Tu Reputación

Capítulo XXII

Tu Reputación.

Yan_skyblue. 

 

Capítulo XXII. 

Después de haber fallado en el intento de hablar durante la cena, el ambiente se volvió pesado. En la mañana Kate no salió de habitación ni siquiera para desayunar alegando estar indispuesta, para el almuerzo la dama vio a su esposo recibir la comida en el jardín conversando con una joven que llegó de visita y una particular sirvienta sonriéndole como la coqueta que le pareció desde el principio. Frunció el ceño siguiendo su camino a la cocina donde seguramente estaría Rose, esa casa era tan grande que se perdió un par de veces hasta llegar al salón de música donde se quedó porque se veía precioso, tomó asiento frente al piano color blanco acariciando las teclas, la puerta se abrió y de inmediato se escondió detrás de una de las esculturas de mármol puestas como decoración en el salón, definitivamente debía dejar las costumbres que acarreaba por culpa de su madre, eran dos jóvenes sirvientas y una de ellas ya sabía quién era. 

—El joven duque cada año se ve más apuesto. — suspiró la joven sirvienta que llevaba una cofia en la cabeza cubriendo su cabello castaño oscuro. 

—Así es, si me lo pidiera le daría besos y más que besos. — sonrió la otra de cabello cobrizo recogido solo con pasadores. —Lástima que se casó. — 

—Él parece enamorado, pero anoche escuché a su esposa gritarle que le repugna, no hay amor que aguante palabras tan duras. —

—¿Estás segura?. — sacó las flores marchitas del jarrón mientras la otra chica colocaba las nuevas. 

—Te lo aseguro, lo rechazó, hay que ver cuando las feas se creen gran cosa por ser nobles. Mejor que no lo quiera, de esta manera pronto buscará una amante. — sonrió maliciosa. 

—¡María, no digas esas cosas!. — se fueron después de arreglar los dos jarrones en el salón de música envueltas en risas. 

Katherina salió de su escondite. 

—Enamorado, ¡bah!, ese hombre no ama a nadie excepto a los de su calaña. — apretó su faldón algo aturdida. 

Prefirió seguir en su búsqueda de la doncella, al encontrarla en la cocina al fin tomaron el almuerzo allí mismo entre risas y chismes de la pequeña sociedad campirana en Hampshire. Escuchó al ama de llaves decir que la dama en cuestión que los visitó era hija de uno de los colonos, la joven partiría a Londres pronto y deseaba hablar con el duque sobre el cuidado del anciano. 

—Él es muy bueno, atiende a todos sin distinguir títulos. — aseguró la señora. 

Algo pudo haber imaginado, es decir, uno de sus mejores amigos era un joven sin título cuya familia a pesar de ser rica y sus socios, pudieron quedarse como eso, socios, pero Henry realmente parecía apreciar a Gabriel y la familia Torton. 

********

La bóveda celeste escarchada en estrellas iluminan el cielo nocturno, las ranas y grillos llenan el silencio con su música y afuera las luciérnagas comienzan su danza de amor. Adentro en el despacho Henry terminaba de arreglar algunos asuntos junto al mayordomo cuando vio a Rose pasar con la charola de comida hacia las escaleras, dejó a su empleado con la palabra en la boca alegando necesitaba hacer algo urgente y alcanzó a la nueva doncella, le quitó la charola luego de interrogarla sobre el estado de ánimo de la dama, fue hasta la habitación de su esposa. Tocó la puerta expectante. 

—Pase. — aprobó la suave voz femenina. 

Entró con cuidado con las manos sudadas para verla peinar su cabello de fuego sentada frente al tocador, lo hacía muy suavemente mientras tararea una canción perdida en el reflejo que le regala el espejo, así además de la misticencia que le daba la poca luz de velas y chimenea, se veía más bella relajada y contenta. 

—Déjalo en la mesita Rose, por favor. — ordenó sin despegar sus ojos de la trenza que intentaba hacer. —¿Trajiste doble ración como te pedí?. — dejó el cepillo sobre el tocador porque le estorbaba. 

El duque puso la charola en la mesita dispuesta cerca de la puerta, fue hasta la cama y la contempló tratar de hacerse la trenza con ese cabello rebelde; hasta donde estaba llegaba el olor a flores, un dulzor que le quemaba las fosas nasales como cuando se encontraba en medio de las miles de flores de lavanda, ahora entendía por qué amaba tanto su olor. 

—¡Lista!.— aplaudió feliz por el resultado, al fin una sonrisa. 

Wesley supo que la señorita Hamilt era demasiado diferente al canon, pero maravillosa a su manera. Ya su cabello no era símbolo de rebeldía y recogidos horrendos sino de hebras suaves con olor divino, sus pecas no eran un defecto horrible más bien un cielo nocturno salpicado por miles de estrellas, sus ojos eran el símbolo de la ternura y su pequeña figura gritaba por ser descubierta debajo de esos trapos que cambiaría pronto. 

Ella volteó, se encontró con el rostro de su esposo, él sonreía cálido acto que la hizo estremecerse. 

—¡¿Qué hace aquí?!. — preguntó nerviosa parándose cómo un resorte. Era un atrevido aunque está vez al menos sus ropas estaban presentables. 

—Vine a tratar nuevamente de pedir dis...— 

—¡Yo no quiero!, de usted no deseo nada. — se dirigía a la puerta decidida a abrirla y  exigirle que se fuera. 

Su esposo se interpuso en su camino, le tomó las manos entre las suyas para llevarlas a su boca, le besó el dorso con una suavidad que le supo a ambos más que solo dulce, fue como encender una llama que ardió en lo más profundo. 

—Perdóneme por favor. — pidió de nuevo con las suaves manos de Katherina en su rostro. 

—No necesita las disculpas, de una esposa de adorno. — buscó apartarse de él temblorosa, no sabía por qué, pero ese temblor era distinto al miedo. —Váyase...— 

—Katherina, por favor… — volvió a pedir indulgencia encontrando una pared. 

—¡Váyase!. — exclama liberando sus manos del agarre. Lo necesitaba fuera o cedería ante sus súplicas y su toque. 

El duque asintió cargando el peso de un dolor lacerante en su pecho, bajó la mirada derrotado, alcanzar el perdón de su esposa sería demasiado complicado, pero no quería rendirse, estaban casados y no deseaba pasar el resto de su vida en una guerra, sabía podían tener una relación cordial si al menos ella le concediera un poco de piedad, ya a estas alturas enterrarla en su memoria sabía era inútil, así que, solamente le quedaba acercarse a ella. Caminó a la puerta. 




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