Tu ruina

Declaración de guerra

LIAH

El tiempo había perdido su forma. Eran las tres de la mañana. O las tres de la tarde. Daba igual.

Mi habitación, el santuario de mi infancia, se había convertido en una tumba de seda. Llevaba tres días —o quizás eran cuatro, ya no contaba— envuelta en las mismas sábanas. La bandeja que mi madre me había subido por la mañana seguía en la puerta, intacta. El caldo de pollo se había enfriado, formando una película grasa en la superficie. Solo olerlo me provocaba náuseas.

Mi cuerpo se sentía vacío. Hueco. Un autómata que solo sabía hacer una cosa.

Miré el teléfono en mi mano. Mi pulgar se movía por inercia sobre la pantalla, abriendo nuestro hilo de chat. El contador era obsceno: cincuenta y siete mensajes sin leer. Todos míos.

Al principio, eran súplicas histéricas.

«¡Maximo, por favor, tienes que escucharme! ¡Es un error!»

«¡Te lo juro, yo no hice eso! ¡No sé de dónde salieron esas fotos!»

Luego, se volvieron más desesperados.

«Max, háblame. Por favor. Solo dime qué piensas. Grítame. Ódiame. Pero di algo».

Ayer, la última vez que lo intenté, el tono de llamada ni siquiera entró.

«El número que usted ha marcado ha sido bloqueado».

Bloqueada.

Borrada.

Me acurruqué, sintiendo el llanto subir de nuevo, pero ya no me quedaban lágrimas. Solo un temblor seco y vacío.

Justo cuando cerraba los ojos, deseando desaparecer, la puerta de mi habitación se abrió de golpe, estrellándose contra la pared.

Pegué un brinco, mi corazón detenido.

Mi padre, Richard, irrumpió en la penumbra. No se parecía al hombre paciente que me había consolado. Su rostro estaba rojo, el traje que siempre llevaba impecable estaba desaliñado, y sus ojos... sus ojos escupían fuego.

—¡Liah! —gritó, y yo me encogí.

—Papá... ¿qué pasa? ¿Qué?

Mi madre entró corriendo detrás de él, pálida como un fantasma.

—Richard, ¡no! ¡Así no! ¡La vas a asustar!

—¡Tiene que saberlo, Elena! ¡Tiene que saber lo que está haciendo ese malnacido!

—¿Maximo? —susurré, mi voz apenas un hilo.

—¡Sí, Maximo! —rugió mi padre, agitando un fajo de papeles que acababa de imprimir—. ¡Acaba de cancelar la línea de crédito principal con el banco! ¡Hansen rompió el contrato de distribución esta mañana! ¡Los japoneses están fuera del proyecto de Osaka!

No entendía. Eran solo nombres de empresas.

—¿Qué... qué tiene que ver Maximo con eso?

—¡Él lo es todo! —gritó mi padre, tan frustrado que golpeó el marco de mi puerta—. ¡Está llamando a todos nuestros socios! ¡A todos! ¡Les está diciendo que nuestra familia "carece de integridad"! ¡Está usando la humillación de la boda como excusa!

Se acercó a mi cama, su voz bajó a un siseo lleno de veneno.

—Les está diciendo que si mi hija es una mentirosa y una fraude, ¿qué garantiza que su padre no lo sea también? ¡Está haciendo que todos cancelen los negocios con nosotros! ¡Nos está arruinando, Liah!

Mi madre soltó un sollozo ahogado.

El suelo se movió bajo mis pies.

Esto no era el arrebato de un hombre con el corazón roto.

Esto no era dolor.

Era una ejecución.

Maximo, el hombre que me había prometido amor eterno, estaba usando todo el peso de su imperio para destruir a mi familia. Para castigarme, estaba dispuesto a arruinar a mis padres, a las personas que no le habían hecho nada.

El vacío en mi estómago se convirtió de pronto en plomo ardiendo. La debilidad que me había mantenido en cama se evaporó, reemplazada por una sacudida de adrenalina fría.

Lentamente, aparté las sábanas. Me puse de pie.

Mis padres me miraron, sorprendidos de verme erguida por primera vez en días.

—Liah, cariño, vuelve a la cama... —empezó mi madre.

—No —dije. Mi voz sonó rasposa por el desuso, pero era firme.

Caminé hacia mi padre. El hombre que me había humillado. El hombre que me había borrado. El hombre que ahora atacaba a mi familia.

—Papá —dije, mis ojos verde grisáceo ya no estaban muertos; estaban helados—. Deja de gritar. Llama a nuestros abogados.

—Liah, no entiendes el alcance de esto...

—Sí, sí lo entiendo —lo interrumpí—. Maximo ha declarado la guerra.

Mi padre me miró, viendo un fuego en mis ojos que no había visto antes.

—Y si es una guerra lo que quiere —dije, sintiendo cómo cada gramo de amor que alguna vez sentí por él se convertía en acero—, entonces es una guerra lo que tendrá.

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Me ayudaría muchísimo, que comentaran y dieran like a los capítulos. Gracias de antemano ❤️




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