–Sabía que me sonaba de algo. Ya te dije que ser hija de una peluquera de pueblo te da una formación extra, imposible de conseguir de ninguna otra manera –comentó Anna, agitando una revista mientras asomaba por la puerta de nuestra cocina. A saber qué locura estaría tramando esta vez.
–¿De qué estamos hablando exactamente?
–De nuestro Edward Cullen particular, como no podría ser de otra manera. Tengo información calentita, pero no pienso desatar mi lengua si no me preparas algo suculento para merendar.
–Hay bizcocho que ha hecho la abuela, y puedo ponerte un té. ¿Suficiente para que acabes con tanto misterio?
–Me vale.
Anna es una fuerza de la naturaleza. A veces, demasiado intensa, pero siempre una buena compañía. Hija de madre inglesa y padre gallego, se mudó a la casa junto a la de la avoa cuando tenía tres años, y desde entonces los lazos entre ambas familias han sido estrechos. Sobre todo desde que Sarah –su madre– enviudó; sin más familia en el pueblo, decidió quedarse y seguir adelante con su casa y su negocio, en lugar de volver a Manchester.
Anna ya entraba como Pedro por su casa antes de que yo llegara y, ahora, más porque nos entendemos de maravilla.
–Bizcocho, té, unas pastas… He cumplido mi parte –le dije mientras le servía–. Desembucha, que me tienes en ascuas.
–Mira –señaló, abriendo un Hola por la sección de “ricos en sus casas de ensueño”–. ¿Te suena este handsome man?
Costaba reconocerlo: más formal, afeitado, sonriente… pero era él.
–Es Ivo. Pero no parece Ivo. ¿De cuándo es esto?
–De hace seis años. Llevaba tiempo dándole vueltas a que me sonaba de algo. Da la casualidad de que mi madre no tira ni una sola revista, las guarda porque le encanta ver los vestidos e inspirarse para sus patrones. Ya sabes que le gusta mucho coser en sus ratos libres. Pues mira… premio.
El reportaje mostraba un exclusivo piso en Milán en el que posaban Ivo y una mujer muy guapa y elegante. “Amor y lujo en la ciudad de la moda: El exitoso empresario Ivo Vanni y su prometida, la modelo Isabella Lorenzi, nos abren las puertas de su piso en Milán”.
Posaban en distintas habitaciones de un enorme piso en el que abundaba el lujo y las obras de arte. En las primeras fotos aparecía él; el resto era un desfile de la modelo luciendo alta costura. El texto se centraba en ella: su faceta profesional, su deseo de formar una familia y su creciente dedicación a distintas obras benéficas, un compromiso que –según la revista– la convertía en una mujer aún más admirable.
–Es él, pero no parece la misma persona. Ahora es tan…
–¿Vampírico, oscuro… raro?
–Diferente.
–Pues partiendo de esto, activé mis dotes de investigadora. Meses después de este reportaje, Ivo desaparece de las redes y de los cotilleos como si se lo hubiese tragado la tierra. Ella, en cambio, vuelve a salir en el Hola, esta vez con otro acompañante: “La modelo Isabella Lorenzi, enamorada y felizmente casada con el magnate Sandro D’Angelli”. A nuestro no muerto le han roto en corazón como poco. Pobre.
–¿Crees que se mudó aquí por un desengaño amoroso?
–Por eso y por un problema con su empresa. Eso ya es más difuso. He podido averiguar que su empresa se llamaba Gruppo Finanziario Vanni, un negocio familiar que creció muchísimo cuando él tomó las riendas. También he encontrado algún titular que lo vincula con negocios turbios: en un artículo de Chi sobre la ruptura con Isabella se insinuaba que la empresa atravesó un escándalo financiero.
–Y tanto. Mira dónde está. Desde luego, esto no se parece en nada a Milán. Te has ganado la merienda. En cualquier caso, no es nada nuestro, así que tampoco nos afecta.
–Bueno, nada nuestro, nada nuestro… algo tuyo sí que es. Si no, ¿a cuenta de qué tanto detalle y tanto encuentro casual? Vamos, que llevamos hablando del susodicho día sí y día también… –alzó las cejas con suficiencia–. Y no iba tan desencaminada. Ya ves: quizás no haya ninguna víctima enterrada en su jardín, pero cadáveres en su pasado…alguno tiene. Algo le pasó a este hombre para pasar de ser Mr. Maravillas a el Señor de las tinieblas.