Tu nombre nunca termina

Capítulo 12. Lo que no supe darte

No siempre llegamos a tiempo a la vida de quienes amamos.

Querida Diana:

Si estás leyendo esto es que han acabado mis días y es hora de que también acaben mis secretos. No puedo quejarme de la vida que he tenido, pues he sufrido en ocasiones, pero también he sido sumamente feliz. Con esto quiero decirte que no estés triste por mi muerte porque he hecho todo lo que quería, aunque siempre me faltarán días para compartir con Branca y para que tú y yo nos conociéramos mejor. Quizás en ti esté mi mayor fracaso, algo que me acompaña desde mucho antes, con la muerte de tu madre. Tampoco fui el mejor marido para ella, si vamos a ser sinceros. No sé si tendrás la capacidad de perdonarme, pero lo he hecho lo mejor que he podido dadas las circunstancias, aunque es cierto que me faltaron una cercanía y una dedicación que bien merecías, pero tu parecido con ella era tal que resultaba realmente complicado.

Voy a tratar de ser concreto y de aclararte todas las dudas que creo que tendrás a estas alturas.

La primera pregunta que debes estarte haciendo es por qué te oculté que tenías una familia y por qué también se lo oculté a ellos. Me reencontré con tu madre un verano y, aunque nunca nos habíamos tratado, nos conocíamos porque en los pueblos todos saben de todos. No teníamos relación porque nuestras familias estaban peleadas desde tiempos inmemoriales. Había verdadero odio causado por traiciones, muertes y otras desavenencias que no vienen al caso porque a ti te quedan muy lejos. Lo cierto es que nos gustamos, nos enamoramos o eso creímos. Tenerlo todo en contra hace que una relación se intensifique. Visto desde la distancia, creo que fuimos víctimas del síndrome de Romeo y Julieta. Probablemente, si no nos hubiesen puesto tantos impedimentos y hubiéramos tenido tiempo para conocernos mejor, nuestra historia no habría llegado a ninguna parte. Éramos muy distintos y estoy convencido de que en pocos meses nos hubiésemos cansado y habríamos seguido con nuestras vidas, pero ella era tan sumamente hermosa y frágil y yo estaba tan harto de lo que opinara mi familia, que no hubo remedio. Creo que lo mismo o algo similar le debió pasar a ella. Con todo en contra, se vino conmigo. Ni mi padre ni el suyo nos perdonaron y cortamos los lazos con una familia que hizo prevalecer el pasado antes que nuestro futuro. Una vez tu madre no estuvo, no tuve ni el valor ni las ganas de recorrer el camino a la inversa porque los agravios familiares no se borran con los años sino que se intensifican.

¿Qué nos pasó a tu madre y a mí? La vida, básicamente. Cada uno tenía sus prioridades, la mía era el trabajo, la de ella la pintura. Yo estaba muy centrado en mi carrera y reconozco que cada vez compartíamos menos tiempo juntos. Ella daba clases por las tardes, yo acumulaba horas en el despacho para ascender: lo típico. Coincidíamos más con otras personas. No puedo reprocharle nada a ella de lo que te voy a contar, porque yo no lo hice de manera diferente y sería un hipócrita si te dijera lo contrario. A esto hay que añadir que, analizando mi comportamiento desde el hombre que soy ahora, entiendo que me faltó la sensibilidad y la empatía necesarias para ser un buen marido.

Tu madre se enamoró de otro. Era alguien que asistía a sus clases y que después murió. Por esa época, yo andaba muy entretenido con una compañera de trabajo y no supe o no quise ver su sufrimiento. Sé que ella tenía sus dudas sobre la paternidad, nunca lo dijo abiertamente, pero yo lo intuía. Diana, no sé si eres mi hija biológica, pero a estas alturas da un poco igual, el otro padre posible no existe, ya no estaba cuando ella se marchó. La muerte de tu madre lo complicó todo: los médicos dijeron que padecía una depresión posparto muy fuerte, que intensificó un trastorno bipolar del que se estaba tratando y que yo desconocía. Yo creo que la mató la pena y la soledad por la pérdida de esta persona. Compartían proyectos relacionados con el arte y él la conquistó con tiempo, justo lo que yo no estaba dispuesto a darle. Un tiempo que no le sobraba, pues era conocedor de que estaba muy enfermo y, aún así, lo compartió con ella ¿Cómo competir con eso? Él le dedicó su último año de vida y, sin él, ella no pudo seguir adelante ni siquiera por ti. Esa es la verdad.

Espero que recuperes el tiempo que te he hurtado con tu abuela. Tu tía, mi hermana, sí sabe que existes, se lo confesé hace un par de años y me suplicó muchas veces para que hiciera lo que correspondía y te llevara al pueblo a conocerlas. Ya ves, no tuve el valor. Sé feliz, querida Diana.

Luis




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