Tu ruina

Jaula de cristal

Liah

El viernes por la tarde, justo cuando creía haber ganado la batalla de la bofetada y planeaba mi estrategia de fin de semana, llegó el golpe de martillo.

No fue un ataque frontal de prensa. Fue una notificación legal entregada por un mensajero que parecía un guardia de seguridad, con el logo frío de Imperium Global estampado en el sobre.
Abrí el documento con un escalofrío de presentimiento. Estaba firmado por Maximo, en su capacidad de CEO.

Era una exigencia legal, fría e ineludible. El pretexto era la adquisición de Acero Atlas, el último movimiento de Imperium. La notificación alegaba que, debido a la "complejidad de la integración y los riesgos regulatorios" que afectaban directamente al capital de los accionistas minoritarios, yo, como representante de Rinaldi-Kovacs Holdings, debía iniciar una Auditoría Exhaustiva de Emergencia de los libros contables y planes estratégicos sensibles.
El anzuelo era que yo tenía el derecho de exigir esta auditoría. La trampa era que Maximo me la estaba exigiendo a mí.

Me senté pesadamente en mi silla. Leí la cláusula crucial: "...la naturaleza clasificada de la información y la urgencia de la transición requieren la presencia del accionista minoritario en las oficinas centrales de Imperium Global durante cinco (5) días hábiles consecutivos, comenzando el próximo lunes..."

—Es un maldito genio —murmuré, golpeando la mesa.
Me había acorralado con mi propio derecho. Si me negaba, podría alegar que estaba obstruyendo la gestión de riesgos y demandar a Rinaldi-Kovacs por negligencia, poniendo en riesgo toda nuestra inversión.

Llamé a mi padre, tratando de mantener la calma.

—Es una trampa, papá. Me está obligando a ir a su torre.

—Es Maximo, Liah. Es legalmente ineludible. Es su derecho como CEO. Tienes que ir. Tienes que ir a proteger nuestra inversión. Y lo que es más importante, tienes que ir a demostrar que no te intimida.

La decisión fue instantánea y dolorosa. No iba a dar un paso atrás. El hombre que creía que yo lo había traicionado y que se sentía mi dueño no iba a verme huir….

A las nueve de la mañana del lunes, mis rodillas temblaron en el vestíbulo de mármol de la torre de Imperium Global.

Fui recibida por Chloe, la asistente ejecutiva.

—Señorita Rinaldi —dijo Chloe, con un tono puramente profesional—. El señor Maximo le ha dispuesto la sala de juntas principal para su auditoría.

Me condujo al piso ejecutivo. La sala de juntas era un espectáculo de caoba y cristal. Sobre la mesa, había una pila de archivos sellados, tan alta que era intimidante.

Chloe se retiró. El piso ejecutivo, que normalmente bullía de actividad, estaba extrañamente silencioso. A través del cristal, no veía a nadie. Una paz incómoda, y falsa, reinaba en el pasillo.
Abrí el primer archivo. No iba a darle el gusto de verme quebrada.

Pasó media hora, y la puerta se abrió con una lentitud deliberada.

Maximo entró. Simplemente entró, como un depredador que se acerca a su presa en el momento que le place.

Llevaba un traje oscuro que parecía esculpido en su físico imponente. Su cabello estaba perfectamente peinado. Y en sus ojos azules no había solo desprecio, sino una llama ardiente de posesividad herida.

Caminó hacia la mesa, sin prisa. Su presencia llenó la sala, sofocando el aire. Se detuvo al otro lado de la mesa, a una distancia deliberadamente corta.

—Rinaldi —dijo, su voz era un trueno sordo.
—Maximo —respondí, sin levantar la vista de los documentos, usando mi voz más fría.

—Veo que has aceptado mis términos. Inteligente. Una traidora no debe arriesgar su capital.
Levanté la mirada, obligándome a enfrentar su crueldad.

—Vine a ejercer mis derechos de accionista, Maximo. No a aceptar sus términos.

—¿Sus derechos? —Se reclinó ligeramente sobre la mesa, inclinando la cabeza. El movimiento era un recordatorio de su poder—. Creí que sabía muchas cosas sobre usted. Creí que sabía quién era la noche que me amaba. Creí que sabía quién era la noche de la boda.

—Y creyó mal —dije. Sostuve su mirada—. El hombre que me humilló frente a doscientas personas no tiene derecho a hablar de lo que creía.

Maximo se puso de pie y caminó lentamente hacia mí. Se detuvo justo al otro lado de la mesa, su altura proyectando una sombra.

—Tiene razón —dijo, su voz era baja y peligrosa—. No tengo derecho a hablar. Pero tengo acciones. Y como su socio principal, tengo la obligación de asegurarme de que mi inversión no se mezcle con cualquiera que entre por la puerta.

—Si va a insistir en su monólogo de traición, Maximo, le sugiero que lo haga con un abogado presente. Tengo trabajo que hacer.

—Usted usa sus acciones minoritarias para intentar desafiarme. Yo uso mi poder para recordarle el precio de esa traición.

Dio un paso, rodeando el extremo de la mesa. Caminó lentamente detrás de mí.

—El propósito de esta semana, Liah, no es contable. Es personal. Tú me traicionaste, y ahora me has atacado en mi oficina. Ahora, yo te castigaré a mi manera. Recordándote...

Se detuvo justo detrás de mi silla. El roce de su traje contra el respaldo fue una descarga. Su calor corporal me envolvió.

—...Recordándote que fuiste mía —susurró, su voz baja y áspera, sin decir una palabra de posesión, pero transmitiéndola en cada célula de mi cuerpo—. Y que esa memoria, por más que te duela, es lo único que nos queda.

Se enderezó. El aire frío regresó a mi alrededor, pero el veneno de su posesividad se había inyectado.

—Disfrute de la jaula, Liah. Cinco días.

Se dio la vuelta y salió por la puerta, dejando el rastro de su peligro inminente. La jaula de cristal estaba cerrada.




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