Mi voz no cambió. La respiración, sí. Muy poco, pero suficiente.
–Perdona –oí a mi espalda mientras alguien me sujetaba el brazo.
Me detuve sobresaltada, pues las últimas horas las había vivido como como una autómata y llegaban a mí ruidos e imágenes, pero amortiguados, externos, como si no fueran conmigo. El cóctel de pastillas que me había recetado la psiquiatra para los malos momentos hacía que todo fuera lento, pausado, tanto como para parecer que miraba la vida como si no fuera conmigo, como quien está en un estado de duermevela mientras tumbado ve una peli de domingo por la tarde en la tele.
–Te llevas mi equipaje. No creo que te sirvan de mucho mis calzoncillos y mis camisetas, pero quién sabe…
Giré la cabeza hacia maleta que arrastraba, ¿era la mía o…no? Aurora había anudado un pañuelito rojo al asa y en la que sujetaba no había ni rastro de la prenda. Volví a mirar al interlocutor mientras me llevaba la mano a la boca instintivamente y algo en su voz atravesó la niebla.
–Lo siento, no sé dónde tengo la cabeza últimamente. El robo de guante blanco no es lo mío como habrás podido observar. Mil disculpas –le dije mientras tendía el asa plegable para que la cogiera su legítimo propietario y me giraba para proseguir mi camino muerta de la vergüenza.
–Disculpa, ¿no te olvidas de algo? –La voz volvió a sonar a mi espalda con un tono risueño. Por un momento, miré mis manos por si, por su cuenta, se habían apropiado de otra cosa.
–Creo que no. He cubierto el cupo de hurtos que me había propuesto para el día de hoy. Mañana será otro día –le dije mientras amagaba una sonrisa.
El chico no merecía menos: de expresión jovial y mirada luminosa, por no decir nada del conjunto, que era de lo más atractivo que había visto en mucho tiempo. Rubio, ojos azules y con una musculatura que se marcaba debajo de una camiseta blanca que dejaba ver unos brazos bien definidos.Tan guapo que casi daba rabia.
–Yo creo que te queda algo por hacer, sonó su voz suave, envolvente, casi juguetona. A punto estuve de pensar que se estaba riendo de mí. Y no tenía el cuerpo para bromas.
–Pues no sé, puede que sí, que me falte algo, pero así es la vida: un montón de acciones incompletas esperando a que alguien las termine. Gracias por no denunciarme. No sé si hubiera sobrevivido en la cárcel –le espeté mientras me daba la vuelta para acercarme a la puerta de embarque. Habían anunciado un retraso otra vez, pero me apetecía sentarme tranquila y quizás leer algo.
–Oye, en serio, creo que no puedes dejarme así.
Allí estaba él. Sujetando su maleta y la mía. Sin reproche. Sin prisa. Sólo…había olvidado lo que era que alguien me esperase.
–Espera, ¿qué prisa tienes?Hay retrasos. Yo también tengo que esperar. Hay un problema con los sistemas informáticos de embarque por lo que tendrás que esperar hasta que lo solucionen. Teniendo en cuenta que eres una delincuente en potencia, que necesitas estar vigilada para no hacer tonterías, como cometer hurtos delante de las narices de la policía, y que también tengo que esperar: ¿por qué no me dejas invitarte a un café? Dicen que el de la cárcel no es gran cosa. Por lo menos, si te cogen, te llevas eso… –Llegados a este punto, concluí que había elementos contra los que no se podía luchar y que la cafeína no me vendría mal después de todo.
–Si no queda más remedio que ingresar en prisión, me comeré también un cruasán, pero invito yo, al fin y al cabo, casi te desplumo.
–¿No te parece que si vamos a compartir mesa es preferible que nos presentemos?Dicen que eres una víctima menos apetecible si el delincuente te ve como a una persona –dijo extendiéndome su mano– Hola, me llamo Duarte y, a pesar de mi apariencia de chico bastante resuelto, suelo ser víctima de atracadoras desaprensivas.
Era tan encantador que no pude menos que darle mi mano, congelada por el aire acondicionado, la cual estrechó y envolvió con la otra al notar la frialdad.
–Vaya, realmente creo que no sobrevivirías en la cárcel. Estás a bajo cero en un aeropuerto, no quisiera saber cómo lo llevaría tu organismo en un sitio menos acogedor. ¿Me vas a decir cómo te llamas o todavía piensas que puedes escabullirte de la ley?
–Es posible que te de un nombre falso. No me arriesgo a que me detengan por una maleta llena de calzoncillos.
–Bueno, miénteme, pero dame un nombre. No soy el tipo de hombre que toma café cualquier desconocida.
–Me llamo Diana y ese es mi verdadero nombre. Lo que no te daré ni aunque me mates es mi apellido. No suelo darle mis datos personales al primero que me invita a tomar algo. Como comprenderás, hay mucho psicópata suelto con cara de buen samaritano.
–Diana, la diosa cazadora. Ahora entiendo todo. Vas por la vida acechando a tus presas, desplumándolas y dejándoles el corazón roto. Su sonrisa no fue amplia. Fue sincera. Y eso fue peor.
–Estoy aquí y no te veo tan mal, por lo que intuyo que no te he roto el corazón, Señor Duarte invito a desconocidas a tomarse algo conmigo a las primeras de cambio…Los tipos tan lanzados siempre me han traído problemas.
–Solo la he invitado a un café. No se ilusione, Señora Diana voy por ahí con la escopeta cargada esperando lo peor del prójimo…y en cuanto a lo del corazón, eso no lo puedes ver a simple vista. Ahora mismo ya estoy devastado.