Inglaterra, 1839. Época victoriana.
West End.
La casa era una típica mansión victoriana digna de un noble, sus jardines se alzaban verdes y hermosos enmarcando la casa de tres pisos, las ventanas laterales daban una vista del jardín delantero y la calle empedrada. Personas andando de un lado para otro en sus tareas vespertinas aprovechando esos pocos días en que el sol ardía feroz sobre el cielo casi siempre gris de la gran ciudad contaminado por el humo de fábricas y hogares. Dentro de la casa los empleados se preparan para la hora del almuerzo mientras el Barón Dacre revisa sus libros contables en el estudio y sus nietas corretean por la casona. La familia en su superficie completamente normal, ocultaba un par de cosas que terminarían por desbordar en muerte.
La habitación del único hijo del Barón estaba casi en penumbras por las gruesas cortinas color gris cubriendo la ventana, no dejaban entrar ni el más mínimo rayo de sol.
Una bofetada hizo caer al suelo a la señora de la casa mientras un hilo de sangre manchaba sus labios, la dama permanece sentada sobre la alfombra persa tratando de entender lo que acaba de ocurrir. Su marido había sido agresivo desde el principio pero jamás la había golpeado como ahora, ¿por qué lo hizo?, ella solamente preguntó si la había engañado con una mujer del prostíbulo el cual no visitaba desde su boda hace casi nueve años. Esperaba no supiera de su verdadera naturaleza mezquina y ambiciosa, alguien allí podría abrir la boca sobre sus ambiciones o hasta sus amantes.
—Eres una escoria, ¿te atreves a cuestionarme?. — él hombre pelirrojo se agachó para tomar a su mujer por sus cabellos rubios. —Los de tu calaña deberían saber su lugar.—
—¿Por qué no me vendes en la calle como hacen los de mi calaña?. —
Robert la soltó. Casarse con Louis fue en su momento la mayor de sus felicidades a pesar de no ser más que una mesera de prostíbulo, la amaba, se había enamorado hasta el tuétano; defendió a esa mujer ante su padre y la sociedad, dio todo por ella, ¡todo!.
Entonces ¿por qué ya no la soportaba?, ¿qué cambió en esos años de matrimonio?.
No soportaba sus ojos castaños, su cabello rubio, su piel pálida, su ambición, su mal carácter, no soportaba nada de aquello que antes amaba en ella, la odiaba por ser una mujer de vida alegre en el pasado aunque ella juraba solo fue mesera, por no haberle dado un heredero, porque nunca se callaba esa gran boca de víbora.
—No puedo venderte, eso solo lo hacen los salvajes de donde vienes; los nobles nos divorciamos pero para tu buena o mala suerte, no puedo separarme de ti tan fácilmente. — caminó de un lado a otro de la oscura habitación, comenzaba a sudar por el calor. —Ni siquiera podría soportarte por el hecho de tener un hijo varón. —
—Te he dado dos hijas Robert. — se limpió la sangre con el volado de su manga.
—¡Una tartamuda y una tan fea como la bruja de Wookey Hole!. —grita exasperado, ya ni recordaba el principio de tal discusión sin sentido.
—Laura es así porque te tiene miedo — arremete como fiera. —, de Katherina no puedo decir nada, es tan fea como tu... —
Apenas terminó de hablar una nueva bofetada le hizo callar, algunos cabellos se soltaron del elegante recogido por la brusquedad. Lady Louise apretó los puños conteniendo las lágrimas, sabía a lo que se enfrentaba cuando decidió casarse por interés pero nunca esperó golpes, eso nunca estuvo dentro de sus planes por más que en ese círculo llamado Sociedad Noble estuviera aceptado, era un secreto a voces el cual nadie deseaba denunciar o siquiera hablar. Pará las mujeres, el mundo era limitado, al casarte pasabas a ser una propiedad más de tu marido quien disponía de ti como se le antojara.
—Volveré por la noche como hago últimamente para que cumplas tus deberes de esposa, espero esta vez puedas parir un niño o lo tendré con alguna amante. — Robert Hamilt, hijo único del Barón Dacre, tomó su abrigo sobre la cama para retirarse dando un portazo.
Las dos hijas que escuchaban tras la puerta se escondieron rápidamente antes de ser vistas por su padre o las castigaría por escuchar conversaciones como la chusma. Cuando Robert bajó las escaleras, las niñas de siete y seis años corrieron a la habitación para consolar a su madre, bueno, Laura solamente. Desde tan tierna edad Katherina entendía que su madre no la quería por su fealdad heredada de su padre, el hombre que según ella odiaba. Era algo que nunca paró de repetirle.
Lady Louise se puso de pie para caminar a la cama, se sentó llamando a la mayor de sus hijas, la rubia de ojos castaños parecida a ella. Le abrazó entre sus brazos.
—Siempre debes recordar hija mía, conseguir un esposo muy rico con posición social alta. Eres muy bella y estoy segura lo lograrás, la belleza se marchita pronto pero el poder y el dinero se quedan. — vio a Katherina en la esquina atenta a sus palabras también. —Tú, tan parecida a tu padre, tendrás suerte si alguien se casa contigo. —
La niña bajó la cabeza avergonzada de algo que no entendía, su hermana mayor se rió aún sin saber el alcance de las enseñanzas de su madre. Pará la dama, el que la hija parecida a ella triunfara significaba que no importaba tu origen, sólo la belleza y las artimañas, Kate era como Robert, estúpida y fea, así que aplastarla era aplastar a su futuro difunto esposo, aunque muriera vería en la menor a ése hombre miserable, entonces se vengaría de ambos por más absurdo que eso sonara.
El medio día se esfumó dejando paso a la tarde, luego a la noche.
El carruaje rentado por Robert cada noche se detuvo frente al burdel, para ella ése lugar le traía recuerdos amargos.
Su esposo se tambaleaba de un lado a otro muy ebrio pero no tanto para no reconocer el coche que siempre lo recogía a esa misma hora, aunque no esperaba ver a su esposa sentada dentro vestida con capa y un sombrero con velo negro semi transparente. Él iba a preguntar la razón de su intromisión pero ella se adelantó.