Tu Reputación

Capítulo XIX

Tu Reputación.

Yan_skyblue. 

Capítulo XIX. 

 

Henry amaba el campo, todos sus allegados sabían que le gustaba quedarse los fríos inviernos en Hampshire pero a veces alargaba aquellas visitas hasta la primavera o se retiraba antes que las otras familias de alcurnia al campo. Para la nobleza era normal abandonar Londres cuando el invierno se acercaba y volver para la temporada social. Henry prefería permanecer en Stratfield Saye rodeado del campo casi el año entero, pero luego de recibir el título pasaba menos tiempo en sus amadas tierras entre los sembradíos y el fuerte sol. Allí estaban sus recuerdos más felices, donde siempre supo que estaba su corazón, donde la vida era más simple y tranquila, donde trataba de buscarse a sí mismo, donde podía olvidar… 

Vio por la ventana como las montañas esmeraldas se funden con el azul del cielo limpio y claro, los altos árboles de ciprés recibiendolo finalmente luego de días de viaje. Sonrió porque volvía a casa, a su verdadera casa, a pesar del dolor en su pecho y de no poder borrar los ojos azules de Katherina de su mente, de sentir que cometió un error tratando de alejarla. Cerró la cortina para centrarse en el asiento vacío frente a él, ¿a esto llamaban soledad?, era una compañera oscura. 

Apenas bajó del carruaje fue recibido por el mayordomo y el ama de llaves quienes lo saludaron amablemente felices de tenerlo al frente de nuevo, el joven duque era de los pocos nobles que se tomaba muy en serio el trabajo de cuidar de los suyos algo que todos agradecían. Le hablaron sobre la plaga en la plantación y que unos cuatreros intentaron entrar en la propiedad, sobre las pocas cosechas del año anterior, las quejas de algunos colonos sobre la necesidad de renovar la escuela y la capilla e infinidad de detalles más que solo él podría solucionar como nuevo duque. Entró al despacho junto al encargado del manejo de la contaduría y se encerró con los tres para atender los temas más urgentes, necesitaba alejar un par de ojos de sus pensamientos o terminarían por convencerlo de volver suplicando una pizca de ese cariño que le pertenecía a otro. 

En la noche tomó un baño y se vistió solo, el señor O'Higgins trabajaba para él solo en Londres, allí era completamente capaz de cambiarse con un simple pantalón, botas y camisa de franela. Bajó al comedor, viendo la enorme mesa adornada la soledad quien desde el comienzo del viaje no le dejaba en paz, le supo amarga. Su esposa jamás podría acompañarlo a ninguna comida, porque ella no lo soportaba y él no soportaba sus desplantes, no, era algo más, era el saber que nunca podría siquiera tocarla sin pensar que ella tenía a otro en su corazón. Cortó la pechuga de pato con mansedumbre, tratando de llevar sus pensamientos a sus problemas actuales porque el vacío y el dolor en su pecho se agrandaba entre más le daba vueltas al asunto de esa pelirroja. Mañana después de enviarle una carta al señor Franklin pidiendo le proveyera a su esposa lo necesario y enviarle dinero, también le ordenaría que lo mantuviera al tanto de ella al menos en lo necesario. 

Así, la noche se apagó igual que cualquier sentimiento de afecto por una dama irreverente capaz de hacerlo dudar incluso de sí mismo. 

En la mañana, el sol le quemaba la piel mientras trabajaba la tierra junto a sus hombres, definitivamente el trabajo lo ayudaría y lo sucedido en Londres quedaría borrado, no le dolía haberse casado con alguien que lo miraba con indiferencia, no le causaba nada que su matrimonio fuera un fracaso incluso antes de comenzar, solo podía pensar en el sol sobre su cuerpo, la tierra en sus botas y manos y el dolor en las extremidades por la falta de ejercicio los meses que pasó en Londres. Ella cada vez se convertía sólo en la imagen de su imaginación la cual saltaba a su mente cada que veía el relicario dentro del ridículo que le robó aquella vez en el teatro, cuando sus ojos azules le cautivaron, porque ahora sabía que al menos sentía algo por su esposa aunque no pudiera ponerle nombre. 

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Tres meses después.

Henry había dejado de leer las cartas que venían de Londres referente a su esposa, lo hizo para evitar ir por ella y quitarle su preciada libertad, era lo mejor, además ella actuaba como si no existiera porque no le escribió una sola vez en tantos meses. Mientras, se ahogaba en sus noches acariciando aquel relicario de oro que nunca se atrevió a abrir, se conformaba con acariciarlo teniéndola presente en su imaginación, era todo cuanto podría conseguir y lo sabía, algo robado. 

El anciano mayordomo encorvado por la edad y de ojos saltones entró con la charola de la correspondencia, el duque las tomó agradeciendo pidiendo que llamara al contador y al jefe de cuadrilla, hablaría sobre la venta de algunos pura sangre, necesitaban un poco de dinero y, mientras los buques en Bristol de la Nueva flota en conjunto con la familia Torton no estuvieran listos, debía encontrar la manera de levantar la producción sin tocar las arcas del ducado, mucho menos la dote de Kate, ese dinero se lo daría cuando volviera a Londres para el comienzo de las asambleas en la cámara de Lores, le habían advertido no podía faltar o sería reprendió por su majestad. Sus pensamientos de nuevo bailaron al alrededor de su esposa la cual ahora era un recuerdo agridulce, miró la carta del señor Franklin quien escribió urgente en el sobre; llevaba todo el rato debatiéndose internamente si leerla o no, ya había ignorado otras misivas urgentes respondiendo ambiguamente que se encargara él, pero esta vez la curiosidad le ganó. Tomó la carta y la abrió, al leerla algo en sus venas enervo en una furia que jamás pensó posible en su vida, ¡embustera!, Katherina Hamilt era una embustera. 

Según la breve carta por parte de su mayordomo, su esposa se dedicaba a recibir en su casa últimamente tanto a Gabriel Torton como a otro joven llamado Cypriano Ajax y hablaban a solas en el despacho o en el jardín por horas sin nadie más presente. 




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