empleados, lograron que la propiedad pasara a ellos.

En otras palabras, ya no teníamos una fuente de ingresos. Solo quedaba una cuenta bancaria que, tras abogados y otros trámites que hizo mi papá para el juicio, lograron que se redujera el impacto. Al parecer, como lo había dicho ayer, «tenemos que empezar de cero».

Me da mucho pavor pensar en el futuro. Ya no tengo garantía de nada; es como si hubiera estado dentro de un muro de protección que de repente se vino abajo. He quedado desprotegida, en zozobra y con miedo. O podría ser como esa sensación al bajar de una montaña rusa: me siento mareada y sin ganas de una vuelta más.

Miro nuevamente los mensajes que me han llegado de Alex, los vuelvo a leer. Noto en ellos amor y preocupación, pero a mi mente vuelve nuevamente la inseguridad. Sé que cabe la posibilidad de que sus palabras y actos de amor sean verdaderos, aunque me cueste aceptarlo.

El temor se apodera de mí al pensar que él podría alejarse poco a poco cuando le comente que ya no tengo dinero. Con mis amigos estoy totalmente convencida de que las cosas seguirán siendo como siempre, pero aún no estoy segura si contaré con el apoyo de Alex.

Si un hombre como mi papá fue engañado a tal punto de parecer un niño, ¿será posible que una joven inexperta como yo esté siendo engañada de la misma manera? Me siento desesperada y no sé qué pensar a estas alturas. La situación ha cambiado por completo mi vida.

—También tendremos que dejar la casa —comenta mi padre, mirando con tristeza todo el rededor de la estancia. De seguro le vienen a la mente los momentos vividos junto a mamá—. Con el dinero de la venta, una parte la tomaré para comprar un departamento y lo que queda lo depositaré en la cuenta, ese dinero va a servir para nuevos gastos y sustentarnos hasta que logre pensar con mayor claridad qué vamos a hacer.

De seguro va a costar acostumbrarme a estos cambios. Quisiera gritarle y decirle muchas de las tantas cosas que quiero decirle al sentirme impotente ante todo esto. Pero he pensado mucho lo que Alex me repite siempre en cuanto al valor del dinero. Se supone que hay personas que viven con menos y al parecer son felices.

—Como tú digas, papá —respondo resignada. Mi respuesta lo ha sorprendido, de seguro esperaba otra reacción. Comprendo que él debe estar más destrozado que yo, el trabajo de toda su vida desapareció y en manos de alguien en quien confiaba. No quiero añadir a su carga una hija insensata.

Me mira de nuevo y suspira fuerte.

—Solo dejaré habilitada una tarjeta de crédito para ti. Espero tu comprensión y que la uses de manera prudente —dice con cautela, fijando su vista en unas hojas que tiene en sus manos—. Solo úsala si es necesario.

«Necesario», pienso en esa palabra. Debo de empezar a incluirla en mi vida y pensar en la definición y en lo que abarca esa palabra.

De seguro se me va a hacer difícil manejarme con una sola tarjeta de crédito. Es en este mismo instante que me quedo presa del enojo por tener que empezar a tener una vida de privaciones, después de todo, no sé si sea tan sensata como creía.

Otra vez la impotencia se apodera de mí, no solo tendré que vivir en un espacio más pequeño, sino que deberé reducir mis compras y gastos, no sé si podré soportarlo. Vuelvo a recriminarme y pensar en la famosa frase «algún día lo superaremos», trato de tranquilizarme al recordarla, aunque en el fondo sepa que es una vil mentira. A mi cuerpo le invade una sensación de asfixia, siento que no puedo respirar, aunque al mismo tiempo quisiera arrojarme en brazos de mi padre y decirle que todo va a estar bien. Sin embargo, y contrario a lo que pienso, doy media vuelta para salir de su despacho lo más pronto posible con rumbo a la habitación que pronto dejará de ser mía.




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