Cuidar es la manera más honesta de querer.
Durante muchos días llovió sin parar. Tanto, que tenía la impresión de que al mirar afuera lo hacía a través de un tamiz. Usé la excusa de la lluvia para salir solo lo imprescindible, aunque aquí la meteorología adversa no detiene a nadie; están acostumbrados a la niebla, al frío y al agua.
El tiempo ha corrido como el agua que cae del cielo y, con él, he viajado entre las horas hasta una yo algo distinta. Entré en esta casa muy cansada y, tras este letargo hogareño, me he descubierto convertida en otra. Es posible que el cambio sea imperceptible, pero hoy soy distinta.
Es agradable despertarse y acostarse sabiendo que hay alguien que quiere permanecer a tu lado. Así es a miña avoa, mi abuela en gallego: está y quiere estar. No hace falta que lo diga porque se le nota. No es una mujer excesivamente habladora; dice lo justo, revoloteando de un lado a otro, cuidando cada detalle. Cuidando, esa es la palabra que he aprendido con ella. Se podría definir de muchas maneras: un desayuno esperándome en la mesa, ella pendiente de que coma mientras hace sus cosas y me mira por el rabillo del ojo, o posa sus manos pequeñas sobre mi pelo. No hace falta más, lo juro. Yo, que siempre he padecido de verborrea, estoy aprendiendo lo agradable que es no necesitar decir nada. Claro que tenemos mucho que contarnos, pero vamos con calma, poco a poco, sin desgastarnos. Nos consagramos al quehacer diario de la casa, cada una en lo suyo: si no es la limpieza, es la comida, el jardín o dibujar o leer.
A veces, cuando Mariña y yo salimos juntas a la compra, nos saludan las conocidas y, como siempre en los pueblos pequeños hay quien murmura. Muchos no han sabido de mi existencia hasta hace poco, aunque todo el mundo sabía que mi madre se distanció de los suyos y que después murió. Me gusta ir con la avoa y la forma en la que me agarra del brazo mientras caminamos, o cuando me da un codazo para señalar a alguien y luego comenta: “esa chica ha estado muy enferma” o “mira, parece que ha resucitado, después de quedarse viuda”. Cosas de abuela y cosas de pueblo, supongo. Todo esto es nuevo para mí.
En el apartado de asuntos pendientes están las cajas. No tengo prisa, pero sé que me esperan. Hay un garaje lleno de cajas con las cosas de mi madre: las de antes de marcharse y las que vinieron con mi padre el día que trajo su cuerpo muerto para entregarlo a la tierra que la vio nacer. Mariña me ha dicho que son mías y que haga con ellas lo que considere. No siempre han estado en el mismo sitio. Trasladó todo con ella a esta casa –la de su madre– cuando se mudó tras la muerte de mi abuelo, pero no quiso abrirlas porque era demasiado doloroso. Por ahora, no me encuentro preparada para meter las narices en un mundo que me es ajeno. Todo lo referente a mi madre me resulta extraño, pero sé que en algún momento tendré que afrontarlo. Quizás la semana que viene, me digo. Todavía me siento convaleciente y ,mi abuela recién estrenada –porque eso es lo que siento que es para mí– es como una taza caliente de caldo en los días fríos.