Un día después me fuiste a ver,
no quería recibirte,
pues como fuego ardiendo
se quemaba mi interior
al recordar ese beso.
Mi madre insistió,
y con pesadumbre salí a verte.
Tu cabello revuelto,
las ojeras ensombreciendo
tus lindos ojos aceituna
y el notable olor a alcohol
me dio a entender
tu desastrosa noche anterior.
Comenzaste a jugar con tus manos,
mirando al piso,
quizá buscando las palabras adecuadas.
Pero ya poco bastaba
para seguir con mi paciencia,
pues no importaba el motivo,
no podía verte así,
deshecho, en decadencia.
Alzaste tu mirada,
una llena de dolor.
Imaginé lo que pensabas,
y quizá pude ahorrarnos esa conversación,
pero necesitaba oírlo de tu boca,
que te sinceraras conmigo
y que terminaras de aplastar
mi corazón compungido.
"Camille, lo siento tanto",
fue tu primera expresión,
mientras me mirabas
con el más sincero dolor.
"No tienes de qué disculparte",
argumenté orgullosa,
"no es que tengamos compromiso",
continúe con un suspiro.
"Te ves fatal", proseguí,
en mi intento por conseguir
que me dijeras el motivo
que te empujó a venir.
Me tomaste de las manos
y yo lo permití,
pues aún con el dolor,
imaginaba un final mejor.
"Indira está embarazada",
soltaste así sin más.
Tu voz sonaba ronca,
tu mirada cabizbaja,
pero el tener tus manos entre las mías,
me desconcentró en ese instante
y por un momento llegué a pensar
que lo decías por vacilar.
¡Qué idiota!
"Quizá nos casemos,
no sé bien lo que haremos,
de lo único que es seguro,
es que un hijo tendremos".
Mi cabeza comenzó a dar vueltas
al momento de comprender
que tus palabras no bromeaban
sino que realmente delataban
lo que iba a suceder.
Me solté de tu contacto y di un paso atrás,
porque de todo lo imaginado
no podía soportar
que lo que tanto anhelaba
se estaba yendo entre mis manos.
"Debía decírtelo en persona",
susurraste nuevamente,
cuando el shock en mi interior
era lo único que me mantenía fuerte.
Enseguida entendí
que no yo te tenía así,
sino que el cambio en tu vida
se debía a aquel niño que vendría.
Hice a un lado mi dolor,
fue más difícil de lo que te escribo,
pero sabía que en el fondo
necesitabas un amigo.
Y así fue que te animé
a seguir adelante con tus planes,
pues yo aquí me quedaría,
en la distancia,
apoyándote.
Vi la pena en tu mirada,
mi decisión ya estaba tomada.
Tú, tu camino y yo el mío,
para no tener que vivir
un final tan sombrío.
Nos despedimos en un último abrazo,
con los sentimientos a flor de piel
y mil palabras, que al final,
no se contaron.