Esos últimos días
fueron los más duros,
pero los más felices.
Los llevo como un doloroso recuerdo,
de aquello que fuimos,
y de todo aquello,
que al final,
no pudimos ser.
Cada día de esa última semana,
pasaste por mí a mi casa.
Cualquiera que nos veía
diría que por fin estábamos juntos.
Incluso Miguel comentaba,
entre broma y broma,
que ya era hora.
Tú no decías nada,
simplemente te reías,
y yo, aunque apenada,
solamente sonreía.
Claro que en ese momento,
ya era muy común y habitual,
que a tu boca llevaras mi mano
y plantaras un tierno beso.
¡Ojalá hubiera sido más que eso!
Llegó el día de tu graduación
y tus ojos brillaron al verme
en aquel vestido vestido verde,
lo había elegido por ti,
porque sabía que así,
estando junto a ti,
haría excelente juego
con el tono de tus lindos ojos.
Me sonrojé cuando por la cintura me tomaste,
y disfruté cada momento del baile.
Nos veíamos felices,
sonrientes, libres, alegres.
Por fin éramos solo tu y yo.
Por fin habías bajado la guardia.
Me abrazabas más que nunca,
con tu mano en mi espalda,
en mis hombros y en mi cintura.
Parecía y me sentía
totalmente tuya.
Quise besarte,
muchas, muchas veces.
Sentir tus labios en los míos
y sin pudor perderme.
Pero no quería arruinar
nuestro primer beso,
al final,
ese siempre marca
el primer encuentro.
Así que esperé pacientemente
a que dieras ese paso,
estaba ya tan segura,
que tanto tú como yo
moríamos por hacerlo realidad,
pues te acercabas cada vez más a mí,
cada vez con menor duda,
y nadie podrá negar
que tus ojos derrochaban lujuria.
Pero todo terminó,
en un abrir y cerrar de ojos,
sin que pudiéramos culminar
aquel deseo tortuoso.
Indira llegó a la fiesta,
con un vestido azul elegante,
y esperó con paciencia
que te alejaras de tu acompañante.
En tu rostro vi la duda y extrañeza,
de que ella en la fiesta estuviera,
pues se suponía
que se había regresado a su tierra.
Con rigidez y un poco enojado,
acudiste a su presencia,
y me dejaste ahí plantada
sola junto a la mesa.
Fue difícil disimular
el dolor que sentía por dentro,
porque todos habían notado
nuestras acciones hacía unos momentos.
Como si nada, me disculpé,
y salí a buscarte.
Pero una horrenda sorpresa me encontré
cuando en la puerta
sus labios besaste.