Tú, nada más

Vivir el momento

capítulo 7

Abrió los ojos al sentir demasiado calor. Ese olor, su nariz escondida entre su pecho desnudo, mientras sus brazos la rodeaban y su barbilla se hallaba recargada en su cabeza. Seguía dormido. No recordaba haber descansado así en años, no desde que apartó esa imagen. Con la pesadilla donde «ese asqueroso» se acercaba con intenciones repulsivas, tuvo suficiente. Esas cosas le pasaban con más frecuencia de la que podía admitir, pero con Marcel ahí, el miedo cedió casi de inmediato como cuando la luz refulgente del sol derrite el hielo después de una nevada.

Se apartó delicadamente, debía irse, de hecho no debió quedarse dormida sin más en aquella cama, mucho menos accedido a pasar la noche ahí. No obstante, después de ese espantoso sueño, lo último que quería era regresar a ese oscuro lugar donde se hundía cada minutos más.

Él, de alguna manera que no lograba descifrar y en la cual no deseaba ahondar, le brindaba la seguridad perdida, la necesidad de olvidar lo que en su entorno lúgubre acontecía. Siempre dentro de una cueva húmeda, tan sola, tan perdida, ya ni siquiera se sentía ella misma, ya ni siquiera lograba adentrarse en su interior, hacer contacto con su ser, ese que se resguardó mucho tiempo atrás debido al dolor, debido a que esa fue la única manera de enfrentar el día a día, debido a que nada había sucedido que valiera la pena como para salir de ahí, de ese lugar donde se hallaba bien resguardada. Pero de pronto, llegó ese chico duro, contradictorio, que generaba millones de emociones con tan solo un gesto rudo, que sensibilizaba su interior a un grado que no entendía, y… Y ya no se sentía igual, nada era lo mismo… Un miedo diferente, un sentimiento incongruente y que definitivamente se estaba haciendo demasiado fuerte, permeaba todo sin consultarle, sin avisarle. No, eso no estaba bien, no era lo más sano para su débil existencia.

Se sentó sobre el mullido colchón acomodándose el cabello que sabía, no estaba tan desaliñado gracias a lo lacia que era. ¿Dónde estaba su jeans?

—¿Qué sucede? —Esa gruesa voz la hizo girar. Él se frotaba los ojos poniéndose boca arriba.

—Yo… Yo no sé dónde está mi pantalón —admitió con un hilo de voz. Dios, era guapísimo. Marcel se incorporó en un codo y le indicó con la otra mano un sillón gris oscuro. Apenas si se vía con las persianas gruesas corridas. Se levantó con timidez, él la observó. La joven pasó saliva con dificultad, intentando enterrar cualquier demostración innecesaria.

—¿Qué haces? —quiso saber, tumbándose de nuevo, deleitado por lo que veía. Anel se percató de su mirada lujuriosa, pasó saliva sin poder creer que la viera como si fuera algo tan apetecible, como si de verdad le gustara.

—Debo irme. —El chico de inmediato se tensó, incorporándose—. Siento haberme quedado dormida. —Acto seguido salió de ahí abriendo la puerta con cuidado, sin prisa.

¿Qué? ¿Así, nada más? ¿Qué mierdas?

Se puso de pie y salió tras ella. Ya se acomodaba el suéter y sujetaba su cabello con la goma que estaba sobre la barra de la cocina, todo a paso sereno.

—¿No tendrás problemas, cierto? —La veía ir y venir con una indiferencia asombrosa, desconocida.

¡Al diablo! Si así se portaría de fría, él también.

Ella negó, regresando a su habitación para salir con sus calcetines y botas en la mano. Se las puso sin verlo a los ojos ni una sola vez. Metió sus cosas a la mochila ya un poco nerviosa por su extraña conducta.

—Gracias —musitó, avergonzada, al tener ya el picaporte de la puerta en la mano. No deseaba que él la echara porque sabía entonces sí quedaría devastada. Irse sin hacer aspavientos era lo mejor, después de todo no eran nada y ella lo había aceptado.

—Cuando quieras —rugió él desde atrás apretando los puños con rabia. La vio desaparecer, incrédulo. ¿Era en serio? Unos minutos más pasaron en los que no se movió esperanzado. No regresó, no nada. Aventó un cojín furioso y regresó a su habitación. Se dejó caer sobre el colchón lleno de frustración y, al hacerlo, su maldito olor apareció como si moléculas de polvo añejo se hubiesen elevado al moverlas.

—¡Ah! —gritó, dándole un golpe molesto a la cama. Se dio una larga ducha.

Bramando y maldiciendo, una idea surgió. De nuevo se sentía de buen humor. Se vistió de prisa y la llamó. Después de tres timbrados contestó. Soltó el aire con disimulo.

—Hola… —su vocecilla lo hizo sonreír. Sí, aún necesitaba más de ella.

—Voy por ti en cuarenta minutos.

—Marcel, yo… —no sonaba convencida.

—Ponte ropa cómoda, trae tu cámara. Te veo afuera de tu casa —y colgó. Pasó por algo de comer, lo pidió para llevar y llegó justo a tiempo. La joven salió enfundada en jeans, una blusa violeta de algodón muy sencilla y tenis claros con una pequeña mochila colgando. Algo molesto se removió en el pecho al saberla tan suya, tan ajena. Se subió con timidez, sin mostrar ninguna emoción.

—¿A dónde vamos? —quiso saber, perdiendo la vista en el exterior. Era asombroso que nada hubiese cambiado en ella después de lo que compartieron.

—Al zoológico —Anel volteó, intrigada, intentaba mantenerse imperturbable, pero es que él no se lo ponía nada fácil, aun así, lo seguiría intentando, eso que tenían, no tardaría en acabar y lo sabía muy bien—. No veas así, ¿has ido?

—Hace muchos años —aceptó, sin poder comprenderlo. ¿Qué habría dentro de su cabeza que cambiaba tan abruptamente sus estados de ánimo?

—Yo también, pero es uno de los mejores, algo distinto suena bien —soltó, mirándola de reojo.

El lugar estaba asombrosamente cuidado, limpio. Recorrieron uno al lado del otro, todo sin tocarse, sin entrelazar las manos, simplemente ahí, juntos. Marcel observó como Anel iba relajándose conforme pasaban las horas. Si bien su forma seguía igual, sonreía un poco más, hablaba un poco más. Le señalaba animales para luego sacar la cámara y fotografiarlos encantada, entusiasmada, casi infantil.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 05.12.2019

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