Tu nombre nunca termina

Capítulo 54. Ir o no ir

–¿Qué hago, Anna? ¿Voy?

–Pues claro que vas. Lo que no entiendo es por qué no me lleva a mí. Siempre he pensado que soy el prototipo de mujer que gusta a los hombres inalcanzables.

–No sé… esto se me mezcla con lo de Duarte y me lía. Últimamente Ivo está demasiado presente. La semana pasada hasta cenó con la avoa y conmigo.

–¿Y dónde estaba Duarte en ese momento? ¿A que no me sabes decir? Pues eso: el que se fue a Sevilla…

–Ese es el problema, Anna. Cada vez más me importa menos dónde esté Duarte, y no sé si eso está del todo bien…

–Sí, fatal, claro. Gravísimo que una mujer joven y soltera se fije en un homazo. Una locura que va contra todas las leyes divinas y humanas. Con esos ojos negros, ese mentón marcado y ese cuerpo… ¿A quién se le ocurre?

–Te hablo en serio.

–Yo también. Diana, cariño: tienes “algo” parecido a un novio que aparece y desaparece cuando le da la gana, del que no sabes nada en semanas. Seguro que es un santo y por eso tú tienes que guardarle voto de silencio y clausura. Venga ya. No es nada tuyo. Podría no volver mañana y el mundo seguiría girando…También, podrías cederme el vampiro a mí, yo sí que sabría darle un buen uso…

–Para Duarte soy especial. Él me lo ha dicho…

–Especial cómo? ¿Te ha dicho que eres el amor de su vida? ¿Que sois exclusivos? No. Lo que quiere es ir a la suya sin líos. Te pregunto: después de esos primeros días tan intensos, ¿habéis vuelto a hablar de algo tuyo? ¿De tus cajas? ¿De tu madre? ¿De algo que no sea su trabajo?

Me quedé callada porque no había nada que responder. Y aun así, me resistía a cerrar esa puerta. Fue tan bonito al principio… ¿y si me equivocaba?

–Ahí está –siguió ella–. Vete con el vampiro y deja que te chupe la sangre. Tú eres pequeñita; es posible que luego le quede hueco para mí. Imagina esos labios en mi cuello… esas manos curtidas de trabajar la madera sujetándome contra la pared…

La risa nos explotó encima. Tanto, que la avoa subió más a curiosear que a poner orden, y terminó trayéndonos un picoteo mientras nos miraba como si fuésemos dos niñas.




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