New York
1982
Patrick
El viento mueve el cabello de Anna para un lado y para el otro. Las hojas de los árboles provocan que mi piel se erice y el ruido del cantar de los pájaros es música para mis oídos. El silencio es lo mejor que puedes encontrar en el parque, sin embargo, a lo lejos se escucha un poco de ruido de automóviles.
Los niños juegan tranquilamente en los mecedores, con sus amigos, o simplemente solos. Sus risas me provocan una sonrisa y observo de reojo a Anna, su mirada perdida en un punto fijo: los helados.
— ¿Quieres uno? —asiente despacio con la cabeza y la agarro de la cintura para caminar hasta el puesto de helados—. Dos de vainilla, por favor.
El señor asiente y se adentra a la nevera para sacar el helado, coloca dos bolas de helado en cada cono y echa un poco de chocolate en cada uno. Sonríe y nos lo entrega.
—Muchas gracias —digo.
Entrelazo mi mano con la de Anna y camino hasta encontrar una banca libre, me siento y ella imita mi acto. Sus mejillas rosadas, su perfecta piel, su mirada puesta en mí. Absolutamente amo todo de ella.
Los niños siguen corriendo alrededor del parque, un ruido fuerte resuena al final del parque y un llanto alerta a todos.
Un niño, un señor, una camioneta negra.
Regreso mi vista hacia el frente y acaricio el cabello de Anna. Aún recuerdo ese día, el día en que el doctor dijo su padecer. Ella no lo creía, aunque sabía a la perfección que se le olvidaba todo.
Anhela con tener una niña, a la cuál llamar Danna, su sonrisa al momento en que pronunció ese nombre no tenía explicación. Absolutamente ama ese nombre y ese deseo.
— ¿Anna?
—Dime, Patrick —sus ojos me miran detenidamente. Analizando mi rostro y mis labios.
— ¿Aún piensas en Danna? —pregunto.
Sus ojos brillan y se tensa. Te dije que olvidaras eso resuena en mi cabeza una y otra vez.
—Te dije que olvida... —la interrumpo.
—No, no puedo —murmullo—, anhelo tener una hija.
Sonríe. El brillo crece cada vez más y se lanza a mis brazos, acaricio su espalda y deposito un sonoro beso en la comisura de sus labios.
— ¿Patrick, Anna? —dice alguien a nuestras espaldas.
Esa voz, la conozco. Me doy la vuelta y tal y como pensé, Martha está parada, con su bolso en la mano y su piel pálida.
— ¡Martha! ¿Pasó algo? ¿Por qué estás tan pálida? —se exalta Anna.
—Estoy bien, sólo que es Mario el que me preocupa.
Miro a Anna y ella me mira a mí, trago grueso y me levanto.
—Llévanos, por favor —asiente.