Me sentí devastada al darme cuenta
que mis calificaciones no bastaban
para incluirme en mi materia favorita.
Así que tuve que elegir
la que estaba al final de la lista.
Llegué al salón desanimada,
pues no era lo que esperaba.
Arrastré mi cuerpo hasta el pupitre,
y con desgana,
me acomodé junto a la ventana.
Solo verte me animó.
Desde lejos te vislumbré caminando,
distraído, con el semblante un tanto airado.
Recuerdo preguntarme
¿qué pasa con este chico
que aún mostrándose serio y antipático
tenga ganas de estar a su lado?
La maestra me distrajo
cuando ingresó al aula,
así que no me percaté
del camino que tomabas.
Fueron minutos después
cuando inesperadamente te asomaste,
y con esa, tu media sonrisa de chico apenado,
te disculpaste por tarde haber llegado.
Mi corazón comenzó a latir,
mis manos a sudar
y tuve que agarrarme fuerte de la mesa
para no perder la cabeza.
Pues apenas comprendí
que compartiríamos clase,
significaba que quizá
nuestra relación pudiera estrecharse.
O más bien existir.
Que yo exista,
para ti.
Porque, ya sabes,
yo te conocía
casi de principio a fin.
La vida me tenía, en ese momento,
una grata sorpresa,
pues la apreciada maestra,
para el proyecto principal
nos dividió en parejas.
¡Dios bendiga a las maestras
y sus creativas ocurrencias!
No podía creer mi suerte
cuando mis oídos, de repente,
escucharon tu nombre y el mío.
¿Podría ser real
o es que estaba alucinando?
¿Daniel y Camille, juntos?
Definitivamente,
¡ya estaba delirando!
Como pude disimulé la emoción
que recorría por mi cuerpo,
y agradecí internamente a los dioses
el tan magnífico encuentro.
No sabía que ese momento,
tú sentías una pequeña curiosidad
por la chica que con torpeza
disimulaba su presencia,
pues en varias ocasiones
habías notado mi mirada tímida observándote
y mi vago intento de pasar desapercibida
cuando por azares del destino
cruzábamos nuestros caminos.