Hay noches que empiezan en un armario y terminan en un recuerdo.
–Querida, hoy salimos a darlo todo e se chove, que chova –oigo a Ann, cantarina, entrando como un ciclón en la cocina de la avoa.
–Pues creo que es muy buena idea, Anna –le contesta la avoa–. Esta meniña mía se pasa el día en casa metida, e aínda é moi nova estar encerrada en este convento.
Lo cierto es que la abuela lleva días animándome a salir. Creo que tiene miedo de que acabe aburriéndome y me vaya, pero disfruto tantísimo de estar en casa…
–De acuerdo. ¿Te vienes más tarde, cenamos aquí y nos preparamos juntas? –concluyo para tener la fiesta en paz, porque conozco a Anna y sé que no parará hasta que consiga lo que quiere. Además, la conversación con Asha me ha animado a no quedarme esperando a que mi caballero andante haga acto de presencia. La vida sigue, me he dicho.
–Me parece perfecto, pero te advierto que vamos a ir vestidas para matar. –Nos dice esto y, con la misma, sale como ha entrado.
Esto es lo que tiene que las casas aquí siempre estén abiertas: que cualquier loca se te cuela hasta la cocina.
Tras cenar y recoger todo, comenzamos a valorar opciones frente al armario de mi habitación. Anna se ha traído un cargamento de ropa y maquillaje. No recuerdo haber hecho esto nunca, así que lo disfruto y vuelvo a ser la adolescente que nunca fui.
–¿Has sabido algo del periodista?
–Ni una palabra desde que me dejó en la puerta de la casa de la avoa. Pienso que estará muy liado –le digo, no del todo convencida, pero sin hablarle de Asha para no parecer una celosa posesiva.
–Si Sarkozy pudo conquistar a Carla Bruni y gobernar Francia en los seis primeros meses de su mandato, este hombre bien podría mandarte un mísero wasap. Así que, a rey muerto, rey puesto. Esta noche vamos a ligar, que, hasta donde yo sé no tienes nada serio con él más allá de ser el rollo de una noche.
–Te veo muy puesta en historia de Francia –le digo mientras me río.
–Es lo que tiene ser hija de una peluquera. Primero, que te voy a dejar más guapa que a la Ester Expósito y, luego, que el Hola ha sido mi cartilla de lectura –se parte de la risa mientras me improvisa un recogido informal en un santiamén.
–Pues sí, tienes razón –digo, seductora–. Estoy estupenda; que se preparen los mozos, como diría la avoa.