Tu Reputación

Capítulo XII

Tu Reputación. 

Yan_skyblue. 

Capítulo XII.

 

—¡No puede ser!. — volvió a levantarse de la cama agitado. 

Henry observa el fuego casi extinto de la chimenea, esa noche fue particularmente fría gracias a los aguaceros que no paraban desde ése día, el día en que descuidó a su prometida. Después de recibir la carta por parte del Barón Dacre decidió visitarla mañana por la mañana porque simplemente su dolor de cabeza y cansancio le fue más grande, pero la culpa lo estaba carcomiendo por dentro como un gusano haciéndolo despertar varias veces durante la noche; caminó hasta la ventana abriendo las cortinas para echar un vistazo afuera, aún llovía a cántaros, aunque ya la alborada estaba iluminando el cielo nublado anunciando el amanecer. 

Recordó la conversación con Katherina en el carruaje, ella mencionó algo sobre su salud pero no le prestó la debida atención por su arrogancia. Sí, la dama era insoportablemente maleducada; sí, era descuidada en su aspecto; sí, era demasiado joven y extraña, pero merecía un poco de su consideración. Apretó los labios, ¿y si se enfermaba gravemente?. 

La punzada de culpa iba en aumento pensando en esa posibilidad, porque sería su culpa. 

—Me está dando más problemas de los que esperaba, señorita. — se alborotó los cabellos rubios. 

Últimamente sus días se llenaban de corajes, todos por esa pelirroja que le cayó encima en la biblioteca rodeada de libros. Aún podía recordar su ligero olor a lavanda y lo suave que era la poca piel que logró tocar, si tan solo no estuvieran en ése embrollo quizás al final hubiera encontrado alguien que se casara con ella, alguien quien pudiera ver sus cualidades por encima de sus defectos. 

Volvió a la cama, mañana después de desayunar iría a verla, era lo menos que podía hacer para aparentar frente a toda la sociedad. Cerró los ojos escuchando la lluvia tronar en cada rincón afuera, acurrucando a ricos y pobres, aunque algunos le recibían con recelo porque sin techo sobre sus cabezas, esta lluvia sólo significaba más miseria, no todos eran privilegiados en el mundo y no todos los privilegiados estaban exentos de sufrimientos. 

******

Katherina abrió los ojos con pesadez, le dolía cada coyuntura del cuerpo y su cabeza parecía reventaría en cualquier momento, se le dificultaba un poco respirar, pero no le dolía el pecho o la espalda así que podría decir era una fiebre manejable y no pulmonía. Sería fuerte y sobreviría a este resfriado como lo ha hecho a todo en su vida hasta ahora. 

Iba a cerrar los ojos por el cansancio en el instante en que una de las sirvientas entró apresurada con un cuenco y trapos. 

—Su prometido está aquí señorita. — exclama diligente. 

Comenzó a buscar un listón para amarrarle el cabello enmarañado en una trenza, le quitó el camisón sucio para poderle limpiar la piel con un paño húmedo, le colocó otro camisón de dormir y le dejó en la cama bien arropada. Kate estaba tan cansada y adolorida que prefirió dejarse ser. Abrieron las cortinas, colocaron una silla cerca de la cama y luego no hubo más ruido. 

Cuando la sirvienta se fue, vio entrar primero unas botas negras un poco enlodadas, luego el pantalón café, el abrigo azul y por último la camisa de franela blanca. Abrió los ojos asombrada, era la primera vez que veía a un hombre sin su distintivo chaleco o levita y pañuelo. Así, sin adornos de por medio, Henry parecía un hombre común y corriente, muy guapo, pero accesible al menos para poder ser... 

Él tomó asiento a su lado en la silla dispuesta allí específicamente para él, le saludó formal destruyendo la imagen relajada que su aspecto actual brindaba. 

—Es un honor recibir su visita — contestó el saludo lo mejor posible, su voz fue más áspera de lo que imaginó. —, su excelencia. — hubiera sonreído si él no le intimidara tanto. 

Henry asintió medio avergonzado, no deseaba molestar a su ayuda de cámara en su día libre así que se vistió solo, olvidó que en Londres no podía andar como lo hacía en su hogar de Hampshire, lamentablemente atrajo la atención no para bien. Desde su madre hasta la señora Hamilt le recalcaron las fachas en que se encontraba precisamente para visitar a su novia, pero estaba tan atareado que pensar en volver para arreglarse le fastidiaba. 

—Lamento que esto sucediera su excelencia. —

La voz de Katherina le sacó del estupor, el rubio vio los ojos cristalinos de la dama y sus mejillas rojas por la fiebre, de nuevo una punzada por el cargo de conciencia, ella le causaba mucho ése sentimiento. 

—Es mi culpa por no prestarle la debida atención, le ruego acepte mis disculpas mandame. — 

Ella afirmó no haber nada qué perdonar, luego de eso de nuevo el silencio se instaló entre ellos, poco tiempo pasó para que la enferma se durmiera. Henry aprovechó para explorar con la vista la habitación de la dama, era muy impropio pero ya toda esa situación era extremadamente impropia porque debía estar la madre de ella allí haciéndoles compañía para evitar malos entendidos, pero la mujer poco o nada de interés prestó al hecho vergonzoso. Vio el escritorio lleno de papeles, flores y hojas, la pared con algunas pegadas y algo escrito, también unas que otras pinturas más o menos decentes de insectos. La alfombra era vieja, las cortinas pesadas, el color lúgubre; los muebles caros, pero de mal gusto; las sábanas en estampados sobrecargados. Encontró un juego de ajedrez sobre la mesita de noche derecha, un tocador pequeño con nada más que un par de cofres de joyas y perfumes obviamente comprados por el señor Hamilt porque conocía eran populares entre las damas mayores. Todo en ella era curioso y extraño. 

Se le quedó viendo, su respiración pausada, sus pecas, su cabello enmarañado que trataron de arreglar con esa trenza. Katherina era como un animalito, uno que ahora en lugar de ser salvaje se presentaba lastimado y eso de alguna forma le lastimaba a él también. 




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