Tu nombre nunca termina

Capítulo 28. La llave

Hay otra cosa que debo afrontar: la casa familiar que me legó mi padre, a la que todavía no me he atrevido a ir. La avoa dice que no cuente con ella para acercarme a ese infierno, y lo único que he hecho es observarla desde fuera, sin atreverme a entrar. Está en el casco antiguo, así que, cuando salgo a comprar algo, paso por delante a la ida o a la vuelta. Es curioso: ese edificio es mío, pero lo miro desde la acera como una forastera, preguntándome cuánto tiempo llevará cerrado y qué secretos guardará. No parece mal conservado. Aprieto la llave en el bolsillo del abrigo y me quema, como si hiciera fuerza para salir, pero sé que aún no es el momento. Demasiados acontecimientos recientes y muchos cambios.

Hoy, una voz de mujer suena a mi espalda. Me habla como si me conociera y, aunque jamás la he oído antes, sé quién es.

–Alguna vez tendrás que armarte de valor y entrar. Es tuya y no debería estar cerrada.

Al girarme, me encuentro con una mujer de unos sesenta años, delgada, erguida como si estuviese suspendida por la coronilla. Lleva un delantal blanco con unas iniciales bordadas: U.F. Es la hermana de mi padre: Uxía Fontán. No sé muy bien qué hacer, así que le sonrío y tiendo mi mano para saludarla, pero ella no la coge. En lugar de esto, sus brazos me envuelven. Me arrepiento de no haberla llamado antes, como la avoa me ha pedido insistentemente.

–Eres igual que ella. Y que la otra. Por un momento me ha parecido ver un fantasma. Menos mal que tu padre decidió hacer lo correcto, aunque tarde –lo dice levantando la barbilla. Creo ver que los ojos se le humedecen, pero no llega a caer ninguna lágrima–. Qué le vamos a hacer, nunca fue un hombre valiente. La última vez que hablamos le dije que era un crimen lo que estaba haciendo: tus abuelos maternos estaban destrozados y tú les hubieras dado algo de paz. No es que los tenga en gran estima, pero ocultarte fue una enorme cobardía.

Hablaba pausadamente, sin apartar de mí una mirada que oscilaba entre el abatimiento y el enfado. Yo no sabía muy bien qué decir, menos mal que ella llevó la voz cantante y me arrastró con ella hacia el edificio de enfrente.

–Anda, entra en el obrador. Un chocolate caliente nos vendrá bien a las dos.




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