Entender es otra forma de heredar.
La tía atiende a un par de clientas mientras su ayudante prepara lo necesario. Después se sienta conmigo.
–El chocolate cura todas las penas –anuncia–. Cuando abrí este negocio, me prometí que la infelicidad de los demás no me afectaría. Te parecerá mentira, pero estar aquí, tomarme un chocolate caliente con pimienta y canela mientras miraba la casa de mis padres… era un ejercicio que solía hacer a menudo. El calor del horno de leña, el olor a pan y a pasteles, el cristal del escaparate separándome de todo aquello… Creé una burbuja. Y funcionó. Por eso no quise casarme: ya ves tú el ejemplo que viví en casa. No quise arriesgarme a repetirlo.
–Mis padres tampoco debieron ser muy felices, si no… –callo. No quiero teñir el ambiente con la palabra que lo ensucia todo.
Doy un sorbo al chocolate; el calor me baja por la garganta como una caricia.
Uxía apoya una mano en mi brazo.
–Tu padre no iba a venir aquel verano –continúa–, pero tu abuela insistió y él canceló un viaje que había organizado con unos amigos. Así era ella. Celebraban su aniversario y quería que estuviéramos juntos. Como si hubiese algo que festejar. Si él no hubiera venido, quizá todo habría sido distinto. Un amor prohibido es muy tentador, hija. Y tu madre era una flor rara para alguien tan ambicioso y amante de lo hermoso como tu padre.
–Si él no hubiera venido ese verano, yo no estaría aquí contigo…
–Es cierto. Eres lo único bueno de todo aquello. Me gusta pensar que tu padre y yo también somos lo único bueno de la boda de mis padres… aunque costó tanto sufrimiento.
–No tengo muy claro por qué mi abuelo no aprobó la relación de mis padres. Quizá todo fue culpa suya. Si mi madre no hubiera tenido que fugarse… si hubiera tenido el apoyo de los suyos… tal vez ahora yo tendría una madre y tú una cuñada que viniese aquí a comer pasteles y a compartir confidencias.
La tía sonríe con nostalgia y deja la mirada perderse, seguro que en el pasado, mientras menea la cabeza.
–Hay tristezas que no se superan. Tu abuelo adoraba a su hermana, y ella adoraba a mi padre. Lo sé porque mi avoa paterna me lo contó. Dios la perdone, pero mi madre… con su carácter caprichoso, nos rompió a todos.
–¿Cómo llegó todo a eso?
Uxía baja la voz.
–En su lecho de muerte, mi padre, tu abuelo, me pidió que guardara una caja con recuerdos que tenía en su taller. No quería que ella la destruyera. La escondí aquí, en la pastelería, porque sabía que ella jamás cruzaría la calle. En esa caja hay parte de tu historia y de la mía. Y creo que ha llegado el momento de devolverla a su lugar: la casa de mi padre, la que mi madre arrebató a tu tía –se detiene–. Es duro hablar así de una madre, lo sé. Pero tú no la conociste. Primero se encaprichó de él y lo quiso para sí; después lo fue amargando día a día, como la gota que termina desgastando la piedra.
Hay algo más…Algo que enterré tan hondo que ni tu padre llegó a saberlo.
–Me estás asustando, Uxía. Después del todo lo que me has contado… ¿qué puede haber peor?
La tía inspira hondo.
–Siempre había algo peor con ella. Quizá pienses que hablo de ella sin cariño. No es eso. La quise como se quiere a una madre, aunque no fuera buena. Solo al final… justo antes de morir… tuvo un momento de lucidez. O de delirio. Me pidió perdón. Creo que pensaba que hablaba con mi padre. –su voz se vuelve un susurro–. Recuerdo sus palabras como si las oyera ahora:
“Te he querido tanto… No sabes de lo que he sido capaz por ti. Pero tú solo tenías ojos para ella. Tenía que desaparecer y fue tan fácil… Era tan confiada que hasta me dio pena. Se tomó la infusión sin sospechar. Luego la llevé en tu camioneta al acantilado. Dormida como estaba, la dejé caer. Bajó como una hoja cuando el árbol ya no la reconoce. Pero ni así dejaste de pensar en ella. Hasta muerta siguió siendo un obstáculo entre nosotros”
–No puede ser, ¿crees que lo hizo? Quizá deliraba…
–No tengo ninguna duda –afirma, con una calma que duele–. No vienes de una familia de suicidas. Lo de tu madre fue fruto de una enfermedad; lo de tu tía-abuela fue un asesinato. Lo sé desde hace tiempo. Pero tu abuelo ya no vivía, así que ¿para qué removerlo? Aún así… tenías derecho a saberlo.