Mi vida cambió totalmente
cuando entraste a mi vida,
las tardes con emoción ansiaba,
pues sabía que vendrías a casa.
Aunque el motivo fuera nuestros estudios,
poco a poco hacíamos otros planes juntos.
Aún recuerdo nuestra primera salida,
después de tanto trabajar y mucho estudiar,
me dijiste animado:
"venga, es hora de descansar".
Pensé que te irías,
ya era fin de semana,
pero vaya que me sorprendiste,
pues ya tenías preparadas las entradas.
Al cine fuimos,
una película cómica vimos.
Nos reímos hasta las lágrimas,
tragamos como si no hubiera mañana,
y nuestro cuerpo por momentos se rozaba.
A veces nuestras manos,
a veces nuestras piernas,
y yo sólo esperaba
que esa efímera felicidad
nunca desapareciera.
Llevaba mi blusa de color morado,
aquella con los botones al frente,
y estando el carro me indicaste
que por favor abrochara el botón
que se había soltado.
Sentí tanta vergüenza,
pues me mirabas con desaprobación,
parecía que pensabas
que esa era mi intención.
Me removí incómoda en el asiento,
y aquellos mágicos momentos
que minutos atrás habíamos disfrutado,
en un parpadeo se esfumaron.
Los ánimos se decayeron,
sentí que de alguna manera
me habías rechazado,
y sin querer comencé a dejar
una leve distancia entre nosotros,
pues sabía que no podría
soportar mi corazón destrozado.
Otro día me dijiste
que del teatro disfrutabas
y yo emocionada te comenté
de la función del fin de semana.
Sin pensarlo me invitaste,
y toda la distancia que había intentado mantener
se evaporó en un instante.
Fuimos al centro de la ciudad,
mi corazón latía con fuerza
cuando me pasaste a buscar.
Nunca olvidaré tu reacción,
pues me miraste justo como yo sabía
que te observaba antes.
Tus ojos recorrieron mi cuerpo,
y tragaste saliva,
me quedé petrificada
al notar tu tierna sonrisa,
y más aún cuando tocaste tu cabeza
e hiciste ese gesto que delataba
lo nervioso que en el momento estabas.
¿Acaso fui yo la culpable
de tu reciente reacción?
Ojalá no se me note
mi inexplicable desesperación.
La noche fue maravillosa,
la presentación que disfrutábamos en el teatro
fue mágica, aunque no la puedo recordar,
pues solo tengo en mi memoria
que mi mano tomaste
y en un delicado movimiento
nuestros dedos entrelazaste.
A pesar de los nervios
y de toda la alegría que sentí,
procuré ser inteligente...
y así, lentamente
en tu hombro
acuné mi rostro.
¡Qué momento tan dichoso!