LIAH
La primera mañana fue una prueba de resistencia. Me hundí en la montaña de archivos, obligando a mi mente a concentrarse en los números y la jerga legal, en lugar de en la humeante silueta que Maximo había dejado tras de sí.
El aire en la sala de juntas era denso, pesado con su presencia residual. Era evidente que los archivos no eran el problema.
Cerca del mediodía, encontré el primer punto ciego. Para verificar el flujo de caja del tercer trimestre, necesitaba un informe consolidado de la tesorería que no estaba en los documentos iniciales.
Abrí el intercomunicador.
—Chloe, necesito el informe de gestión de tesorería del Q3. ¿Podría enviar a alguien del departamento financiero a entregarlo y quizás responder un par de preguntas específicas sobre la proyección de deuda?
—Un momento, señorita Rinaldi —dijo Chloe. Su tono, siempre perfectamente plano, pareció tensarse por un instante.
Esperé diez minutos. La puerta se abrió. No era un joven oficinista; era un hombre de unos cincuenta años, de cabello gris, del equipo de archivos. Traía una carpeta bajo el brazo.
—Aquí tiene el informe, señorita Rinaldi —dijo, depositando la carpeta en el borde de la mesa. Mantuvo una distancia notable, sin atreverse a entrar completamente en la sala.
—Disculpe, necesito hablar con el jefe de finanzas sobre la proyección. Hay un error.
—Lo siento mucho. Mi directriz es solo entregar el material. Cualquier pregunta debe dirigirse por escrito al Departamento Legal, y la respuesta será aprobada personalmente por el señor Maximo.
Mi frente se arrugó. Él estaba controlando cada migaja de información.
La verdad me golpeó. Maximo estaba construyendo un muro a mi alrededor. Estaba usando a su imperio para aislarme.
Me levanté de la silla, mi furia hirviendo. Si no podía interactuar por los medios normales, lo haría de frente.
Salí de la sala de juntas y caminé por el pasillo ejecutivo. El piso, que normalmente bullía de actividad, estaba extrañamente silencioso.
Vi a dos jóvenes directores acercándose, absortos en sus tabletas. En cuanto me vieron a veinte metros de distancia, uno de ellos dio un codazo al otro, y ambos cambiaron bruscamente de dirección, tomando el camino más largo hacia el ala contraria del edificio.
Mi aliento se cortó. No eran casualidades. Era una orden. Maximo había marcado un perímetro. El miedo y la obediencia de su personal eran la manifestación de su poder.
No retrocedí. La rabia me guio directamente a la oficina de Maximo, la guarida del león.
La puerta de su despacho estaba entreabierta. Me detuve en el umbral. Él estaba de pie, al teléfono, mirando por el ventanal.
—...Sí, cancela eso. Y quiero ese informe en media hora —dijo, cortando la llamada con una brusquedad que me hizo apretar el maletín.
Se giró. Me vio. Y su rostro se tensó en una mezcla de expectación y furia controlada. Había estado esperando esto.
—Rinaldi. ¿Necesitas mi firma tan pronto? —dijo. Su voz era grave y profunda.
—No —respondí, caminando hacia su escritorio—. Necesito una explicación.
—¿De qué, exactamente? ¿De por qué Imperium es más eficiente que tu empresa?
—No. Necesito saber por qué todos me huyen —dije, sin titubear, mi voz era hielo puro—. Acabo de caminar por tu pasillo, Maximo. Tus empleados desvían la mirada, dan rodeos y corren en dirección contraria para evitar acercarse a mí.
¿Qué orden has dado?
Maximo se reclinó contra el borde de su escritorio, mirándome de arriba abajo. Su rostro era de piedra.
—La gente de Imperium sabe dónde está el poder, Liah —dijo, su voz baja, cargada de subtexto—. Saben dónde está la amenaza. Saben dónde mirar. Y saben cuándo una distracción no vale la pena.
—¿Una distracción? Soy una accionista.
—Eres la traidora que me abofeteó en mi sala de juntas. Ellos están siendo leales. No es necesario dar órdenes explícitas, Liah. Ellos simplemente entienden mi voluntad.
Se acercó lentamente, proyectando una sombra.
—Y mi voluntad es que estés en esa sala. Que nadie te toque. Que nadie te hable. Que nadie te distraiga de la auditoría que te traje a hacer.
Se detuvo a pocos centímetros. Su mirada posesiva me recorrió.
—Disfruta de la soledad, Liah. Es el castigo perfecto para una traidora. Y tienes cuatro días y medio para encontrar algo en esos archivos. Si no encuentras nada, tu presencia aquí será simplemente un recordatorio constante de tu fracaso.
—Encontraré algo —siseé, mis ojos verde grisáceo se encendieron con odio—. Encontraré la razón real por la que trajiste Atlas a esta empresa.
—Esa es la actitud que me gusta —replicó él, su sonrisa era fría—. Ve a buscar. Yo te estaré esperando.
Me di media vuelta. La batalla de voluntades acababa de empezar, y el precio de mi libertad sería la ruina de su imperio.
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Editado: 18.11.2025