Algunas miradas despiertan más que un café.
–¿Quién es? –le pregunté a Anna desde que lo vi entrar por la puerta de la cafetería.Me lo encontraba a menudo, pero no habíamos vuelto a hablar desde el incidente en Correos.
–Llama la atención, ¿verdad? Es imposible no mirarlo y, a la vez, me resulta difícil no imaginártelo chupándote la sangre lentamente.
–Sí que parece un poco oscuro.
Ambas bisbiseábamos mientras lo observábamos de reojo, mientras se tomaba un café y leía.
–Se relaciona muy poco. Va a lo suyo, aunque no le falta compañía cuando quiere – murmuró Anna, tapándose la boca mientras se reía–. A mí no me importaría calentarlo en una noche de tormenta…Por lo que sé, se mudó a una casona allá arriba hará un par de años. Suele bajar a comprar y viene bastante por la cafetería. Siempre igual: se sienta en la mesa junto a la ventana y lee mientras se toma un café oscuro como su alma.
Reímos, porque a Anna le iba el drama y las pelis de terror, y ya le había adjudicado un personaje al objetivo de nuestros chismes.
–Es guapo. Eso es innegable, pero un poco maleducado –le dije por lo bajo.
–¿Y eso? ¿Qué me he perdido?, ¿Cuándo has hablado tú con ese hombre y, lo más importante, por qué yo no me he enterado?
–No he hablado con él. Solo tuvimos un encuentro desafortunado hace varias semanas en Correos. Creo que me tomó un poco el pelo, pero no estoy muy segura.
–Algo es algo. De todas formas, no creo que sea para nosotras: estamos vivas
Anna seguía con la broma de vampiros, y la verdad es que él se prestaba a ello: las veces que me lo había encontrado por la calle llamaba la atención: alto, altísimo, piel muy clara en contraste con un pelo y unos ojos negrísimos, tatuajes oscuros que asomaban por el cuello de su camiseta y por las mangas. Informal, y a la vez, tan elegante. Caminaba por la calle en camiseta y vaqueros como lo haría cualquiera por una pasarela. Sin mirar a ningún lado, como si el resto del mundo no existiera.
Anna se acercó a la barra y, en ese momento, él levantó la mirada del libro y la fijó en mí. Tranquilo, sereno, mientras esos ojos negros y profundos escudriñaban hasta lo más hondo de mi alma. Tuve que recordar respirar; por un instante, se me había olvidado hacerlo. Cerré los ojos y, cuando los abrí de nuevo, la magia había desaparecido. Ya no estaba.
–Tiene una ebanistería de muebles de lujo. Yo digo que es un asesino en serie que hace los ataúdes de sus víctimas a medida, con sus propias manos. Con esas manos fuertes con las que también compra sellos en Correos. A saber cuántas pobres mujeres indefensas descansan en el bosque que hay cerca de su casa después haberle dado un buen revolcón.
–Pues yo creo que es un espía retirado.
–¿Retirado tan joven?
–Claro. Se quedó sin padres y lo entrenaron para ser una máquina de matar. Tras unas cuantas misiones exitosas, se ganó el derecho a vivir una vida tranquila… hasta que, por un motivo de vida o muerte, lo vuelvan a necesitar. Entonces se irá una temporada, sumará unos cuantos asesinatos a su lista y volverá como si nada.
–También puede ser un vampiro que ha decidido mudarse aquí porque no puede quedarse más de una vida en ningún sitio y que se alimenta con sangre de animales… o de algún incauto que ande de noche por esos caminos.
–Te olvidas de que todos los días compra el pan. La panadería es donde más me lo he cruzado.
–Lo usará para mojar en la sangre, yo qué sé. Sobre vampiros no hay certezas verificables. Quizás tenga una dieta mixta.
–Mixtas nos vamos a quedar nosotras si no nos movemos. Anda, vamos, que la avoa debe estar esperándome hace rato.
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Nos vemos el lunes 🧡. Cuidado con los vampiros que toman café. Puede pasar que te los encuentres en los lugares más insospechados.☕️🦇