Tú, mi salvación

Capítulo 31

En las afueras del local, la música también se escucha, con la ventaja que el sonido no es tan fuerte y me permite que cierre los ojos para respirar en paz. No debí haber dejado que Samuel viniera a la fiesta, pero tampoco debería permitir que él me manipule de esta forma y que termine haciendo lo que él quiere.

—¡Caro! —escucho mi nombre.

Me sobresalto al escucharlo tan cerca, al parecer mis pensamientos y la música no dejaron que lo sintiera al llegar.

—Me asustaste, Alex —reclamo al tenerlo cerca.

—Andas muy nerviosa ¿A qué se debe? Ni siquiera hemos podido bailar, tu protector novio no lo ha permitido —demanda.

—Que yo sepa, no me has invitado a baila —digo. Sonrío escasamente al intentar desviar el tema de Samuel.

—No quiero ocasionarte problemas, he visto cómo miró a Roy y a todos los que bailaron contigo. Estaba a punto de convertirse en una bestia.

—Ay, Alex, no veas bestias donde no las hay —aclaro.

—¿Me concede este baile, señorita? —pregunta extendiendo su mano hacia mí.

Con mi mano temblando, consigo colocarla en la suya. Me atrae a su cuerpo y me estremezco al ser envuelta en sus brazos. La brisa de la madrugada hace que mi piel se erice al percibir su contacto.

Nos movemos despacio al mismo tiempo que siento su aliento en mi hombro y sus suaves manos rosando mi espalda. Me va a matar con tanta cercanía, tiemblo en sus brazos. Cierro los ojos para disfrutar del momento.

Al cabo de unos minutos, Alex se separa un poco para quedar de frente, nos miramos fijo, como si quisiéramos decirnos muchas cosas y al mismo tiempo nada. Como si con solo mirarnos entendiéramos que estamos hechos el uno para el otro.

No puedo evitar subir mi mano y rozar su mejilla. Al recibir mi tacto, él cierra sus ojos, pero inmediatamente vuelve a abrirlos para acercarse y rozar mis labios; mi mano sube a su cuello para atraerlo más a mí y empezar un anhelado beso. Dentro de mí, las brasas del fuego vuelve a encenderse y aumento el ritmo del beso, en este momento ya estoy contra la pared, sintiendo sus manos y las mías en todo nuestro cuerpo. No sé en qué momento el beso se convierte en una batalla de quien arremete con más fuerza, nuestros gemidos se escuchan por encima de la música. Alex acaba con mi cordura.

—Quisiera saber con qué cuento me vas a salir ahora, Carolina.

Nos separamos de inmediato al escuchar a Samuel, su cara centellea ira y no tengo nada que decirle.

—Lo siento. —Se disculpa Alex—. Esto ha sido mi culpa.

—Me hubiera gustado que me besaras hace unas horas de la forma tan descarada, vulgar y pornográfica como lo estabas haciendo ahora.

—Por favor Samuel… —intento hablar para que se calme y no diga tonterías delante de Alex.

—Por favor nada, esto solo me demuestra que eres una perra al hacerlo aquí y delante de todos.

—¡No te permito que le hables así, Carolina merece respeto! —grita Alex y yo lo tomo del brazo al notar que se quiere abalanzar sobre él.

—¿Respeto? —Se acerca retadoramente a Alex y yo empiezo a asustarme—. Respeto es el que debería tenerme ella a mí.

—Samuel, vámonos —suplico tratando de meterme entre ambos.

—No, Carolina —refuta Alex—. Antes que se vayan, debo asegurarme de que se convenza que esto ha sido mi culpa. También quiero dejarle en claro que tú mereces respeto.

—Tranquilo, ya me di cuenta de la clase de novia que tengo. No necesito que me convenzas.

—¡Vámonos! —grita y me agarra con fuerza del brazo a tal punto que casi caigo de bruces.

—¿Qué te pasa? —pregunta Alex—. No debes de tratarla así, a una mujer se la respeta. ¡Carolina! —me llama—, no debes irte con él si no quieres. Temo por tu seguridad.

Es cierto que nunca he visto a Samuel de esta manera, su cara está tan roja que pareciera luchar de sobremanera para no explotar y matarnos. No sé lo que hará o lo que me dirá cuando estemos a solas, pero lo que sí comprendo es que debo de alejarlo de aquí o se armará un problema. No quiero que eso suceda.

—Estoy bien Alex, me iré con Samuel.

—¿La oíste? Me prefiere a mí, así que sobras aquí, mequetrefe.

Arrastro a Samuel hacia el estacionamiento sin siquiera despedirme de Alex, me avergüenza mirarlo a la cara.

Cuando nos empezamos a alejar, Samuel reafirma su agarre.

—¡Suéltame, Samuel! —musito porque ha tomado mi brazo tan fuerte que pareciera que va a romperlo—. Me lastimas —le suplico.




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