Capítulo 02: Jefe cruel y exigente.
Narra: Aarón.
Entré a la oficina con Raúl pisándome los talones, mientras me repetía nuevamente el itinerario para el día de hoy. Los empleados, como de costumbre, se levantaron de sus asientos mientras decían al unísono:
—Buenos días, Sr. Lander.
Y como una rutina de todos los días, respondí con una leve sonrisa y un asentimiento de cabeza. Sé que mis empleados me odian, ¿que empleados no odian a su jefe? Les deja trabajo hasta el cansancio, les roba sus días libres, los llama a las 3 de la mañana porque no encuentra un documento. Sí, soy el jefe mas increíble.
—¿No has tenido noticia de la modelo?
Dejé mi saco a un lado y me senté frente al escritorio. Miré a Raúl, se quitó los lentes y pasó su mano por su cabello, desordenándolo.
—Sigue negando el encuentro —dijo, sentándose en la silla frente al escritorio—. Su manager dijo que ha tratado de convencerla pero aun sigue negándose. Debo admitirlo, es la primera modelo que nos ha costado tanto convencer, normalmente suelen aceptar los contratos horas más tarde.
—¿Le agregaste las clausulas que te dije al contrato?
Asintió.
—Justo como lo pediste, pero aún así su respuesta sigue siendo la misma —Hizo una mueca—. Creo que ya perdiste tu toque, hermano.
Me incliné hacia adelante, poniendo mis codos sobre el escritorio mientras pasaba mi cabello entre mis dedos. Resoplé. Uff, tenía razón, estaba perdiendo mi toque.
«¿Qué más tendría que ofrecerle para hacerle ceder?»
—¿Por qué insistes tanto en ella? —preguntó, mirándome inquisitivo. Dejó las formalidades como siempre que estábamos a solas. Se inclinó hacia atrás en la silla subiendo los pies en el escritorio—. Admito que es muy hermosa y sus antecedentes en la industria del modelaje son muy buenos, pero hay mejores modelos de ahí. ¿A caso la quieres para algo más que lo profesional? —preguntó alzando las cejas con picardía.
Le pegué en los pies para que los bajara de mi escritorio.
Que insoportable se volvía a veces.
—No es de tu incumbencia, sólo limítate hacer tu trabajo en horas laborales —respondí lacónico. Él resopló, sin hacer lo que le dije—. Dime, ¿al menos conseguiste que aceptara venir a la reunión? —Raúl torció los labios—. Dios mio, Raúl, a veces me pregunto como es que aún no te he despedido.
Él rio.
—¿Tal vez porque soy el único amigo en el que de verdad confías y que nunca haría algo en contra tuya? —Lo fulminé con los ojos. Aunque tenía razón. Mi vida era tan patética que las personas que me buscaban, lo hacían solo para sacar provecho de mí, o mas bien de mi dinero, por eso nunca tuve una relación seria con ninguna mujer o... con nadie—. Bromeo, amigo. Su manager aceptó venir a la reunión, pero dijo que no prometía traer a la modelo.
—¿De qué me sirve que venga su manager sin ella? Es con ella que quiero hacer el contrato. Es a ella a quien quiero.
—¿Seguro que es algo profesional? Porque no lo parece.
—¿Para cuando es la reunión?
—En dos horas.
Miré mi reloj.
—Es demasiado tiempo.
Suspiré profundo, echándome hacia atrás en la silla.
Un gruñido nos desconcertó.
Raúl y yo nos miramos.
Volvió a sonar.
Y esta vez sabía de donde provenía.
Mierda, se me había olvidado comer algo esta mañana.
—¿Tienes hambre? —preguntó al escuchar los sonidos extraños que emitía mi estómago—. ¿Tú, Aarón Lander, tienes hambre? —Volvió a preguntar—. ¿Y tú comes? Pensé que no eras humano.
—Ja ja, que gracioso —Él sonrió pero su semblante decayó cuando dije: —Pero más gracia daría el que no tuvieras trabajo, eh.
Quería sentirme ofendido pero tenía razón. Pasaba la mayoría del tiempo en la oficina y en el almuerzo nunca comía nada. No lo hacía hasta llegar a casa. Eso quería decir que estaba más ansioso de lo que imaginaba con el tema de la reunión.
Me levanté de la silla, tomé mi saco nuevamente y me lo coloqué, Raúl me siguió al salir de la oficina, como normalmente lo hacía.
—¿A dónde vamos?
—Tú mismo lo dijiste, soy humano, necesito comer algo.
Raúl aparcó el auto frente a una pequeña cafetería de nombre: Santa Lucía, a la que suelo venir cuando no tengo mucho trabajo y necesito relajarme. No hay mucha gente usualmente y por eso me gusta.
—¿No vas a bajar? —preguntó Raúl.
Iba a hacerlo, pero noté por los grandes ventanales el montón de gente que se reunía adentro y afuera, mirando con ansias hacia adentro como si buscaran a alguien. «Genial, ahora ni siquiera tranquilidad podría tener».
Negué. Él se bajó del auto y yo me quedé dentro del él, mirando el gentío que entraba y salía del pequeño lugar.
Me desesperé cuando pasaron los minutos y Raúl no aparecía con mi desayuno. Un Aarón con hambre y enojado no era una buena mezcla. Salí del auto, listo para dirigirme hacia adentro del local, pero mi celular sonó en mis bolsillos, deteniéndome.
—¿Qué quieres? —respondí, tosco, una vez vi al remitente.
—¿Por qué tan cortante, cariño? —Restregué mis manos por mi cara—. Ha pasado tiempo desde la ultima vez que me llamaste. Sólo quiero pasar tiempo contigo, ¿cuándo me dejarás ir a verte?
—¿Ah, sí? Fíjate que no está en mis deseos o carencias verte a ti, Lya.
—Odio cuando te haces el difícil, ¿para qué? Si no puedo contar con los dedos las veces que te he te he hecho mío.
Me reí—: Por supuesto que no podrías, si tus pocas neuronas no te dan ni para contar.
Resopló del otro lado de la linea—: Mira que me estoy empezando a cansar de que me hagas insistir tanto en algo que ambos queremos.
—Uff, eso de “ambos queremos” suena a mucha gente —sonreí con sorna.