Tú, mi salvación

Epílogo

Alex

 

No hay dudas, desde que la vi supe que sería la mujer de mi vida. Si hace diez años me hubieran preguntado acerca de mi futuro, nunca habría podido imaginar que estaría casado en un país que no es el mío, y que sería jefe de un departamento de publicidad en una empresa que ha crecido vertiginosamente. Alcanzar el máximo estado de felicidad no ha sido fácil, pero tampoco me he quedado sentado para ver lo que podría ocurrir. El sacrificio ha valido la pena.

Carolina complementa mi vida, es esa fuerza magnética que me atrae y me hace recordar que tengo propósitos por los que luchar. No puedo negar que a veces me invade la tristeza de pensar que, si la hubiera dejado marchar, ella ahora estaría en mejores condiciones o con alguien de dinero que podría darle todo lo que ella desea a ojos cerrados, pero su amor y sus palabras me hacen reconsiderar la preocupación y pensar que solo yo podría hacerla inmensamente feliz, como ella dice.

Pedirle que se casara conmigo ha sido el inicio de un matrimonio estable. Pensé que no le gustaría la idea de hacer una ceremonia sencilla en compañía de nuestros eternos amigos y algunos nuevos conocidos de mi trabajo y del de ella, pero otra vez me volvió a sorprender al mostrarse contenta y satisfecha con lo que le puedo ofrecer.

Me alegra mucho que Caro haya aprendido a ver las cosas de forma diferente, ya no llora haciendo berrinches por nimiedades, como cuando recién la conocí y no consiguió un bolso de una colección de una reconocida marca. Sigue vistiendo muy bien, y de vez en cuando se da su capricho de comprarse algo costoso, pero ya no le da demasiada importancia. Ha empezado a ver la vida de una forma distinta a la que estaba acostumbrada y se ha dado cuenta que es feliz de todas formas.

Aún recuerdo cuando me dijo que con una rosa y un beso a la hora de la cena es como si la llevara a comer al mejor restaurante de París. Pero aun así, me encargué que nuestra luna de miel fuera especial; fuimos arrastrados en una carroza por dos caballos recorriendo algunas calles de Bogotá mientras algunos transeúntes aplaudían a nuestro paso.

Aunque a veces no me lo diga, sé que su felicidad no es completa como lo asegura, a veces recuerda que han pasado tres años y un poco más desde que no habla con su padre. Al parecer, él se ha olvidado que tiene una hija. Cada tanto, timbro a su celular pero nunca contesta, de seguro ha de tener grabado mi número.

—Alex, tú has sido el de la idea, así que a ti te toca limpiar todo —me acusa Caro. Dejo la computadora a un lado y me siento junto a ella en el piso.

Amanda no solo ha ensuciado a Alina de pintura naranja en toda la cabeza, sino que intenta treparse encima de ella. La pintura de colores está regada sobre el papel que le he colocado en el piso y también en su cuerpo.

Suspiro. Al parecer no ha sido buena idea dejar que explore el mundo a través de la pintura, la sala del departamento es un caos.

Amanda, nuestra hija, llegó de manera repentina y sin planificación, pero ha sido recibida con todo nuestro amor. Aunque Carolina se cuidaba para no tener bebés, al parecer el método anticonceptivo falló en algún momento. La única razón que supone el doctor es que, tras haber estado un poco delicada de salud, los medicamentos que había tomado hicieron un contraste en ella. Fue sorpresivo, pero tuvimos que asumirlo con responsabilidad ya que era un bebé y necesitaba de muchos cuidados ya que ambos trabajamos.

El embarazo no fue complicado, el único detalle fue que Caro a veces se sentía sola, lejos de su familia y de sus amigos, sin nadie que pudiera estar allí con ella para decirle todo lo que iba a enfrentar. A veces lloraba y decía que le gustaría tener a su madre. Traté de estar con ella en todo momento para que supiera que yo iba a apoyarla siempre; también soporté su humor cambiante porque sabía que era a causa de las hormonas del embarazo, como ella decía.

A Amanda se le ocurrió adelantarse, por lo que las personas que iban a estar presentes en el parto no pudieron acompañarnos. Tuvimos que afrontar ese momento unidos como lo hemos hecho desde que nos casamos. Aunque Carolina es primeriza, ha demostrado ser una excelente madre, pudo sobrevivir esos difíciles meses hasta ahora que la niña tiene casi dos años.

Es nuestra representación de vida, tiene el cabello tan negro como su mamá con el color verde de mis ojos, es una mezcla de lo más linda.

—Yo limpio mi amor, déjala que disfrute —aseguro mirándola embobado.

La maternidad no impidió que Caro siguiera trabajando, gracias a la hija de una compañera de trabajo que vive muy cerca de la tienda y estuvo feliz de trabajar cuidando a Amanda en las mañanas; la tiene en su casa y, cuando puede, la lleva a la tienda para que salude a Caro o para quedarse un rato allí. Es una joven encantadora y nuestra nena la quiere mucho. Por suerte, la dueña de la tienda ha permitido que Caro trabaje solo hasta las dos de la tarde y después del almuerzo se va a casa con Amanda.




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