Tú, pequeña mentirosa

Capítulo 4: Aarón.

Capítulo 04: ¡Benedita sea esa mujer!

Narra: Aarón.

—¡Fue usted! —exclamó Amira. Él se quedó mirándola sin entender lo que pasaba.  Y, de igual manera nos quedamos mirándola los demás—. Usted fue quien me robó. 

¿Qué Raúl hizo qué? 

¿Es que acaso no le pago yo lo suficiente? 

Se señaló a sí mismo, confuso—: ¿Yo? 

—Si, usted, lo recuerdo perfectamente. ¿Como podría olvidarlo? —Resopló—. Falta de modales. Porque al parecer sus padres no le enseñaron como ser un caballero —exclamó con altanería, levantando la cabeza; molesta. 

Okay, esto se estaba saliendo un poco de la raya. 

Me acerqué más a la conversación, tan confundido y perdido como Raúl. 

—Esperen, esperen. ¿Dijo ladrón? ¿Raúl, que significa esto? 

Él me miró y expresó desconcierto. 

—No tengo idea —dijo—. Señorita Müller, creo que me confunde, no sé de qué está hablando. Y por supuesto no le he robado nada. Si yo nunca he robado nada en mi vida. 

—Ahora se hace el que no sabe —Mi amigo negó con la cabeza, jurando por Dios que no sabía de lo que hablaba, pero Amira continúo igual de insistente a pesar de las palabras ya dichas por mi amigo. Ella suspiró, volviéndose hacia mí—. ¿Tiene usted una gorra?  

Incliné mi cabeza de lado como cuando un perro no entiende lo que su dueño le dice. Y es que, de verdad no estaba entendiendo nada de lo que salía de sus atractivos labios. 

—¿Perdón? 

—Ya me escuchó, ¿si tiene usted una gorra? 

Fruncí el ceño—. No lo sé. Supongo que en el ropero debe de haber una —Se dirigió a donde señalé—. Pero, ¿para qué la quiere?, ¿qué tiene que ver todo esto con el supuesto robo? 

Me ignoró. Cada cuestión que salió de mi boca fue ignorada por la mujer de cabello azabache que echaba humo por todas partes.  

No sé qué hayas hecho, Raúl, pero esta vez sí metiste la pata, y bien profundo. 

Nadie, excepto por la pelinegra, sabía lo que estaba pasando. La señorita April, Raúl y yo nos mirábamos todos, con la esperanza de que alguno supiera algo y porqué la señorita se había alterado tanto y más con la presencia de mi mejor amigo. Lo miré, este simplemente se encogió de hombros y alzó los brazos. ¿De dónde lo conoce? 

Müller volvió con la gorra entre sus manos y en cuanto se la puso, la cara de Raúl pasó en un santiamén de desconcierto a total asombro, con un atisbo de miedo. Ahora si no entendía un carajo de lo que sucedía entre estos dos. 

—¿Ahora me reconoce?  

—Señorita Müller, yo... —El hombre se quedó corto de palabra—. Yo no sabía que era usted. 

Ella se burló—: Pues, sí, lo era. 

Me hice un espacio en medio de ambos, sin dejar de prestar atención a ambos. 

—¿Podría alguien decirme que está sucediendo? —Me volví hacia Amira, colocando ambas de mis manos en mis bolsillos delanteros—. ¿Como es que usted conoce a Raúl, mi amigo y secretario? 

—Estamos en la mismas, Sr. Lander. Las dudas me están comiendo las entrañas —April, a mi lado, soltó de brazos cruzados. 

Para cuando Amira había terminado de contar el pasado acontecimiento, todos estábamos sentados, de alguna manera, con una taza de café en nuestras manos.  

No sé cómo habíamos terminado todos así, pero aquí estábamos, escuchando la tonta y trágica historia de como mi mejor amigo se había convertido en ladrón. 

—Espera, entonces usted era quien había salido corriendo del local —confirmé. 

¿Que si el mundo era pequeño? 

Parecía de esa manera. 

Asintió. 

—¿Como lo sabe? —preguntó con ambas cejas alzadas. 

—Chocó conmigo —Tomé un sorbo de mi café. 

—No, no lo hice —negó—, porque de haberlo hecho, créame que lo recordaría. 

Una pequeña sonrisa quiso delatarme, pero la contuve, o al menos eso intenté. 

—Si no hubiera sido por mí, en este momento tuviera hematomas en su encantador rostro —hablé, inclinándome un poco hacia adelante—. Salió tan rápido que ni siquiera se había detenido un segundo a observar a la victima de su atropello. 

Amira se quedó un momento observándome. Pareciera que a la señorita no le caía tan bien, sentía una pequeña tensión cada vez que me miraba, y realmente no entendía el porqué. Mi mirada tampoco se apartó de la de ella, no sabía a lo que estaba jugando, pero me gustaba. Ella me gustaba. Y necesitaba tenerla... en mi empresa, por supuesto. 

Ella fue la primera en apartar la mirada luego de escuchar un carraspeo. 

—Mis sinceras disculpas, señorita Amira. De verdad no fue mi intención —Se disculpó mi amigo por no sé qué vez ya en el rato. 

—Lo perdonaría con facilidad, después de todo no es un asunto tan grave. El problema es que ahora no puedo volver a mi cafetería favorita gracias a usted —Ella no parecía para nada querer ceder ante las disculpas de mi amigo. Era un hueso difícil de roer. 

Si en menos de dos horas me ha rechazado e ignorado más de lo que una mujer lo habría hecho en toda mi vida. Podía sonar a egolatría, pero era nada más que la verdad.  

Raúl me miró con vergüenza. Obviamente, si la había cagado, de nuevo. Si antes Amira Müller no quería trabajar en mi empresa, ahora, con la desgracia que le había hecho pasar el hombre a mi lado, muchísimo menos. 

—Creo que he perdido bastante de mi tiempo hoy —Amira se levantó de un sopetón, tan sorpresivamente que todos terminamos levantándonos detrás de ella como marionetas. 

—¡Espere! —Intenté detenerla—. Debe haber algo que podamos hacer para que todo este malentendido se resuelva. 

No dio la vuelta, simplemente se quedó parada, dándonos la espalda a todos los de la habitación, para luego de unos segundos en silencio, darse la vuelta con una sonrisa angelical.  

—Por supuesto que hay algo. 

Sonreí y me acerqué a ella—: Pida lo que sea. 




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