Tu nombre nunca termina

Capítulo 18. Con el intermitente puesto

Nos despedimos como si me fuera a otro país. Quizás el trayecto no fuese muy largo, pero ambas sabíamos que la Diana que partía ya no volvería a ser la misma.

–¿Llevas todo lo que necesitas? ¿suficiente ropa de abrigo? El verano ya ha dado sus últimos coletazos y, aunque aquí todavía no ha llegado el frío, allá arriba seguro que sí.

–Creo que llevo todo lo necesario, excepto que no sé muy bien qué me hace falta para que todo salga bien… ¿Y si no les gusto?

–Le gustarás. Lleva esperanza y no te cierres. Debe ser igual de complicado y duro para ellas. Van a ser unos días extraños, pero recuerda que lo diferente no tiene por qué ser malo. Además, vas a ir muy bien acompañada: vaya fotos que tiene colgadas en redes tu chófer… –bajó la voz, se rió y se llevó la mano a la boca, como si hubiese dicho algo prohibido–. No sé si a tu padre le haría mucha gracia que anduviese ojeando fotografías de jovencitos en Instagram. Espero que sepa entender que hago este trabajo de investigación exclusivamente por tu bien. Seguro que hoy nos está acompañando. Al fin y al cabo, él nos ha metido en todo este tinglado –señaló mientras le brillaban los ojos.

–No sé qué decir Branca, salvo que a mi padre le gustaba verte feliz y risueña. Así que, aunque sea a costa de mis ligues, debe parecerle bien. Lo recuerdo mirándote embobado… Aunque no lo creas, durante un tiempo te tuve envidia: jamás me miró a mí de la misma manera; sin embargo, con los años caí en la cuenta que no era culpa tuya ser una persona tan alegre y tan abierta.

–Te miraba, claro que te miraba, pero estabais tan enfurruñados el uno con el otro que jamás te diste cuenta. Tu padre te quería, Diana. A su manera, complicada, sí. No era un hombre fácil… ya lo sabes. Pero dejémonos de tristezas. Viene un hombre guapo a recogerte y yo voy a salir a despedirte como toda una madrastra –me acarició la cara–. Me gusta verte así, con el pelo recogido: pareces una bailarina. Creo que este chico va a sufrir después de este viaje, porque no va a poder dejar de pensar en ti… y si no fuera así, él se lo pierde.

–Creo que ahí viene.

Un coche deportivo se acercaba con el intermitente puesto. Al bajarse, me quedé mirándolo… y él a mí. Debimos de quedarnos quietos más tiempo del que parecía, porque fue Branca quien, presentándose, volvió a ponerlo todo en marcha.

–Soy Branca, la madrastra. Conozco a tus tíos, así que espero que seas un muy buen chico, ¿entendido? –le dio un beso al aire junto a la mejilla, con esa naturalidad suya para romper el hielo–. A ver, cuéntame cómo piensas llevar a esta muchachita a su destino.

Mientras guardaba mi maleta y la mochila en el maletero, Duarte contestó con toda la tranquilidad del mundo:

–Será un viaje a una velocidad moderada con un conductor con años de experiencia. Haremos varias paradas para estirar las piernas y buscaré lugares bonitos para que Diana conozca esto mejor. A mediodía estaremos en Viana do Castelo, donde pasaremos la noche. Tengo que hacer las fotos de la boda de un amigo. No es lo mío, pero no he podido negarme: es un compañero de la universidad al que quiero mucho. Por cierto, Diana, espero que te apetezca acompañarme.

–No he preparado nada en la maleta para una fiesta. Si me esperas, quizás pueda buscar algo con Branca. Aunque… tal vez sea mejor que yo me quede tranquila en la casa de huéspedes. No hace falta que cargues conmigo; seguro que quieres ponerte al día con tus amigos –dije, sintiéndome incapaz de enfrentarme a un grupo de desconocidos.

–Ni hablar. Te vienes conmigo. Y lo de la ropa, déjalo en mis manos. Ya lo había previsto. Preferí no adelantarte nada para que no cambiases de opinión. Pensé que una invitación a una boda después de una excursión con mi familia podía asustarte un poco. Así que decidí plantearlo sobre la marcha, como algo casual.

–No te cortas un pelo –le di un manotazo en el hombro haciendo el gesto de querer matarlo.




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