Tu Reputación

Capítulo XXV

Tu Reputación. 
Yan_skyblue. 

Capítulo XXV. 

 

Katherina tomó asiento en la cama viendo cómo su nueva autoproclamada "cuñada" busca algo afanosa entre sus baúles, lanza vestido tras vestido, un par terminaron sobre la cama y los ojos azul cielo se detuvieron en uno color blanco con adornos púrpura, tocó la suave tela anhelando alguna vez usar un modelo tan bonito, sería como tocar las puertas del paraíso. 

—Aquí está. — dijo Lydia sosteniendo frente a ella un vestido de color rosa con adornos de encaje en el escote y la falda, el corte era precioso justo para resaltar la pequeña figura de Kate. —Lo traje especialmente para usted, ¿le gusta?. — preguntó ilusionada, el primer regalo era algo importante. 

—Es encantador. — contestó casi en las lágrimas, la primera vez que recibía un regalo tan bonito y que sí podría utilizar, porque los que Henry le dio durante el cortejo fueron para Laura y el de novia estropeado por su madre. 

—Úselo para la cena de esta noche. — sugirió emocionada. —Mi primo quedará más enamorado de usted...— giró con el vestido simulando estar bailando. 

Katherina no tuvo corazón para aclararle a la chica que ella y su primo no se amaban y apenas intentaban tener una relación amistosa, pero la dejaría ser feliz creyendo que ellos eran un matrimonio más sólido gracias a su ayuda. 

—Estaré encantada de ponerme su regalo. — sonrió cálida. 

—¡Maravilloso!— dio un salto efusiva. —, hay que llamar a su doncella para ponerle preciosa. — 

—Señorita...— 

—Lydia. — corrigió. 

—Lydia, yo… 

La susodicha ya estaba fuera de la habitación escaleras abajo para buscar a Rose y pedirle le ayudará con la preparación de la duquesa, mientras, ella se quedó frente al espejo poniéndose el vestido en su pecho le dio una idea de cómo se vería puesto, sonrió, parecía que el color resaltaba un poco su piel pálida. 

—Qué más da, sé que no cambiará nada, pero está hermoso...— sonrió ilusionada porque la oportunidad se daba al fin, algo que consideró imposible. 

Rose y Lydia entraron a la habitación corriendo cacareando infinidad de ideas, hasta la anciana ama de llaves llegó a ayudar muerta de alegría, la casa se llenaba de luz al fin. Mandaron a llenar la bañera y poner leche junto a pétalos de flores, Rose le llevó a la habitación para bañarla y darle un masaje mientras Lydia llevaba toda clase de adornos y joyas al tocador desde su cuarto al de su cuñada donde finalmente la arreglaran. Al fin la damita entró con vestido en mano como si fuera algún caballo, las otras mujeres terminaron de perfumar y masajear el cuerpo de su señora con esencias de aceite de lavanda. La vistieron bajo la estricta instrucción de la señorita Durand quien junto a Rose atacaron el cabello de Kate que ya estaba mareada de tanto cacareo, parecían unas gallinas locas, pero apreciaba el gesto de todas, por fin conocía el lado dulce de la amistad femenina. 

—¡Rápido Rose, la peineta!. — 

Una vez colocada la peineta de diamantes, las tres mujeres retrocedieron para verla, ¡estaba divina!, era un peinado ni pomposo ni exuberante que no opacaba la belleza de la señora. Vitorearon felices del resultado. 

Katherina fue hasta el espejo, tocó su rostro porque no podía creerlo, se veía normal, hasta bonita. Se unió al grupo de gallinas cluecas para abrazarlas y agradecer tal milagro, algo que no era realmente un milagro porque esa belleza siempre estuvo allí, solamente que siempre fue opacada. 

La dejaron sola únicamente porque debían preparar todo para la cena, simplemente el día se les fue en el tratamiento de belleza para la duquesa y algunos consejos femeninos que le ayudarían a seducir a su esposo. Ella practicó en su mente lo que haría o diría siguiendo cada consejo, debía demostrarle a ese esposo suyo que Katherina Hamilt era una mujer, una mujer de verdad y… si era posible, lograr que al menos le dijera que se veía bonita, no podía ser codiciosa en sus ambiciones. 

A la llegada de Henry, Lydia fue a la habitación de su cuñada para anunciarle que el caballero ya estaba en casa, las dos eran un manojo de nervios expectantes por la reacción del duque ante el cambio de su esposa. 

Wesley tomó un baño, ya que estaba demasiado sucio por el trabajo, se cambió como la etiqueta exige para la cena importante nervioso y lo sabía porque el simple hecho de amarrar de forma adecuada su pañuelo al cuello era una tarea complicada, ni hablar de escoger el atuendo perfecto, deseaba impactar, pero no parecer que se esforzó en impactar… rayos, si tan solo el señor O'Higgins no se hubiera quedado en Londres no tendría tales dilemas. Finalmente, estuvo satisfecho con su aspecto y bajó las escaleras para esperar por las dos damas en la casa.

Primero sintió el olor inconfundible a esencia de lavanda, luego el fru fru de la tela, entonces fue cuando sus ojos se encontraron con lo más hermoso, con ella, con su esposa. Perdió el aliento al verla bajar los escalones con ese vestido, el color resaltaba su piel y se veía radiante, al fin llevaba un recogido sencillo, pero bien armado con una peineta de tres diamantes brillando incandescentes por la luz de las arañas del techo, las mejillas sonrosadas y su tímida sonrisa lo hicieron pestañear incauto ante la belleza de su esposa quien se quedó estática en el primer escalón esperando le ofreciera su mano para dirigirla al comedor, él seguía perdido en ella tanto que no lograba mover un músculo. 

—Henry...— carraspeó Lydia posicionándose a su lado. —toma la mano de tu esposa.— 

Así lo hizo avergonzado de su desliz tan obvio, llevó a su esposa al comedor preguntándose cómo fue tan tonto de asumir que ella no podría ser más atractiva. 

La invitada quedó rezagada atrás, no obstante no le molestó en lo absoluto, le gustó verlos juntos, ambos eran muy lindos. 

Tomaron asiento en la mesa y cenaron entre charlas amenas y una que otra anécdota de infancia del futuro duque, esa era la convivencia que se habían perdido y estaban ganando poco a poco. Katherina olvidó por completo los consejos femeninos que ensayó porque Henry la cegó con su galantería, atenciones y ni hablar de lo apuesto que se veía, su pudiera tocarlo y deslizar sus manos por todo su cuerpo sería la mujer más feliz del mundo. Ambos estaban hundidos en sus sentimientos torpes, pero tan tiernos que Lydia sintió no necesitaría comer dulces en mucho tiempo. María por su parte aguantó las ganas insanas de gritar, debía admitir que la mujercita estaba más guapa, pero aun así se lo quitaría. 




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