Aquella asignatura detestada,
se convirtió en un dos por tres en la más amada,
pues no sólo nos veíamos durante la materia,
sino que las actividades fuera del aula
eran la excusa perfecta
para que me acompañaras a casa.
Y así los días pasaron.
Tenerte cerca me hacía alucinar,
me reía como tonta al saber
que ya no éramos desconocidos,
pues en el tiempo compartido
nos volvimos muy buenos amigos.
Fue entonces que conocí tus manías,
como cuando removías tu cabello al estar nervioso,
o fruncías el ceño al estar concentrado,
o cuando tus ojos brillaban de emoción
al platicarme tu jugada favorita de futbol.
Aprendí que tus ojos no eran verdes,
ni de color avellana,
sino que cambiaban conforme el clima,
dependiendo de la luz,
tus sentimientos
y tus demás complementos.
Aún así, me encantaban,
tan enigmáticos, tan diferentes,
a veces opacos,
en otras brillantes,
pero, sobre todo, me fascinaban
porque ya me mirabas.
La relación entre aquel enamorado y yo
con el tiempo a su fin llegó,
debía ser así
pues solo tenía ojos y tiempo para ti.
Los deberes escolares
eran mi excusa perfecta
porque en realidad eran
tu presencia y amistad mi preferencia.
No dolió tanto aquella ruptura,
pero debía mantener la compostura
para que no pensaras que era una...
¿cualquiera?
Al poco tiempo también me contaste
que Indira a su estado había regresado,
y los kilómetros los habían distanciado.
Debo aceptar que
poner mi cara de tristeza y decepción
ha sido mi más difícil posición,
pues internamente
bailaba y brincaba de la emoción.
¿Será que la suerte de mi lado estaba,
que mis fantasías cobrarían vida
y que el tu y yo por fin existiría?