Tu nombre nunca termina

Capítulo 15. El primer puerto

No todos los viajes comienzan con un billete; algunos, con una voz que te llama por tu nombre.

Cerré hasta arriba la cremallera del plumas que Branca me había dejado. Aunque el paseo andando me había hecho entrar en calor, el aire de la mañana era tan frío que me cortaba la cara. Me detuve un momento para volver a consultar la ubicación y, según pude observar, casi había llegado a mi destino, pero no estaba del todo segura: todos los pantalanes del muelle me parecían iguales.

Pensé en darme la vuelta. De hecho, giré sobre mis talones con la intención de marcharme a casa, cuando su voz me detuvo.

–Creí que las ladronas eran más valientes. No me creo que hayas barajado la posibilidad de darme plantón

Esa voz tan vital no podía ser de otro, por lo que instintivamente sonreí.

–Buenos días, Diana cazadora.

–No estoy segura de que me apetezca una excursión en barco con un casi desconocido al que solo he visto en persona una vez en mi vida ¿Cómo sé que no eres un psicópata? –le dije medio en broma, pero un poco en serio.

–Es fácil. Sácame una foto a mí y otra al barco. En la popa tienes el nombre –dijo.

Seguí sus instrucciones al pie de la letra, porque no me parecía tan descabellado dejar testimonio de dónde me subía y con quién iba. Los true crime de la tele han hecho mucho daño a mi generación.

–¿Lo tienes? Mándalo a alguien de confianza. Si no vuelves, diles que busquen a Duarte Castro.

Me parecía demasiado perfecto para ser real. Había aparecido de la nada y me halagaba su interés, pero un paseo en barco, lejos de tierra, me tiraba un poco para atrás.

Aún así, vista mi trayectoria, decidí que la vida era solo una y efímera, tal y como había aprendido a través de mis propios progenitores. No me quedó más que sujetarme a su mano, que me impulsó hacia dentro de la embarcación con el brío suficiente para que acabara entre sus brazos.

–Vaya, Diana. Veo que me has echado de menos –señaló aprovechando la coyuntura y estrechándome en un abrazo que hizo que me pusiera colorada.

–Estaba comprobando si tenías la cartera en el bolsillo. Lo mío es pura deformación profesional –le contesté para salir del paso, mientras me dejaba poner un chaleco salvavidas como una muñeca a la que vistiesen en un juego. –¿Dónde vamos? Al menos, me gustaría saber en qué tipo de aventura me estoy embarcando.

–Un capitán siempre guarda sus secretos. Solo te puedo decir que deseo que hoy te lo pases bien. Anda, ven que te presento al resto.

Una voz femenina contestó a su llamada desde la parte baja.

Hablaba con alguien más, un hombre. Imaginé por un momento que eran amigos, pero al verlos subir las escaleras no supe si descartarlo porque, a simple vista, eran bastante mayores para ser de su pandilla.

–Hola, linda. Soy Isabel, la tía de este bribón y este señor de aquí es mi marido, Afonso. Encantada de conocerte. Duarte nos ha hablado de ti y nos alegra que nos acompañes. Verás qué día tan fantástico vamos a pasar –me dijo mientras me daba dos besos–. Ela é linda, meu querido –le dijo a Duarte. Por mi parte, le devolví una sonrisa y estreché la mano del hombre, cuya pinta de bonachón se acentuaba con una barba blanca y una camisa de rayas marineras. Del mismo modo que subieron, volvieron a bajar y nos dejaron solos en cubierta. Según ellos para que disfrutásemos del clarear del día.

–Vaya, esto sí que no lo vi venir. Un asesino en serie que viaja con sus tíos mientras trata de seducir a una de sus víctimas. Sí que te curras las coartadas.

–Quería que estuvieras tranquila y a estos dos les gusta mucho un paseo. No los veo mucho el resto del año, así que, como ves, he matado dos pájaros de un tiro. ¿Eres alérgica a algún medicamento?

–Aquí está. Ahora es el momento en el que me drogas para descuartizarme mientras tus tíos se enrollan en el camarote. Un poco rebuscado para esta hora de la mañana, ¿no?

–Anda, ven aquí, deja que te ponga un parche detrás de la oreja para que no te marees. No quiero que nada nos estropee el día.

Con mucha delicadeza me dio la vuelta.

Me recogió el pelo y me lo colocó sobre un hombro, mientras me pegaba el pequeño adhesivo. Estaba cerca, tanto que pude notar su respiración en el cuello. Una vez terminó, sus dedos cálidos se deslizaron por mi cuello, haciendo que se me erizara la piel.

–Listo. Nos vamos, marinera. Hoy tenemos una travesía de unas tres horas entre ida y vuelta y te aseguro que no te vas a arrepentir de acompañarnos. Siéntate por aquí –me indicó uno de los laterales de la popa y me cubrió las piernas con una manta, mientras por la emisora daba instrucciones al personal del puerto para soltar amarras y partir.

La visión del Puente Veinticinco de julio, iluminado por la luz tenue de la mañana, era todo un espectáculo, aunque no menos que observar a Duarte pilotar el barco.

O meu sobrinho é bonito, hein? –La tía de Duarte pasaba del portugués al español con una velocidad pasmosa, pero todavía había sido más rápida para pillarme mirándolo embelesada.

Verdadeiro –dije, mientras sonreía ante la complicidad de Isabel, quien se sentó a mi lado, mientras su marido trajinaba cerca del capitán.




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