Para entender lo que duele, hay que mirar donde casi no hay luz.
He abierto la puerta y ahí están, esperándome. Me he vuelto una experta en aplazarlo todo. Las cajas parecen preguntarme desde una esquina del garaje qué pienso hacer con ellas. Aún me quedan varias por abrir y alargo el momento cuanto puedo. Finjo que mi madre y yo nos hemos enfadado y que hemos quedado una vez a la semana para arreglar nuestras cosas, como si solo estuviéramos distanciadas y no separadas para siempre. Pero no está. Y eso convierte todo esto en caminar de noche con la linterna del móvil: ves lo que tienes cerca de los pies, pero no lo que lo rodea.
En el garaje hay una mesa vieja. La limpio porque está cubierta de polvo; se nota que la avoa apenas entra aquí. La necesito impecable, como si fuese un quirófano. Sobre ella voy a diseccionar la vida de una mujer a la que no conozco.
Abro una de las cajas más grandes. Encuentro láminas sin enmarcar que me transmiten alegría, presencia de la naturaleza: verdes y azules intensos. A medida que avanzo, aparecen otros tonos; los ocres se imponen. Se nota que pertenecen a su estancia en la isla. Siguen siendo vivos, pero ya no hay exuberancia. Son hermosos de otra manera. Muy hermosos.
Toco la superficie irregular donde se acumulan las pinceladas y pienso en que siempre me gustó pintar. Ella dedicó su tiempo a esto y superpuso colores en este mismo lugar donde ahora yo apoyo los dedos. Pinto igual que ella. Lo heredé sin haberla visto hacerlo. No es una pintura realista; busca el espíritu del espacio, la luz, el conjunto. Me gusta.
La segunda caja también está llena de láminas, pero son muy distintas. Grises, blancos, negros. Mucho más abstractas. Mientras paso de una a otra, una nota cae al suelo: estaba fijada a la trasera de una de ellas, titulada Lo que tú me dejas. Representa un lugar arrasado, reducido a cenizas; no hay vida, solo esqueletos de árboles.
Recojo la nota pensando que será un recibo, una referencia para la venta. Pero no: es un mensaje breve, contundente: “Nunca es ni será un adiós, Teixa”.
A partir de esta obra, todas siguen una espiral de oscuridad. Por la fecha, comprendo que yo ya formaba parte de la vida de mi madre. Yo no era un proyecto. Ya era alguien real.