Capítulo 33. Servicio de inteligencia

El guapo desconocido se había convertido en un tema de conversación recurrente. Tanto que mi amiga había puesto en marcha su servicio de inteligencia y había averiguado todo lo averiguable sobre él. Al parecer, había ganado un buen capital trabajando e invirtiendo en Bolsa y había decidido retirarse a un lugar tranquilo. Sin mujer ni familia conocida, llevaba una carpintería pija donde hacía piezas exclusivas con sus propias manos. Era un hombre, no un chico y arrastraba un pasado del que no teníamos todas las piezas. En un pueblo con pocos sucesos interesantes, hablar de él mientras lo observábamos se convirtió en una de nuestras aficiones favoritas.

–Cuando esas manos no acarician la madera están sobre la tabla de surf o en el cuello de alguna víctima atraída irremediablemente por su belleza –me susurró Anna mientras bebía su refresco.

–Pues, ahora que lo dices, la caja con pinturas y pinceles de mi madre necesita una reparación… Me la dio la abuela al poco de llegar y es preciosa y antigua. Dice que el abuelo la compró a un anticuario en la capital. Me pregunto si también arreglará antigüedades ––lo dije, consciente de que a mi amiga se le acababa de aparecer la Virgen. Por fin teníamos una excusa para subir allá arriba y curiosear.

–Mejor mañana que pasado. Necesito saber más de ese hombre. ¿Qué come? ¿Cómo vive? ¿Hay fotografías en su casa? Es todo un misterio y estas dos bellezas van a averiguarlo todo hasta el final, o acabarán estranguladas y enterradas tras la tapia de su jardín.

–No seas dramática. Es un hombre normal. Quizás algo reservado…

–Normal, lo que se dice normal, no es. Lo mismo te lo encuentras a diario que desaparece durante semanas. Siempre solitario, aunque la compañía femenina le gusta. Muchas veces lo he visto acompañado, pero no repite. Esto también lo sé por lo que cuentan las malas lenguas. Esto es un sinvivir.