El deseo se nota, aunque nadie lo nombre.
La noche promete. El local está abarrotado y no me extraña: buena música, copas y mucha gente con la que hablar y, sobre todo, con la que bailar. Gente conocida para Anna, claro, que parece la relaciones públicas del establecimiento. Las copas nos calientan el ánimo y enseguida estamos en la pista, dándolo todo con nuestro atuendo de infarto. Al final, a modo de broma, hemos decidido vestirnos igual: mini short de cuero con medias negras, camisetas de los Ramones y botines bajos para poder movernos con comodidad.
–Oye, guapita de cara, mira quién no deja de mirarte desde el otro lado de la pista… y eso que está muy bien acompañado. Si yo fuera una de esas rapazas, lo mandaba a tomar viento. No les hace ni caso…solo tiene ojos para ti. Vaya con el vampiro, parece que ya no es tan reservado…y tengo el pálpito de que ya ha elegido.
–No sé, ¿tú crees? Yo lo veo a lo suyo, como siempre. Además, no veo que esté perdiendo el tiempo precisamente. Mira como lo besa la vampiresa del vestido rojo.
–Sí, claro, por eso no te quita ojo. Me está dando miedo…o envidia. Las dos cosas a partes iguales
Se ríe, me da un abrazo y nos metemos en medio de la pista. La música sube, las luces giran y siento cómo el ritmo se me mete bajo la piel. No estoy para amoríos, pero en una de las vueltas lo veo. Y es ahí donde empieza todo.
Está al fondo, apoyado en la barra, con la chica del vestido rojo pegada a él. Pero su mirada –esa mirada– se cruza con la mía medio segundo más de lo normal, lo justo para que me arda el pecho. Mi giro, intento ignorarlo, pero cuando vuelvo a bailar lo noto siguiendo mis movimientos desde lejos, como si el ritmo entre los dos fuera un diálogo sin palabras.
La chica lo besa en el cuello y le acaricia la cara con la mano; él apenas reacciona. Solo ajusta la mandíbula, tenso, y le baja la mano con suavidad, como si necesitara ver mejor. Como si necesitara verme a mí.
Me río por no hacer otra cosa y me muevo más, exagerando un par de pasos sensuales. Anna se da cuenta:
–Diana Fontán, estás jugando con fuego –me grita entre risas.
No respondo, pero lo siento. Siento cómo él me mira como si estuviésemos solos, aunque ella siga besándolo como si no hubiera un mañana. En un momento, él da un paso hacia mi lado de la pista, apenas uno… pero alguien lo intercepta. Una mano que se aferra a su muñeca, una palabra al oído. Se queda quieto. Ni avanza ni retrocede.
Bailo entonces con un amigo de Anna, solo para darle en los morros. “Hombres”, pienso. Pero cuando paso cerca de él –sin quererlo porque me lleva mi acompañante– siento algo extraño: él se inclina y siento su deseo tan intensamente que me pone el corazón a mil; sin embargo, no pasa de ahí. Ni se acerca ni me habla y, por supuesto, sigue dejando que su acompañante lo bese como si no hubiese un mañana.
Por la mañana, la avoa me llama desde la puerta de la entrada de manera insistente y bajo corriendo, asustada, pensando que se ha caído. La abuela no suele pedir ayuda para nada, así que imagino lo peor.
Salgo al jardín y la veo de espaldas, con los brazos en jarra, mirando hacia el banco de piedra. Respiro aliviada, pero cuando me acerco para averiguar qué la ha alterado tanto, se me saltan las lágrimas. La caja de pinturas de mi madre está totalmente restaurada. No solo eso: parece nueva.
–Meniña, parece que estoy viendo a tu madre el día que se la regalamos – dice con la mano en el pecho–. Tu abuelo la tiró contra la pared el día que se fugó de casa. Recuerdo que sentí el golpe como si se me clavase un puñal. A ella le encantaba esa caja; todavía no entiendo cómo no se la llevó.
Le pongo una mano en la espalda para consolarla y me inclino porque veo un papel que asoma. Debe ser la factura, pienso. Pero no: sin embargo, está escrito con letra negra, elegantísima, como no podía ser de otro modo:
“He disfrutado arreglándola, así que me doy por pagado.
He encontrado una hoja de papel en un doble fondo. La he abierto, pero al ver que era una carta, la he cerrado.
Imagino que tendrá un gran valor sentimental para ti”.
No hay factura. Miro dentro: la carta está ahí.
La abuela se adelanta.
–Es la letra de tu madre.
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Querida lectora:
Gracias por acompañar este capítulo tan importante. La caja de pinturas vuelve a casa… y con ella, una carta de su madre que Ivo ha respetado como si fuera un tesoro.
El miércoles regreso con la continuación.
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