Tú, mi salvación

Capítulo 36

—Te percibo distraída, algo te pasa Carolina —habla Leonard mientras arreglamos unos vestidos en los estantes.

Tiene razón, aunque trato de mantenerme ocupada en el trabajo, no dejo de pensar en Alex y en lo que me propuso. Lo cierto es que no tengo con quien hablar del tema, no me atrevo a hacerlo con las chicas porque ellas van a decirme que me aventure y que me vaya a vivir con él. Necesito a alguien neutral, quizá, si le cuento a Leonard, él me pueda dar algún consejo.

—Mi novio quiere que me vaya a vivir con él —confieso.

—Sin duda es un gran paso.

—Así es, por eso tengo miedo. Siempre he considerado tener una sola pareja, no soy de las que dicen que deben intentarlo y si no funciona se separan y ya. No quiero tomarme a la ligera este gran paso, como bien dices.

—¿Lo quieres o solo es un novio más?

—Lo amo como no tienes idea. Pero aquí está mi familia, si me voy sería empezar desde cero.

—A veces, hay que perder para ganar —habla Leonard. Lo miro sorprendida al escuchar esa frase que envuelve muchas cosas.

—Te cuento mi historia: empecé a trabajar con una diseñadora reconocida, me gustaba su trabajo, era un admirador suyo. Se dio cuenta que yo tenía potencial; aunque yo trabajaba atendiendo a los clientes, me dio la oportunidad de diseñar. Lo hice tan bien que formé parte de sus ayudantes para los desfiles y todas las colecciones que lanzaba al mercado. Me sentía muy bien, pero también tenía la necesidad de lograr algo para mí, quería tener algo mío, pero tenía miedo de abandonar lo que ya poseía. Tengo que reconocer que me invadió el pánico, sobre todo cuando algunos habían fracasado en el intento. Eso me detuvo por muchos años, hasta que alguien me dijo la frase que yo te dije hace un rato: "A veces hay que perder para ganar". —Leonard se queda callado por unos segundos, como si recapitulara todo lo que le ocurrió—. Renuncié al trabajo y todos se sorprendieron, casi me echo a llorar cuando mi jefa me dijo que me arrepentiría y que no regresara porque no me iba a ayudar. Fue difícil porque empecé de abajo, de bien abajo. Nadie me quería dar una oportunidad. Pasé casi dos años en mi tienda a punto de dejarlo todo. Fueron los dos años más difíciles de mi vida, hasta que alguien se fijó en mí y de allí surgieron algunos clientes. Y aquí estoy ahora. —Se señala—. Soy el hombre que soy, me di cuenta  que perdí mucho, pero la verdad es que gané más de lo que perdí y estoy satisfecho con el resultado. Quizás a ti te pase lo mismo, dicen que el matrimonio es como una empresa, puede haber días difíciles, pero si se logran dirigirla bien se tiene mucho éxito.

—Es impresionante tu historia, Leonard. Pero él no me ha pedido matrimonio.

—Pero de novios a vivir juntos es casi lo mismo.

—Puede ser —hablo mientras deslizo los dedos por la fina tela del vestido que estoy colocando en el mostrador.

—Tal vez, te toque perder a tu padre y a tus amigos para ganar tu propia familia. —Me mira fijamente—. Pero eso sí, te aconsejo que lo pienses bien.

Se va y me deja con sus palabras en la cabeza, «A veces se tiene que perder para poder ganar», pienso en todos sus significados. La verdad es que no sé si estoy dispuesta a perder tanto.

 

Mi teléfono suena mientras atiendo a un cliente. Es Alex, lo sé por el tono que le he colocado. Me imagino que no es nada importante ya que solo suena una vez. Me decido a seguir atendiendo a la señora porque ante todo, como me ha enseñado él, tengo que ser responsable en mi trabajo.

Con la señora tardo más de lo que había pensado, pero lo bueno es que queda contenta con mis sugerencias.

Voy directo a mi bolso mientras me observa Leonard a través del vidrio, sonriéndose, burlándose de mí. De seguro haciéndose la idea que es Alex quien me llama. Sin prestarle atención, le devuelvo la llamada enseguida.

—Hola —contesto apenas escucho su voz.

Disculpa por llamarte amor, recordé enseguida que estabas en el trabajo y no podías atenderme, así que ya no insistí más.

—Estaba atendiendo a una señora —digo confirmando lo que él ha pensado. Me siento para estar más cómoda mientras acaricio la tira de mi bolso.

—Lo siento, mi amor.

—No pasa nada, pero como eres el jefe, a diferencia de mi puedes hacer todas las llamadas a la hora que quieras —digo irónicamente mientras lo escucho reír.

—No, para nada. Lo que pasa es que pedí un día libre para cambiarme de casa. —Hace una pausa—. Es bonito el departamento, pero me di cuenta que necesito algunas cosas, no sé si podrías venir este fin de semana para que podamos comprarlas juntos.




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