Tú, mi salvación

Capítulo 26

Al bajarnos del taxi veo que Alex no vive en un edificio de departamentos como había pensado, sino en una casa de un piso. Por fuera se ve limpia y cuidada, es de color amarilla con verde y tiene algunas flores en el jardín delantero.

—Espérame mientras busco la llave —dice él, dejando mis paquetes en el suelo para buscar la llave en su bolsillo—. Ahora sí. —Se acerca a la puerta y la abre—. Pasa.

Al entrar a la casa, me fijo de manera rápida que tiene un ambiente bien hogareño, es como si viviera una familia. Se respira un olor agradable y todo está impecable, eso es propio de Alex, aunque no le puedo dar todo el crédito porque no sé cómo es su compañero. De repente, aparece un gato paseándose entre sus piernas y él lo acaricia con cariño correspondiendo a su saludo.

—Se llama Gloria —comenta—, es de Steven, mi compañero. A él le gustan los gatos. Esta felina es muy cariñosa y la verdad es que yo también la quiero mucho, dice que la tiene desde hace muchos años y ya está avanzada en edad.

La levanta y se acerca a mí para que la acaricie, su pelaje mezclado entre negro y naranja es muy suave y hermoso, lo que más me gusta es el grosor de su cola. Es preciosa.

Cuando terminamos de mimarla, Alex me muestra la casa: recorremos todos los espacios. La construcción tiene dos habitaciones, la sala y comedor, un baño general y un patio donde está la lavandería. Apenas regresamos a la cocina, Alex prepara un té de futas, el frío que hace permite que encuentre todo delicioso, hasta el café.

—Es agradable la casa —comento con sinceridad.

—Si —él mira alrededor—, a mí también me gusta. Está bien decorada porque los dueños la dejaron así, como solo tienen un hijo, este los llevó a vivir fuera del país y a Steven, como es de provincia y amigo de un familiar del dueño, le permitieron que se quedara aquí para que la cuidara; aun así pagamos un precio reducido.

—¿Es fácil adaptarse sin la familia?

—Como te dije, recién estoy acostumbrándome, es difícil, pero he logrado acomodarme. No me queda de otra. —Sonríe.

—Eso es cierto. —Le doy la razón. Bebo un poco más del té que es una delicia así calientito.

—Me enteré de que estás trabajando. Felicidades.

—Si —respondo enseguida con una emoción que no imaginaba—, al final tengo un trabajo y estoy contenta. Es en la tienda de un diseñador reconocido, además paga muy bien —sonrío—, es la mejor parte de trabajar.

—Me alegro de que te guste tu trabajo. Y tienes razón, el día de la paga es increíble, ya te veo bailando de emoción como esos monos que salen en internet.

Suelto una risotada, por poco y escupo el contenido de la taza. Alex termina riendo conmigo.

—Me he dado cuenta de que me encanta trabajar —digo con una alegría nada contenida—. Pero creo que amo trabajar específicamente en esa tienda, es tan extraordinario ayudar a alguien para que logre sentirse cómodo y hermoso. Es una satisfacción que no logro explicar.

Me sonrojo al darme cuenta que Alex me mira, sonriendo con admiración.

—¿Qué? —pregunto un tanto avergonzada.

—Recién surge la Carolina que conozco —comenta haciendo una pausa—, aquella que le encanta hablar de lo que le gusta y que refleja la alegría en su rostro.

—Soy la misma de siempre, Alex —digo con voz entrecortada. Odio cuando su cercanía me torna vulnerable.

—Carolina. No tienes que estar con él si eres infeliz a su lado.

 —He tenido mis momentos felices —admito con un nudo en la garganta. Al inicio Samuel era un buen hombre, pero sigo sin entender su comportamiento reciente. En realidad no sé si es así siempre y si solo actuó para que cayera en sus redes.

—Puedes confiar en mí —hace una pausa—. Quizás entre los dos podamos hallar una solución, pero debes de contarme lo que ocurre.

Parpadeo varias veces porque no quiero llorar delante de Alex, suena estúpido pero me resulta difícil hablarle de Samuel y lo que me hizo.

—Quiero terminar con él pero no puedo —balbuceo y bajo mi rostro. Son tantas cosas que no puedo definir mi situación aunque parezca fácil.

—¿Estás embarazada?

Levanto mi cabeza de inmediato al escucharlo.

—¡No! —digo enseguida.

—¿Qué podría atarte a él para que no puedas poner fin a su relación?




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