Duarte me dejó en la puerta de la casa de huéspedes donde nos alojaríamos. Era una preciosa casona antigua, propiedad de una amiga suya.
–Pasa, Diana, este Duarte siempre va con prisas. Al menos, podía haber entrado a saludar. Menos mal que lo quiero igualmente, aunque sea un desastre.
–Por lo visto tenía a los novios esperando y quería aprovechar la luz antes del atardecer. Siento las molestias… –comenté algo cohibida, aunque la sonrisa amplia de Sofí me hizo sentir en casa desde el minuto cero, algo que sólo es posible cuando se aúna que la persona que te acompaña y el lugar sean propicios a este propósito.
–Espero que estés a gusto aquí. La heredé de una tía y he invertido en ella todo lo que tengo y también lo que no tengo, para qué mentir. Quisimos mantener el toque retro, porque había muebles de coleccionista y nos pareció un pecado no restaurarlos.
–La escalinata es francamente de cine. Me encanta –señalé, embobada levantando la vista por los tramos hasta el techo de cristal.
–Sin embargo, no tenemos ascensor. Así que vas a disfrutar de la experiencia completa y de esta escalera tan preciosa, pero con un número considerable de peldaños –indicó mientras cogía mi maleta, algo que traté de impedir de todas las maneras.
–Sofí, de verdad, yo la llevo.
–Anda, déjame ayudarte y así te enseño todo. Te he puesto en la planta alta porque tiene las mejores vistas. A Duarte le he reservado una en la planta del comedor, para que los ruidos del desayuno lo despierten; que él es de la casa… a menos que queráis compartir habitación. Y no estoy cotilleando, ¿eh?, solo quiero que estéis cómodos.
–Somos algo así como extraños conocidos, no estamos en ese nivel. Aunque si solo quedara una habitación, nos apañaríamos –reí. Sofi era de verdad un encanto.
–Tranquila, que ya terminó la temporada alta y hay habitaciones de sobra. Te enseño el comedor y la cocina. ¿Tienes hambre? ¿Un café?
–No, gracias. Hemos almorzado de camino y lo que me pide el cuerpo es una buena ducha, pero antes quiero que me enseñes este lugar de revista. Se nota que lo han tratado con mimo…
–Amor no ha faltado, eso es cierto. Mira, ésta es la cocina, que comunica con el comedor.
La cocina era antigua, con una inmensa mesa alta con gavetones por ambos lados. Cada cajón llevaba el número y el nombre de una habitación. Dos puertas de doble hoja daban paso a un comedor con mesas de distinto tipo y algunos sillones y sofás con mesillas auxiliares, algunos apostados junto a los grandes ventanales.
–Queríamos que el ambiente fuera familiar. Mira: en la nevera tienes un estante para tu habitación. Mañana encontrarás el pan, la bollería y la fruta en tu gavetón. Venga, subamos una planta y te dejo a tu aire, que me están esperando: la boda es a las seis y mírame estos pelos. Lo vais a pasar bien. Es una fiesta con amigos y familia, nada de bodorrio. Estarás cómoda. Nos vemos allí.
Me despedí de Sofí, sorprendida por lo bien que hablaba español, y cerré la puerta.
La habitación era tan acogedora como el resto de la casa. Desde la terraza se veía la catedral coronando la colina, como un cuadro integrado en la habitación. Me dejé caer en la cama. Las cuatro. Tenía media hora para descansar y una hora para arreglarme con lo que fuera que me hubiese preparado Duarte.
Ya tumbada, sentí curiosidad. Con tantos sucesos, no había tenido la calma de averiguar más sobre él. Sabía que Instagram non era el mejor lugar para conocer a nadie, pero sí para intuir el ambiente que lo rodeaba.
Entré en su perfil a hurtadillas, casi avergonzada.
Había fotografías profesionales, otras de viajes y muchas en las que salía etiquetado con amigos. Y otra cosa: una mujer aparecía bastante y era realmente guapa. Los gestos y la cercanía entre ambos mostraban una gran complicidad. Pelo negro larguísimo y unos rasgos ampulosos muy del gusto masculino.
Vaya… si por un momento pude considerar que este hombre iba a estar interesado en mí, creo que fantaseé más de la cuenta.No puedo competir con semejante mujer.
Estaba tan cansada que decidí que tampoco tenía ninguna necesidad de hacerlo. Casi fue un alivio. No tenía el cuerpo ni la cabeza para más complicaciones. Disfrutaría del viaje y de la compañía, que era estimulante en todos los sentidos: conversacionales y vista, para qué mentir.
Aún así, una pequeña espinita se clavó en mi vanidad: el interés de Duarte me había agradado, y asumir que aquello no iba más allá de una amistad fue un golpe a mi ego.
Recordé a la señora del pañuelo. Lo saqué del bolso y lo dejé sobre la mesilla.
Estaba claro que Duarte no era uno del dúo de galanes que ella veía en mi futuro.