Sin darnos cuenta,
regresamos a nuestra rutina anterior,
esa vez el pretexto era,
que juntos estudiábamos mejor.
¿Es en serio?
Pero ¡qué ingenuos!
Por no señalar que
¡qué pendejos!
La diferencia era,
que no sólo ibas a tu casa,
sino que yo también a la tuya,
y los planes que hacíamos para vernos
eran sólo tontos pretextos.
"Acompáñame a comprar tal regalo",
"esta película me recomendaron",
"¿ya viste el nuevo ánime?",
¿y si salimos al antro?".
Las excusas no faltaron,
ni tu risa ni la mía.
Hasta que desafortunadamente llegó
aquél fatídico día.
"Indira estará en la ciudad",
me comentaste en un susurro,
como si esperaras mi reacción.
Yo no entendí en ese momento
el motivo de tu sigilo,
y qué tonta al dejarme
llevar por mi orgullo oprimido.
Te contesté que no hay problema
y me mostré indiferente
como respuesta.
Te enojaste,
lo noté.
Y no dije ya más nada
porque en el fondo sabía
que tú y yo
no éramos nada.
¿Cómo podría reclamarte,
cuando éramos sólo amigos?
Eras tan libre,
como yo,
de poder tomar una decisión.
No te vi una semana,
con Indira te paseabas,
me dijiste que solo en esos días
ella estaría en la ciudad
y que te había pedido su apoyo
para poder finalizar
su académico embrollo.
No te devolví el mensaje,
estaba más que clara tu decisión.
Y yo,
con el corazón oprimido,
decidí llevarte al olvido.
Para mí era más que obvio,
que si en ese momento no éramos novios,
era porque tu te sentías confundido,
y yo la que esperaba
con ansias me hubieras elegido.
Tu ex por fin se fue,
pero poco nos volvimos a ver.
Ya no te mandaba mensajes
ni buscaba un pretexto para encontrarte.
Si querías estar conmigo,
era el momento
de que lo demostrases.
Pero no fue así.
Nos dejamos de ver,
no volvimos a salir,
yo no regresé a tu casa
y tampoco retornaste a la mía.
Las palabras y nuestros sentimientos
se quedaron al aire,
pues de afrontarlo
no fuimos capaces.
Hasta que la nostalgia me invadió,
en vísperas de tu graduación.
Quizá ya no te volvería a ver,
ya no había nada qué perder.
Te busqué en las canchas,
donde sabía que jugando futbol te encontrabas.
Me senté en una de las gradas
para admirarte
como en muchos días anteriores.
Tu alzaste la mirada
y te asombraste al verme,
yo te sonreí
y levanté mi mano al verte.
A los pocos segundos trotaste hasta mí,
y como siempre, juguetón,
tú sudor como perro me embarraste.
Chillé y te reclamé.
Te reíste y me abrazaste.
"Ya Camille, deja de quejarte".
Al principio intenté soltarme,
pero no podía negar
lo feliz que estaba de entre tus brazos
nuevamente encontrarme.
Y es que,
no importaba el tiempo
que nos habíamos alejado.
Tenerte de nuevo cerca
era como si nada hubiera pasado.
Tu mirada en mí
era lo que realmente me hacía feliz.