LIAH
Mi armadura no se hizo añicos. Se abolló.
Mi corazón dio un vuelco, pero dos años de guerra empresarial me habían enseñado a enmascarar cualquier sorpresa. Respiré hondo, reajusté mi postura y extendí una mano firme.
—Señor Kovacs. Es un placer conocerlo en persona —dije, mi voz tan nivelada como la de él.
Él tomó mi mano. Su agarre no fue ni dominante ni suave; fue seguro. Sus ojos negros, casi sin iris visible, me escanearon con una intensidad que me hizo sentir... evaluada.
—Dimitri, por favor —soltó mi mano y señaló la cabecera de la mesa—. Siéntese. El placer es mío. Ver los números en un papel es una cosa. Ver a la persona que los hizo posibles... es otra muy distinta.
Me senté, y él tomó el asiento a mi lado, no en la otra punta, lo cual me pareció un movimiento estratégico. Estábamos en el mismo equipo, no en oposición.
—Café, señorita Rinaldi.
—Liah —repliqué, igualando su juego—. Y solo si es negro.
Una leve sonrisa tiró de la comisura de sus labios.
—Un gusto adquirido en las noches largas, asumo.
Asentí, omitiendo el hecho de que había sido mi único sustento durante meses.
—No nos andemos con rodeos, Liah —dijo, apoyando los codos en la mesa y entrelazando los dedos. Su traje era impecable, su reloj valía más que el coche que acababa de vender—. Salvaste a tu empresa. Yo solo te di el salvavidas; tú nadaste contra la marea. Estoy impresionado.
—Estoy agradecida por el salvavidas, Dimitri. Pero ambos sabemos que esto no fue un acto de caridad.
Sus cejas se alzaron.
—No. No lo fue.
—Usted me usó —dije, sin rastro de acusación, solo hechos—. Vio una empresa familiar siendo atacada por su rival, Imperium Global. Vio una oportunidad de financiar al enemigo de su enemigo a bajo costo.
—Y vi a una directora ejecutiva en ciernes que tenía más agallas que todo su consejo anterior —replicó él, su voz suave como el terciopelo—. Vi una mujer humillada en público que, en lugar de esconderse, volvió y construyó cien pilares donde su enemigo derribó cuatro. No te subestimes. Yo no invertí en Rinaldi. Invertí en ti.
El calor subió por mi cuello, pero lo combatí. Esto era un negocio.
—¿Por qué? ¿Por qué esta guerra con Maximo?
Dimitri se reclinó, y por un momento, la máscara calculadora se desvaneció, revelando algo mucho más oscuro.
—Porque Maximo y yo somos muy parecidos. Ambos construimos imperios. Pero él tiene una debilidad: cree que todo lo que toca le pertenece —su voz se endureció—. Hace cinco años, él entró en el mercado de la logística en el Báltico. Yo estaba negociando una alianza. Maximo no negoció. Simplemente compró a mis socios por debajo de la mesa, me dejó fuera y quebró una empresa que yo había pasado años cortejando.
Me miró fijamente.
—Él me costó una fortuna y, lo que es peor, me hizo quedar como un tonto. Yo no olvido esas cosas.
Ahora lo entendía. Yo no era su aliada. Yo era su arma. El arma perfecta. La que tenía una razón personal para apretar el gatillo.
—Así que me usaste como tu caballo de Troya —dije.
—Yo preferiría "reina en el tablero de ajedrez" —sonrió—. Y ahora, es hora de que esa reina haga su movimiento.
Se puso de pie y caminó hacia el gran ventanal, el mismo que yo usaba para mirar la torre de Maximo.
—Durante dos años, has estado jugando a la defensiva. Has estado sobreviviendo, Liah. Reconstruyendo. Tapando agujeros. Has hecho un trabajo admirable.
—No teníamos otra opción.
—Pero ahora la tienes —se giró, su silueta recortada contra la luz—. Rinaldi-Kovacs es estable. Tus padres están a salvo. Tu gente está cobrando. La fase de supervivencia ha terminado.
Caminó de regreso a la mesa y se apoyó en ella, inclinándose hacia mí.
—Ahora, empieza la fase de ataque.
El aire se electrizó. Esto era lo que había estado esperando.
—¿Qué tienes en mente? —pregunté.
—Yo no tengo nada en mente. Quiero saber qué tienes tú —dijo—. Tú eres la que conoce sus debilidades. Tú eres la que durmió a su lado. ¿Dónde le duele?
Tragué. La mención de mi intimidad con Maximo fue como una bofetada, pero su rostro no mostró malicia, solo interés estratégico.
Pensé. Durante meses, solo había pensado en sobrevivir. Pero en las noches más oscuras, había fantaseado.
—Sus proveedores —dije finalmente—. Maximo controla sus negocios porque controla la cadena de suministro. Específicamente, Acero Atlas. Es su principal proveedor de todo el acero estructural para sus divisiones de construcción e ingeniería. Es una empresa que cotiza en bolsa, pero la familia fundadora aún tiene el cuarenta por ciento.
—Interesante. Continúa.
—He oído rumores de que la nueva generación de la familia quiere vender. Quieren liquidez. Maximo cree que tiene su lealtad asegurada, que se la venderán a él cuando estén listos. Está siendo arrogante.
Dimitri empezó a sonreír. Era una sonrisa lenta, depredadora.
—Y si alguien más... digamos, un conglomerado europeo desconocido... hiciera una oferta hostil por las acciones públicas y, al mismo tiempo, una oferta privada irrefutable a esa familia...
—Le cortarías la yugular u—terminé, mi corazón latiendo con fuerza.
—Le cortaríamos la yugular —me corrigió él—. Pero para eso, Liah, necesito que estés al frente. Necesito que seas la cara de esta adquisición.
—¿Yo? —me quedé helada—. Él sabrá que voy a por él.
—Exactamente —dijo Dimitri, su voz peligrosamente suave—. Quiero que lo sepa. Quiero que sepa que la mujer que intentó destruir, la que trató como a una rata en un barco que se hunde, ahora es la dueña del astillero.
Se inclinó un poco más. Sus ojos negros eran pozos sin fondo.
—Maximo fue un tonto, Liah. No por humillarte... bueno, eso también fue estúpido. Pero su verdadero error —hizo una pausa— fue dejarte sobrevivir.
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Editado: 18.11.2025