Anoche volví a a soñar con Duarte. ¿Y si no está bien? ¿Y si le ha pasado algo y por ese motivo no sé nada de él?
Me he levantado decidida a localizarlo, pero, en cuanto he empezado a marcar, se ha caído un jarrón de la mesilla de noche. He debido dejarlo cerca de la orilla. Es una pena, porque era muy bonito. Lo recojo y voy a por el segundo intento.
La avoa me llama desde abajo, pero decido cerrar la puerta un momento; quiero saber si, por lo menos, está sano y salvo. Al tercer tono me contesta una voz femenina que me resulta familiar. Me quedo callada, pero desde el otro lado la interlocutora me interpela.
–Diana, ¿estás ahí? Se oye fatal –cómo no, Asha ha cogido el teléfono.
–Sí, sí, estoy aquí. Ahora te oigo mejor, solo quería saber qué tal estaba Duarte, pero ya llamo en otro momento.
–Ha salido y se ha dejado el teléfono. Nos hemos venido a la capital a descansar unos días y a organizar el material que tenemos. Cuando llegue, le diré que has llamado.
–Gracias, Asha. Espero que todo haya ido bien.
Cuelgo con la extraña sensación de que entre esta mujer y Duarte hay algo más que una relación laboral y una amistad. Por lo pronto, lleva meses sin llamarme y ella está con él todo el día. Fin del asunto.