Tú, nada más

Nada más

capítulo 6

En el recibidor las maletas de su madre le dieron la bienvenida. ¡No!, no de nuevo. Una hora después supo que se había ido. Estaría fuera dos días, así que el suplicio tenía dos noches por delante. La buena noticia es que el fin de semana él la alcanzaría.

Sin poder probar bocado de lo que Cleo le subió a su habitación, intentó hacer deberes. Iba a cerrar con seguro, pues una de las chicas del aseo se llevaba su charola intacta, cuando él apareció. De inmediato, tembló, sus palmas sudaron y el miedo le hizo respirar más rápido. Ary no tardaría en llegar o eso esperaba.

—¿Se puede saber dónde estuviste, caramelito? —Sin dejar que pasara, lo miró rabiosa.

—No le importa. —El hombre agarró su mejilla para luego apresar su cuello con la intención de acercarla.

—No quiero chicos, Anel —le advirtió con un gesto que le heló la sangre. Sus ojos marrones la perforaron con ira y clara advertencia, con posesividad primitiva.

—Tengo que hacer tareas —murmuró, petrificada. Su olor le generaba náuseas, un asco tal que se sintió enferma de inmediato.

—Eso está mejor, céntrate en tus estudios… —su tono iba cargado de amenaza. Nunca le había hablado así. Ni se le había acercado tanto.

—Suélteme —le rogó con voz quebrada. Alfredo acunó su barbilla con firmeza lamiéndose los labios al tiempo que veía los suyos. Las lágrimas aparecerían en cualquier instante.

—Mientras así sea…, podremos estar todos tranquilos y las cosas con tu madre irán bien. ¿Comprendes, caramelo?
—Asintió, entendiendo; sin novio, no pasaría de la raya—. Me alegra, ya sabes, calladita —besó su frente, dejando un rastro de saliva y se marchó.

Anel cerró la puerta sin poder controlar su cuerpo. Se dejó caer al piso, apretando los dientes y puños con rabia e impotencia, limpiándose una y otra vez. Sintiendo el maldito miedo atropellarlo todo. Ni la razón, ni la objetividad entraban, solo el hecho de que lo odiaba y que estaba jodidamente enfermo.

Varias horas después continuaba ahí con las manos enrolladas en sus rodillas meciéndose de forma convulsa. El piso frío no le importó, así como tampoco que la temperatura fuera bajando. Deseaba irse, salirse de ahí. ¿Si lo hacía? ¿A dónde? Donde fuera, era mayor de edad. Temía que él la buscara, la encontrara y entonces sí estuviera a su merced. Ya en una ocasión se lo dijo cuando huyó.

«Corre tanto como puedas, entre más lejos, mejor. Ya nadie podrá intervenir».

A media noche se tumbó en la cama mirando aprensiva la puerta. Atenta, con pánico. Siempre era así y aunque puso un mueble un poco pesado y que si se movía, sonaría al instante, el miedo solía anidar ahí como si no hubiera nada que lo limitara, entorpeciendo su pensar, su lucidez, envolviéndola en ese túnel repugnante donde solo podía sentir la impotencia de no poder huir.

Para el viernes ya se sentía fuera de su órbita, pero nada diferente a otras ocasiones. A Marcel no lo había visto, sus amigas preguntaban poco sobre su vida. Con el tiempo, al ver que no daba mucho detalle, que se guardaba para sí lo importante, dejaron de hacerlo. Las quería, claro que sí, pero Anel, desde que todo fue de mal en peor, parecía dejarse llevar como una tela por el viento. Leía mucho, se encerraba en su mundo y aunque salía con ellas de vez en cuando, le quedaba claro que el vínculo fuerte era entre Alegra y Mara, y ella, tan solo las acompañaba, nada más. Se sentía seca y con poco que dar.

—¡Ey! No te había visto —salió de sus pensamientos al escuchar la voz de León, uno de los pocos amigos de su preparatoria y secundaria. Él presenció su cambio, él la apoyó, él la consoló cuando más lo necesitó, él fue su incondicional hasta que se enamoró de una chica y se alejó bastante. Sonrió sinceramente girando. Era apuesto, de su edad, solía hacerla sentir más ligera. Sin más, la cargó para depositarla sobre el suelo riendo—. ¡Vaya, Anel! Si no vengo por algo en la mañana, no te veo. —Tomó sus manos para luego cambiar su expresión—. ¿Estás bien?

—Sí, claro —mintió alegremente, ladeando la cabeza observándolo—. ¿Y Ely? —preguntó por su novia. Se llevaban bien, pero no era su amiga, no como él.

—Bien, ya sabes, sus loqueras, pero todo va genial. —Anel lo abrazó de nuevo—. Todo continúa mal… —murmuró León junto a su oreja. Ella asintió sin soltarlo—. Vamos, debes comer, yo te invito algo en la cafetería y me dices qué ocurre… ¿No te ha tocado, verdad? —Se separó, negando asustada. Era el único que sabía lo de Alfredo. Miles de veces conversando sobre ese sucio punto, lograron creer que no se acercaría, que de alguna manera mantendría las cosas así, pues ya había pasado mucho tiempo y no avanzaba.

—No, no —susurró avergonzada de su falta de control, la sola mención de ese hombre agravaba los síntomas de un cuerpo por demás descuidado, mal atendido, desprovisto de lo necesario. Él besó su frente, tomándola por los hombros.

—Vamos.

—No, tengo clases. No te preocupes, León —este acunó su barbilla, preocupado.

—Mierda, Anel. Siento mucho haberme alejado, prometo que estaré más al tanto. Júrame que comerás más tarde… Ya estás demasiado delgada —rodó los ojos asintiendo. Sabía que debía engullir más, sabía que no era sano seguir por ese camino, sin embargo, no lograba reconciliarse del todo con la comida, muchos de los peores momentos vividos los últimos años sucedieron ahí, en el comedor, cuando pensaba ingerir lo que se le servía. De alguna forma, Analí siempre se las arreglaba para que su ingesta doliera incluso, como si de piedras con púas se tratara, y de a poco, sin percatarse, fue aborreciendo todo aquello que pasara por su boca.

—Lo prometo —la acompañó hasta su aula, hablándole sobre su carrera, su relación, su felicidad. Lo escuchó taciturna, sintiéndose por primera vez irritada con él. Su alegría era molesta, su cercanía no llegaba a su ser como solía y, de hecho, le hastió. En las puertas del salón se despidieron quedando en marcarse. No lo haría, no pronto por lo menos, y sabía que ese chico tampoco. Ya no era lo de antes, ya no reía como solía y no tenían nada en común. Sacudió la cabeza y entró triste. Así era la vida. «El fin era inevitable», recordó sus palabras con nostalgia. Eso podía ser cierto.



#69 en Joven Adulto
#1548 en Novela romántica

En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 05.12.2019

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.