Tú, nada más

Entorno negro

capítulo 2

En el taxi iba retorciendo sus delgados dedos, a punto de colapsar. ¿Qué fue todo eso? Se tocó los labios con la yema pestañeando aturdida. Resopló mientras el auto serpenteaba la ciudad. Su casa no quedaba muy lejos.

Marcel, cómo sabía se llamaba por Mara, una de sus amigas, que como las demás, se derretía por todos esos chicos que se reunían en la cafetería central a gritar, parlotear y demás; le acababa de dar su primer beso. Sonrió, turbada, desconfiada. Eran guapos, de último año y, por supuesto, a ella también le gustaban, aunque prefería no mirar el mundo que le rodeaba. La gente era desprendida, egoísta, lastimaba, sin importar nada y no deseaba más heridas de las ya existentes.

Aún seguía temblando cuando entró a su casa ubicada en una zona exclusiva del área metropolitana que colindaba con la zona donde estaba el apartamento de ese chico que le robó un beso y algo más… El aliento, aceptó un tanto abochornada. Su existencia era tan gris y opaca que lo que acababa de suceder era como si una bengala hubiese iluminado por un segundo su entorno negro.

Hacía una semana que entró a clases. Nada era diferente de lo que su vida solía ser. Las ganas de desaparecer ahí seguían, la ansiedad por lograr evadirse continuaban y la esperanza de que algo cambiara, también.

Abrió la pesada puerta de madera. La opulencia en la que vivía era patética, asfixiante, abominable. Desde que su madre se casó con ese tipo, ya todo iba de mal en peor y parecía que cada vez se alejaba más el día de que tuviese un retorno.

El malestar provocado por esos chicos en el aula aún continuaba atorado justo en medio de su garganta. El sabor amargo de saberse tan expuesta, nuevamente, ante imbéciles que lo único que deseaban era alardear; la cimbró más de lo que hubiese deseado. Justo cuando pensó que algo realmente malo pasaría y el terror hizo que se mordiese la lengua tanto que hasta le sangró, llegó él.

Todavía sentía esa marea de alivio cuando lo escuchó decir todo aquello. Odiaba el miedo, pero era lo único que sabía hacer: temer. Después, de alguna manera, su hostilidad, su firmeza, su gesto inescrutable, le brindaron la certeza que ansiaba en ese momento de tanto pavor.

Lo siguió sin chistar pues no deseaba averiguar si esos tipos la esperaban por ahí. Luego, cuando no la llevó a su casa, debía confesar que sintió cierto alivio. No era el sitio que más le gustaba, sino todo lo contario, y alejarse de ahí con el pretexto que fuese le parecía buena idea. Pero, además, estaba la forma en la que él se manejaba, la seguridad que proyectaba.

Era un chico atractivo, cabello oscuro, casi al ras del cráneo, de ojos verdes, enormes, cejas muy pobladas, mirada dura, nariz ancha y boca grande, fuerte. Barba incipiente, no más de uno ochenta y cinco, complexión media notoriamente apetecible y bien torneado, o por lo menos así lo catalogaban Mara y Alegra. No fue muy sensato ir a su apartamento, debía aceptarlo, menos dejarse manejar de esa forma… Pero a últimas fechas ya todo daba lo mismo…

 

—¿Dónde estabas, Any? — Cleo le preguntó en susurros cuando atravesó la puerta de la cocina. Se trataba de la ama de llaves y cocinera de aquella repugnante mansión. Any se encogió de hombros agotada—. Tu madre preguntó por ti…

—Tuve que hacer algo en la universidad —le daba igual si la regañaban, si la castigaban, si…

—¿Comiste? —Se detuvo dubitativa. Evocó con una sonrisa la pizza que Marcel le ofreció. Odiaba con toda su alma ese alimento, pero tampoco podía nombrar alguno que le gustara en particular, salvo el helado de cereza o menta con chocolate, los plátanos y el pastel de tres leches, nada le agradaba, no desde hacía mucho tiempo, no desde que comer se tornó en tortura y espacio para reclamos, gritos, arrumacos asquerosos y peleas. Al final asintió sin girar. No tenía hambre.

Al llegar a su habitación, justo cuando iba a tomar el pomo de la puerta, una mano dura que reconoció de inmediato, rodeó su cintura. El pánico regresó y el ácido en la garganta la quemó como si de fuego se tratara. La quitó de un jalón respirando agitada.

—¿Por qué no nos acompañó en la mesa, mi caramelito? —Lo detestaba, lo odiaba como nunca odiaría a nadie más. El típico sudor regresó, así como los temblores.

—Tenía… Tenía que hacer unos trabajos. —Recargó su espalda en la puerta buscando la manija para abrir. El hombre sonrió de esa forma que la aterraba, que aborrecía. Las malditas náuseas aparecieron y sus dientes comenzaron a titiritar al tiempo que el sabor de su saliva se volvía amarga. Alto, fornido, cabello rizado y pulcramente peinando, siempre inmaculado con sus trajes de marca y tan cerdo por dentro. La repugnante mano se acercó a su antebrazo rosándolo con el dorso. Anel tragó saliva con ansiedad.

—En la cena será entonces, caramelito. —Lo observó alejarse con las piernas apunto de doblarse. Entró a su recámara casi hiperventilando, con la cabeza martillando a tal grado que creía que explotaría, eso sin contar las enormes ganas de devolver el estómago que la invadían, pues la bilis subía y bajaba con ardorosa efervescencia.

Desde que se casó Analí, hacía más de tres años, ese hombre se convirtió en su todo. Por él respiraba, reía, actuaba y pensaba. Ary y ella, fueron hechas a un lado sin contemplaciones, pues Alfredo —nombre del repulsivo tipo que se le acaba de acercar y marido de su madre— la absorbía y le lavaba la cabeza que era un encanto.

Su hermana mayor, Ariana, los ignoraba. Hacía un año que se graduó de Diseño y pasaba todo el día fuera de casa trabajando, además, ese hombre jamás la miró como a ella. Desde la primera vez que la vio, en la casa donde solían vivir, con apenas 13 años, la contempló de una manera que le puso los vellos de punta.

Cuando se casaron, comenzó a acercarse de manera más… Atrevida. Le insinuaba cosas, se sabía vigilada. Intentó más de una vez decírselo a su madre, que solía escucharlas, hablarles, quererlas. Nunca le hizo caso, y, al contrario, lo que ganó fue una especie de resentimiento que crecía día a día. La empezó a humillar en público, a burlarse de su apariencia, de su andar, de lo que decía… A menospreciar. Y a pesar de que Ariana le decía que no le hiciera caso, eso creó mella en su autoestima, en su interior desquebrajando de a poco su alma, lo que en realidad amaba.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 05.12.2019

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