Cuando el pasado contesta al teléfono, el presente deja de ser el mismo.
Una vez más, Branca se había asegurado de facilitarme las cosas. Se había encargado de llamar a mis dos familiares vivos en el mundo: mi abuela por parte materna y mi tía por parte paterna. Eso supuso un alivio considerable porque, a decir verdad, yo no hubiera sabido cómo abordarlo de entrada. Así que, allanado el camino y cuando me sentí con fuerzas, marqué el número de teléfono. Lo hice como quien pulsa el código para desactivar una bomba y, tras sonar unos cuantos tonos que se me hicieron eternos, una voz femenina respondió al otro lado de lo que iba a ser mi vida.
–Soy Diana –atiné a decir con la respiración entrecortada. El corazón me iba a mil por hora y esperaba lo que me pareció una eternidad.
–Hola, rapaciña, ¡qué gusto poder oírte!
Se hizo un silencio que no lo era del todo, pues algo así como un sollozo me llegó del otro lado. Luego prosiguió con la voz algo quebrada:
–Esto es algo que ya no esperaba, y estoy muy contenta, ¡ay, qué contento máis grande, meu Deus! Cuánto siento esto que nos ha hecho tu padre, e eu só espero que Deus o perdoe –dijo, entremezclando los dos idiomas, mientras se le rompía la voz al otro lado, sin que yo pudiera hacer nada para remediarlo; únicamente estar.
–Para mí también ha sido una sorpresa y me alegro de oírla por primera vez y de saber que me queda alguien. Había pensado viajar la semana próxima si le parece bien. Me gustaría pasar unos días por allí… Había pensado reservar un apartamento.
–¿Cómo que un apartamento? Tú te vienes a casa, no fai falta falar máis. Avísame cuando sepas el día exacto. Ya he hablado con tu tía, es una pena tenerlo que decir, pero tu padre y mi marido enredaron mucho esta historia y a nosotras nos faltó valor para contrariarlos, pero esos tiempos ya se fueron y las mujeres somos más razonables. No te preocupes, menina. Ya verás que esto te gusta –insistió como si tuviera que convencerme de la visita.
Ante tanta predisposición, era imposible declinar la invitación porque ¿cómo le dices a una abuela a la que han privado de tus primeros veintiocho años, que no quieres quedarte en su casa? Bien mirado, era una prueba de fuego y, si salía mal, peor habría sido no conocerla.
–De acuerdo. No reservaré un apartamento. Voy sin fecha de regreso porque he decidido tomarme un tiempo para mí, pero no quiero abusar de su hospitalidad. Iremos viendo sobre la marcha. ¿Le parece?
–“Le parece” no; te parece, que yo parí a tu madre.
–Vale. Hasta pronto…Abuela.