Tu ruina

Infiltración

Liah

Salí del despacho de Maximo y sentí que había salido de una sauna helada. Mi respiración era rápida, pero mi exterior era de hielo. Dimitri Kovacs me sonrió con aprobación.

—Magnífico, Liah. La jugada fue limpia. Has plantado la semilla del caos justo donde quería.

—No es caos, Dimitri —repliqué, mientras caminábamos hacia el ascensor. Mi mente ya estaba procesando la información—. Es debilidad. Maximo está obsesionado con el control.

Dos días después, en la sede de Rinaldi-Kovacs, estábamos en mi oficina.

—El plan es simple —dijo Dimitri, apoyándose en mi escritorio. Ya no llevaba traje, sino ropa informal de viaje—. Yo me regreso a Europa.

—¿Te vas? —pregunté, sorprendida.

—Soy una piedra en su zapato, Liah. Ya cumplí mi propósito. Maximo se concentrará en mí. Si me quedo, gastará millones en investigarme. Si me voy, pensará que fue un ataque único y se enfocará en la que queda: tú.

—Es una jugada de riesgo.

—Es una necesidad. Mi intención nunca fue derribarlo, Liah. Solo quería que le costara. Que entendiera que el mercado no es solo Imperium Global. Y tú eres la encargada de recordárselo en cada junta.

Se levantó. Su mirada se volvió seria.

—Ahora, el segundo objetivo. Quiero que uses ese 15% para infiltrarte. En la junta, tendrás acceso a informes internos, planes de expansión. Quiero que sepas qué piensa antes de que lo haga.

—¿Espionaje?

—Espionaje corporativo. Y tienes el acceso legal. Él te va a odiar, pero no podrá sacarte.

Dimitri caminó hacia la puerta. Se detuvo y me miró.

—La guerra es larga, Liah. Pero nunca olvides por qué luchas.

—Por mis padres y mi empresa —dije, firme.

—No. Por el derecho a no ser la víctima.

Dimitri se fue. Me dejó sola con mi nueva misión: convertirme en la espía dentro del imperio del hombre que más odiaba.

Dos semanas después. Día de la junta directiva de Imperium Global.

El ascensor me llevó directamente al piso ejecutivo. En el pasillo, Victoria me lanzó una mirada de furia que ignoré.

La sala de juntas ya estaba llena. Veinte hombres y Victoria en trajes oscuros. Maximo estaba de pie en la cabecera, una figura imponente que dominaba el espacio.

Abrí la gran puerta de cristal y entré.

El silencio fue inmediato. Un silencio denso, cargado de incredulidad.

Mi cabello castaño, suelto, era una ola de desafío contra la pulcritud severa de la sala. El vestido sastre que llevaba era de un corte impecable, acentuando una figura que el estrés de la guerra había afinado. Sentí todas las miradas clavadas en mí, no solo por mi presencia inesperada, sino porque la mujer que tenían delante era la encarnación del escándalo y el poder renacido.

Vi los ojos de los directores recorrer mi figura con una fascinación apenas disimulada. Cuerpos perfectos y rostros indescriptibles, ese era el juego de Imperium. Y ahora, yo estaba en su mesa.

Maximo me miró. Y la furia en sus ojos se encontró con mi odio.

La reunión comenzó, tensa. Yo era el punto focal de cada debate. Cada vez que abría la boca para rebatir una inversión, sentía la mirada de Maximo y de los demás directores.

David Albright, el director de inversiones, no pudo disimular su asombro. Su admiración era tan obvia que lo incomodó visiblemente.

—Señorita Rinaldi —dijo David, interrumpiendo un informe—. Su perspectiva es brillante. ¿Podríamos discutir esta estrategia de diversificación...?

Maximo, que había estado garabateando en una libreta, estampó el bolígrafo contra el papel. El sonido fue ensordecedor.

—La reunión ha terminado —dijo Maximo, sin levantar la voz, pero con una autoridad brutal—. Victoria, encarguémonos de las actas. Los demás pueden retirarse.

Uno a uno, los directores salieron. David me dio una mirada de disculpa y salió de la sala. Victoria me dedicó una última mirada cargada de amenaza antes de marcharse también.

Quedamos solo Maximo y yo. El silencio era una condena.

Maximo se acercó a mí, sus ojos azules ardiendo con un celo disfrazado de repulsión. Su cuerpo, tenso como una cuerda, se detuvo a pocos pasos.

—¿Terminó su circo, Rinaldi? —dijo, su voz baja y mortal—. ¿Terminó de seducir a mis hombres?

Lo miré, mi respiración agitada. Tres años de dolor, resumidos en un instante.

—El tema aquí no es mi vida, Maximo. Es mi inversión.

—El tema aquí —siseó él, cerrando la distancia—, es que en mi empresa no quiero a cualquiera dando órdenes. No voy a permitir que use su encanto de cama para robar información de mis directores. Lo sé todo de usted. Sé quién es.

La palabra. Cualquiera. Tres años de luchar, de arruinar mi salud y mi vida para reconstruir la empresa de mis padres, para que él me llamara cualquiera.

Me acerqué un paso más. Mi mano se levantó con una velocidad brutal, alimentada por todo el odio que había guardado. El sonido seco de mi palma contra su rostro resonó en la sala de juntas.

¡PLAF!

La bofetada fue brutal. Dejó la huella de mis dedos en su mandíbula.

Maximo se quedó congelado, su rostro girado, la marca roja de mi dolor en su piel. No lo había tocado desde el día en que me humilló.

—¿Sabe quién soy? —Me reí, una risa seca quebrado por el dolor—. ¡Usted no tiene idea de quién soy! ¡Usted se enamoró de una idea que usted creó y la destruyó en cuanto le enviaron una foto estúpida!

Mi corazón latía con una locura desesperada. La parte de mí que había anhelado una explicación, una disculpa, murió en ese instante.

—Yo no voy a sentarme aquí a aclarar nada con usted. ¡Ya no me interesa! —Mi voz subió de tono—. ¡Usted cree que yo lo traicioné el día de nuestra boda! ¡Usted cree que soy una cualquiera! ¡Bien!

—¡Sea feliz con eso! —grité, con la garganta en carne viva—. ¡Sea feliz con su mentira! ¡Yo ya no soy la víctima! ¡Ahora soy su ruina!

No esperé su reacción. Me di la vuelta, abrí la puerta de la sala de juntas y salí. Dejé al Magnate de Hielo, al hombre que me amó y me destruyó, con la marca ardiente de mi dolor y mi odio en su rostro.




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