Pasó ese semestre,
y otro,
y otro más.
Las actividades y los deberes
nos mantenían separados,
no es que debiéramos estar juntos,
pues tú eras de un grado más avanzado.
Te veía en los pasillos,
en la cafetería y en la biblioteca,
deambulando como el estudiante
comprometido que eras.
Te miraba de reojo
procurando no ser tan descarada
como las demás,
aunque por dentro,
en mi imaginación,
para las reservas no cabía lugar.
Aun así, me encantaba fantasear
con que nuestras vidas se entrelazaban,
y que por azares del destino
se unían nuestros caminos.
Por supuesto,
mi volátil imaginación
muy corta se quedó.
Pues el destino había trazado
un final totalmente inesperado.
Sin embargo,
la realidad en ese momento
era que tú estabas en tu mejor tiempo,
siendo el capitán del equipo de fútbol,
y saliendo con la chica que llegó de otra región.
Poco me importó el mirarte desde lejos,
o tener que buscarte a contratiempo,
pues me encantaba contemplar tu sonrisa y tu andar,
tan alegre y despreocupado,
tan galante y reservado.
Fue en aquella época
que un chico llamó a mi puerta
y endulzando mi corazón amargo,
llegamos a ser enamorados.
Pero debo confesarte,
que no importaba quien llamara,
en el interior de mi corazón
todavía tu esencia brillaba.
El tiempo pasó
y el sexto semestre llegó,
era momento de escoger
la especialidad a aprender.
Asombrada estuve al saber
de la posibilidad de compartir aula
con aquellos alumnos
que en otras áreas se encontraban.
¿Será que tengamos esperanza?,
no me pude evitar preguntar,
pues sin importar el tiempo y el espacio,
añorarte se había convertido en mi hobbie favorito.