Qué pena que ya solo queden
imágenes borrosas de una bella época.
Cuando fuimos los mejores.
Cuando levantamos la Copa de Oro
y tenía tu mano, en la mía,
copando todo el mundo.
Cuando éramos la envidia
del planeta entero
y tu piel blanca Luna
se resbalaba por las noches
entre mis dedos.
No sé si volveremos
a levantar todos esos trofeos.
Si, de nuevo, algún día,
podré acercar mis labios
a tu labios.
No sé si el balón
cruzará la línea,
o si ya todo es olvido y alejamiento,
no como la distancia que hay
entre Alemania y Sudáfrica,
sino como la que hay hoy
entre tu casa y mi casa.
No sé si ganaremos otra vez.
Lo que sí sé es que,
aun perdiendo,
ya ganamos.
Porque tengo en la recámara
todo lo vivido.
En la vitrina,
todo lo conseguido.
A la espalda,
experiencia, altura de miras
y estar en mi sitio.
Que, si no ganamos,
al menos en la memoria,
nunca, jamás,
nos perdamos.
Eso es solo lo que le pido
a la portería
que tantas veces he defendido.
Al mundo,
del que de ti y de mí,
fue testigo.